Cosas vivas. Luis Alberto Suárez Guava. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Luis Alberto Suárez Guava
Издательство: Bookwire
Серия: Diario de campo
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789587813708
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tipo de tambor en cuestión es ligeramente cónico, de entre 30 y 60 centímetros de largo y entre 20 y 30 centímetros de diámetro, con un parche de piel de animal templado con lazos y cuñas alrededor del cuerpo del instrumento.4 Generalmente, se trata de una pareja de tambores, uno mayor y uno más pequeño. En el Caribe de Colombia, el tambor de mayor tamaño es llamado hembra, alegre, repicador o currulao, y efectúa variaciones e improvisaciones sobre el ritmo; el menor es llamado macho o llamador, y marca sin variaciones el ritmo central. Alrededor de uno solo, o de la pareja de tambores, se organizan los conjuntos musicales vernáculos de la región del Caribe colombiano. En algunas áreas, los tambores de cuñas fueron reemplazados por instrumentos de percusión europeos, como en las bandas sabaneras, o tuvieron variaciones, como es el caso del tambor caja de los conjuntos de acordeón.

      Es muy posible que la llegada a Cartagena de cantidades importantes de gentes africanas embarcadas en Calabar, en la segunda mitad del siglo XVIII, quienes portaban en su memoria y en sus destrezas la importancia de la construcción y ejecución de tambores, como parte de una compleja red política, social y ritual en su sociedad de origen, haya influido en el resto de la población esclavizada cartagenera, y haya aportado y generalizado elementos importantes de la actividad festiva. Este elemento organológico coadyuvó a la configuración del complejo ritual, oral y musical, con elementos de las distintas etnias de origen de los esclavizados. Configuración que se facilitó gracias a la reedición en Cartagena de los cabildos de lengua y nación5 africanos que se habían iniciado en España desde el siglo XIV, a la legislación colonial que permitía a los esclavos llevar a cabo sus fiestas de tambores y danzas los fines de semana, y a las reiteradas celebraciones del calendario festivo del santoral católico, en las que los cabildos festejaban públicamente por las calles de la ciudad con grupos musicales y comparsas. Paulatinamente, este texto se diseminó por todos los caseríos y veredas de la región, en donde las gentes de todos los colores, los pobres libres de todas las razas y mestizajes fueron haciendo sus particulares aportes y adaptaciones.

      Las conexiones de los elementos de la red se hicieron durables con las técnicas implicadas en la fiesta de tambores: la fabricación y ejecución de los tambores, los cantos y danzas. Estos complejos festivos, con sus cumbiambas alrededor de un poste central, sus desfiles por las casas de los poblados, su escalamiento en la época de carnaval, se constituyeron, junto con los saberes y habilidades, en mediadores vigorosos entre los actores centrales de estas dinámicas sociales: los individuos, los conjuntos de tambor y las distintas agrupaciones de gentes que integraban la fiesta. Los textos precursores se fueron modificando y fortaleciendo simultáneamente, trasmitiendo de un sector a otro, a través de las mediaciones, o, según el concepto propuesto por Latour (1988), se iban traduciendo progresivamente. De las memorias remotas del ritual africano a los cabildos de esclavizados en América, a las fiestas patronales católicas, a las celebraciones sincréticas en alejados palenques y rochelas, a los cruces en todas estas situaciones con elementos españoles o indígenas, el texto festivo se tradujo incesantemente. Traducción que produjo las variaciones y matices locales, pero que también consolidó un complejo distintivamente regional: en los bullerengues del golfo de Morrosquillo, las chalupas de la zona del Dique, las gaitas y puyas de los Montes de María, las tamboras del Magdalena, los fandangos y porros de las sabanas cordobesas y sucreñas, los merengues y paseos del Cesar y La Guajira, la música del Caribe colombiano tiene una serie de elementos específicos comunes que han permitido la continua polinización cruzada entre las distintas variantes y su convergencia, como en el caso del Carnaval de Barranquilla.6

      A partir del patrón nodal se dieron variaciones en las sucesivas épocas y se desarrollaron y consolidaron las diferencias locales y subregionales en la medida en que las festividades y sus rituales se iban configurando en la región Caribe como un aspecto central de la organización social, la vida pública y los procesos de identificación (figura 1).

