Actitudes, comportamiento y contradicción
Galtung (1969, 2010), desde la teoría ya clásica de la escuela europea, estableció que los conflictos tienen tres componentes fundamentales: a) las actitudes, b) el comportamiento (behavior) y c) la contradicción, a los cuales representó en el triángulo del ABC, por sus iniciales en inglés (figura 3).
Desde su perspectiva, Galtung planteaba que las posiciones, intereses y necesidades de los actores enfrentados son elementos que afectan en diferentes grados y momentos las actitudes y comportamientos, así como las formas como los involucrados perciben la contradicción y sus causas.
Figura 3. Triángulo de Galtung
Fuente: Galtung (2010, p. 27).
De modo que la contradicción corresponde al objeto de la disputa, se habla de cuestiones (issues) como aquello que está en juego y que origina el enfrentamiento entre las partes (Galtung, 1969). Identificar o definir la contradicción no es fácil, y al hacerlo se debe buscar que no se involucren juicios de valor; por esta razón muchas veces las contradicciones se formulan de manera sesgada. En el caso que nos atañe, por ejemplo, se puede ver cuando se habla de asentamientos ilegales, clandestinos, marginales, periféricos, subnormales, etc., denominaciones que tienen una carga de valor negativa.
Las actitudes, por ser subjetivas, están ligadas a los pensamientos, sentimientos, emociones y valores; influyen en los comportamientos (pero no los determinan); son adquiridas durante las etapas de aprendizaje con la experiencia vital y el trato social; están relacionadas con la percepción que cada parte ha construido de la otra y con las pautas sociales; incluyen elementos subjetivos (como la emotividad [sentimientos]), cognitivos (como los valores y las creencias) y afirmativos (ego, voluntad, ambiciones y deseos). Están, además, relacionadas con la orientación de los sujetos en relación con sus cosmovisiones, modos de construir, articular y percibir al mundo, con las maneras de “enmarcarlo o referenciarlo” (framing). Es decir que, desde la perspectiva posestructuralista actual, se encuentran estrechamente relacionadas con el poder simbólico, con el habitus y con las formas como los actores, a través de las pautas culturales, perciben y ordenan el mundo de una cierta manera y refieren su vivencia a una forma particular de ver, comprender el mundo y aprenderlo desde unas formas “legítimas”, “civilizadas” y “modernas” de conocimiento, bajo la forma de disciplinas y saberes, impuestos y validados por el statu quo.
En el caso de estudio, la contradicción principal corresponde a la autoproducción del hábitat y la configuración urbana no planificada de predios afectados por la declaración de la Reserva Forestal Cerros Orientales. La contradicción no es la urbanización ilegal o clandestina, o “la invasión de los cerros”, como aparece erróneamente en los medios de comunicación. En este conflicto, las actitudes y comportamientos10 de los actores expresan claramente las tensiones entre las bases epistemológicas sobre las que se ha construido el deber ser de la ciudad, determinado por la gubernamentalidad; por discursos y saberes como la conservación, el urbanismo y la planeación del desarrollo urbano, y por sus mecanismos jurídicos, policivos y de seguridad, que condenan a los barrios populares y generan una atmósfera hostil y una percepción sesgada de estos, criminalizándolos.
Una vez se investiga el proceso de urbanización, se puede constatar que las personas han comprado los lotes y los han pagado a sus propietarios, quienes han loteado y urbanizado ilegalmente los predios afectados por la declaración de la Reserva. Es por esta razón que antes de formular la contradicción es necesario estudiar en profundidad cada caso, de manera que su identificación y formulación sea en sí mismo un resultado valioso y punto de partida del proceso investigativo y analítico.
No obstante, como es previsible a medida que se profundiza en la indagación, esta contradicción incorpora tensiones más profundas y de larga data, que han sido el resultado del peso de la historia y de la evolución de la sociedad colombiana, como corresponde a la lógica extractiva y depredadora del territorio y sus recursos, imperante desde la Conquista; la imposición de instituciones, saberes y nociones de raza que han promovido la segregación social, y una cierta división del trabajo, entre otras cosas (Mejía Pavony, 2012; Quijano, 2000; Zambrano et al., 2000).
