En París, esa ciudad que está un poco más hacia el futuro que Madrid y Barcelona, observé hace unos días, con asombro, en dos ocasiones distintas, que las personas con las que comía pedían al camarero un vrai café, un café verdadero, con cafeína, y esto me hizo pensar que la batalla está perdida, que hoy el café de referencia es el descafeinado, el inocuo, el que no atenta contra la salud y nos mantiene jóvenes más tiempo.
La gran paradoja de esta época en la que manda la juventud es que las personas viven cada vez más años, es decir, son viejos durante mucho más tiempo que sus antepasados pero, a diferencia de aquellos, ya no son los sabios que reconoce la tribu, sino un esforzado grupo que trata de estar a la altura de ese canon que marca la juventud.
Hasta hace muy poco era el presidente de Estados Unidos quien podía poner patas arriba el planeta entero, hoy puede ponerlo todo patas arriba, incluido el gobierno de Estados Unidos, un joven técnico como Edward Snowden, sin más currículum que su valentía y su habilidad para husmear en archivos electrónicos y difundir información altamente comprometedora. Los técnicos como Snowden tienen hoy la llave para desencadenar una crisis mundial, y han llegado hasta ahí de manera súbita, han brincado, en el mejor de los casos, del pupitre de la universidad a la acción internacional sin ningún miramiento; tienen el know how, saben cómo hacerlo, son los dueños de la información que puede trastocar el equilibrio mundial y va cada uno a su aire, sin el consenso de nadie, trabajan solos en su habitación siguiendo las palpitaciones de su propia conciencia.
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