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      Figura 1. Músicos y sus tambores en el barrio Pescadito en Santa Marta

      Foto: Mauricio Pardo.

      En la red festiva, se influenciaron mutuamente una heterogeneidad de textos a través de los cuales se desplegó la agencia de los distintos actores: los libretos rituales; las prescripciones de los géneros y estilos musicales; las destrezas de artesanos, músicos, danzantes y participantes; y las normas sociales y religiosas en las que se inscribieron las fiestas. Pero el actor imprescindible, alrededor de cuya agencia y significado se organizó el resto de la red festiva desde el último siglo de la Colonia, fue el tambor.

      El tambor y sus dinámicas sociomusicales estaban por supuesto situados dentro del marco de los regímenes colonial, primero, y republicano, después. Esos mundos existían de diferentes maneras en otros modos de interacción en los márgenes del régimen colonial y de sus presupuestos de raza, clase y género. La peculiaridad de la región caribeña, con toda su diversidad interna, se configuró desde los sectores subalternos con sus redes musicales ceremoniales, a pesar de las élites y su régimen racista, segregacionista y explotador, que solo veía en las festividades de las castas inferiores muestras de procacidad y salvajismo. Las celebraciones de los afrodescendientes y demás castas subalternas eran toleradas paternalistamente por las autoridades coloniales y por los esclavizadores, pero fueron surgiendo y creciendo redes complejas de personas, objetos, músicas, textos y destrezas con considerable nivel de autonomía frente a los actores hegemónicos de la sociedad colonial. Tanto, que se extendieron territorialmente por toda la región, configurándose como catalizadores de la vida social de la población subalterna en los campos, los caseríos y poblados y en las barriadas pobres.

      La acción combinada aleatoriamente, reconstituyéndose continuamente, de los instrumentos, las localidades, las configuraciones performativas de las celebraciones, los formatos de los conjuntos musicales, los pobladores, las coreografías, los artesanos, los ritmos y tonadas de las piezas musicales, las liturgias sincréticas, los textos de las canciones, los mapas de los recorridos musicales y dancísticos, los canales de circulación del evento festivo y sus componentes, marcó las configuraciones de mundos particulares. Universos propios celebrados en las piezas musicales, con los diferentes actores no humanos, las entidades sobrenaturales de las creencias locales, los animales silvestres y domesticados, los paisajes, las interacciones en las labores del campo y en las relaciones afectivas.

      Este heterogéneo ensamblaje se plasmó en la gran variedad de situaciones locales, variedad contenida por la fuerza centrípeta del tambor como concepto y como texto, lo que resultó en la configuración particular de lo caribeño en Colombia y sus continuidades con otras regiones y países del gran Caribe.

       Los medios técnicos opacan la fiesta instrumental en vivo

      Las tecnologías de la reproducción, la radiodifusión, la discografía, las victrolas y los picós empezaron a opacar progresivamente los conjuntos musicales tradicionales. Las primeras emisoras del país fueron La Voz de Barranquilla, fundada en 1929, y La Voz de Cartagena, en 1933, pero los radiorreceptores solo estuvieron disponibles comercialmente unos años más tarde. La radio comercial, como tal, se consolidó a partir de 1935, con Emisoras Unidas, en Barranquilla, y Emisora Fuentes, en Cartagena (El Tiempo, 7 de abril de 1997; Bozzi, 20 de octubre de 2009; Vélez, 2011).

      En las ciudades más grandes, hacia la década de 1930, con la progresiva implantación de la electricidad (Vélez, 2011), iban proliferando los locales comerciales en los que se amplificaba música grabada. Las nacientes empresas del entretenimiento actuaban simultáneamente en la industria discográfica, en la radiodifusión y en los radioteatros con sus orquestas de planta, lo cual provocó transformaciones significativas en las dinámicas festivas de la región. La afición musical de las gentes iba abandonando a las tradiciones y a sus representantes musicales, y se volcaba progresivamente hacia la música comercial, y las fiestas de todo tipo prefirieron paulatinamente la música amplificada por los nuevos medios.

      En la medida en que la electricidad se expandía, en las ciudades más pequeñas y en los pueblos se llevó a cabo una