El acelerado crecimiento urbano, desde finales del siglo XIX y la mayor parte del siglo XX en Bogotá, está vinculado a distintas dinámicas de migración voluntaria y a los efectos del prolongado conflicto armado y del desplazamiento forzado (Aprile, 1991, 1992; Sánchez Steiner, 2007, 2008). Sin embargo, los barrios autoproducidos han sido rotulados por el urbanismo como subnormales, clandestinos, espontáneos, incompletos, ilegales, progresivos o marginales, entre otros términos; definiciones que desde la perspectiva del poder simbólico y del habitus legitiman el ejercicio de lo que Bourdieu denominó violencia simbólica y Galtung, violencia estructural, por limitar el acceso al bienestar, es decir, a recursos claves para agenciar los medios de vida; marginalizar, por la vía de negar a grupos específicos el reconocimiento, la legitimidad y la participación como ciudadanos con plenos derechos, y segregar, por “apartar” unos grupos de otros (Galtung, 1990), como sucede en las diferencias de equipamiento e inversión entre la población del norte y la del sur de Bogotá.
Los comportamientos de los actores en los conflictos, por su parte, son dinámicos, están permanentemente cambiando y siendo influenciados; pueden verse como una respuesta a una situación en un momento dado, que puede dirigirse hacia la cooperación, la coerción, la violencia, la adopción de gestos conciliadores o la hostilidad. De acuerdo con Galtung, “estos elementos son dinámicos y sujetos a acciones y reacciones a lo largo de las fases del conflicto” (Galtung, citado por Ramsbotham, Woodhouse y Miall, 2005, p. 14).
El conflicto, como es apenas lógico, está mediado por las relaciones de poder, y se puede traducir, desde la perspectiva de la sociología de la vida cotidiana, en el uso de tácticas o estrategias. De acuerdo con Michel de Certeau (1996), se habla de estrategias cuando se detenta el poder, o de tácticas cuando se carece de él; entonces se busca el reconocimiento y la obtención de derechos o titularidades por parte de quienes lo detentan. Como lo explica Santiago Castro-Gómez, citando a De Certeau:
La estrategia se refiere a la manipulación de las relaciones de fuerza que se hace posible desde un sujeto de voluntad y de poder (una empresa, un ejército, una ciudad, una institución) […]; postula un lugar susceptible de ser circunscrito como algo propio y ser la base [desde] donde administrar relaciones con una exterioridad de metas o de amenazas […]; son prácticas calculadas, conscientes e interesadas hechas desde una posición de poder (social, científico, político, militar). […] Las tácticas, por el contrario, “son prácticas realizadas desde una posición desventajosa en las relaciones de poder. Son acciones de resistencia por parte del subalterno que buscan volver favorable una situación desfavorable, pero jugando con las mismas reglas establecidas por el poder hegemónico. Además: “debe actuar en el “terreno impuesto”, “en el interior del campo de visión del enemigo y dentro de un espacio controlado por él. La táctica necesita utilizar vigilante, las fallas y coyunturas del poder. Crea sorpresas. […] En suma, la táctica es un arte débil. (Castro-Gómez, 2005, p. 90)
Tácticas y estrategias, como dos variantes del comportamiento, no son estáticas, se adaptan a las dinámicas relacionales y a los balances de poder; este dinamismo se mantiene incluso en los momentos en que la tensión disminuye y las partes deciden negociar, evadir, cooperar, convenir o acomodar, o, por el contrario, competir o utilizar distintas formas de violencia: el chantaje, la coerción, la amenaza, la violencia física, alianzas estratégicas, etc.
En el caso de San Isidro, los comportamientos de los distintos actores involucrados han estado mediados por las formas diferenciales (positivas y negativas) que pueden adoptar