Las invasiones en la Península en el contexto del Imperio occidental
Gentes sin número y extremadamente feroces han ocupado todas las Galias. Todo lo que hay entre los Alpes y los Pirineos, todo lo comprendido entre el Océano y el Rin, lo han devastado el quado, el vándalo, el sármata, los alanos, gépidos, herulos, sajones, borgoñones, alamanes y, ¡oh infeliz república!, los enemigos panonios. «Assur ha venido con ellos». Maguncia, ciudad antaño ilustre, ha sido capturada y destruida; en la iglesia muchos miles de personas han sido degollados. Worms ha sido arrasada tras un largo asedio; la muy poderosa ciudad de Reims, Amiens, Arrás, «los morinos, últimos de los hombres», Tournai, Nemetas, Estrasburgo, integradas en Germania; las provincias de Aquitania, de Novempopulania, la Lugdunense y la Narbonense, con excepción de algunas ciudades, están todas asoladas; a estas mismas ciudades, rodeadas por la guerra, en el interior las despuebla el hambre. No puedo contener mis lágrimas al mencionar Tolosa, que debe el haber escapado hasta ahora de la ruina a los méritos de su santo obispo Exuperio. Las mismas Hispanias, donde el peligro es inminente, tiemblan cada día al acordarse de la invasión de los cimbrios y todo lo que otros han padecido ellas lo padecen constantemente por el temor[47].
Quien lanza este quejumbroso lamento es Jerónimo el mismo año 409, en vísperas del paso de los Pirineos por parte de alanos, vándalos y suevos que Hidacio fecha «el 28 de septiembre o el 12 de octubre de ese año, no sabe exactamente cuál fue el día aunque sí sabe que era martes»[48]. El dato de su entrada es seguido por la constatación de que «los bárbaros que ingresaron en Hispania la saquearon como enemigos»[49], a la que sigue un patético cuadro apocalíptico sobre el efecto que las invasiones causaron:
el hambre atroz se extiende por todas partes, hasta el punto de que los hombres hambrientos comen carne de hombres; incluso las madres comen los cuerpos de sus hijos a los que han matado o cocido. Las bestias salvajes, acostumbradas a los cadáveres de las víctimas de la espada, del hambre o de la peste, acaban con los hombres más fuertes y saciadas con su carne se lanzan por doquier a la destrucción del género humano. Y así, con las cuatro plagas de la espada, el hambre, la peste y las fieras que se apropian del mundo entero se cumplen las predicciones del Señor anunciadas por sus profetas[50].
La asociación de las bestias, la espada, el hambre y la enfermedad, los tópicos de la literatura catastrofista del momento, se acompañan de un dato que puede resultar de interés: «La riqueza y los bienes almacenados en las ciudades eran esquilmados por el tiránico recaudador de impuestos y consumidas por los soldados»[51]. El lamento de Hidacio incluye una doble perspectiva, por un lado el bárbaro invasor, por otra parte las autoridades romanas y las propias guarniciones militares. Pero, en este caso, los problemas se multiplican porque no sabemos a qué autoridades ni a qué ejércitos está recordando el cronista, aunque el lamento puede formar parte, igualmente, de un tópico frente a la dureza de los tiempos y el abuso de los agentes del poder.
La entrada de los grupos invasores coincide con un grave proceso de descomposición de la autoridad romana en el extremo occidental del Imperio[52]. Desde el 406/407 Honorio ha tenido que hacer frente a una serie de usurpaciones que han dejado buena parte de la península Ibérica al margen de la autoridad imperial. La apropiación por parte de Constantino III de los territorios peninsulares ha debilitado la posibilidad de organizar una defensa eficaz de las provincias hispanas frente a los invasores[53]. Las fuentes muestran este proceso y evidencian igualmente que el usurpador británico encontró oposición, adjudicando el protagonismo de la misma a unos parientes de Honorio que hicieron frente a sus pretensiones. Dos hermanos nobles y ricos de nombre Dídimo y Veriniano habrían intentado recurrir en primer lugar a tropas regulares; según Zósimo a las legiones de la guarnición lusitana, aunque ante su inferioridad terminaron reclutando a un ejército de esclavos y campesinos de sus propiedades[54]. De hecho, habría sido el posicionamiento a favor de Honorio por parte de sus parientes hispanos lo que habría provocado el envío de tropas a Hispania. La extensión de la usurpación se vio facilitada por la irrupción de los godos de Alarico en la península Italiana, lo que impidió que otras tropas imperiales pudiesen auxiliar a la resistencia hispana[55].
Es posible que la referencia a la Lusitania sea un error de Zósimo, ya que las únicas tropas regulares recogidas en la Notitia Dignitatum[56] se situarían al sur de la Cordillera Cantábrica, a lo largo de la ruta Lugo-Astorga-Burdeos, en territorios de las provincias Gallaecia y Tarraconense. Se ha discutido mucho sobre la pervivencia de dichas unidades militares en el momento de la usurpación de Constantino III, pero, en cualquier caso, el comentario del historiador griego sería una muestra de su inoperancia. Otra posibilidad es que estuviese aludiendo a los burgarii, guarniciones urbanas de desarrollo reciente utilizadas en la defensa provincial[57], y que las tropas regulares se hubiesen sumado, obedientes, al usurpador[58]. Por otro lado, la sede administrativa de la diocesis Hispaniarum, y por lo tanto la sede del vicarius Hispaniae, estaba en Mérida Augusta, la capital de la Lusitania; allí podían concentrar una parte de su poder los parientes de Teodosio y contar con un cuerpo de ejército específico. El problema se complica por cuanto, según Sozomeno[59], Dídimo y Veriniano habrían atacado la Lusitania matando a muchos de los soldados enviados por el usurpador para su captura.
Los testimonios de Zósimo[60], Olympiodoro[61] y Sozomeno[62] dan a entender que estos parientes de Honorio, junto a otros dos hermanos suyos, Theodosiolo y Lagodio, mencionados exclusivamente por Sozomeno, estaban al frente de las provincias hispanas y Constantino III temía que desde allí le atacasen al tiempo que Honorio lo hacía desde Italia, como en la práctica ocurrió. Sozomeno[63] lo deja aún más claro al plantear que Constante, hijo mayor de Constantino III, a quien éste había designado como César antes de enviarle a Hispania, nombra a sus propios gobernadores al tiempo que ordena la captura de Dídimo y Veriniano, quienes, en su versión, habrían estado enfrentados entre ellos y se reconciliaron precisamente para hacer frente al usurpador. De hecho, la retención de éstos probablemente buscaba algún tipo de negociación, quizá con Theodosiolo y Lagodio que sin embargo huyen. El primero a Italia, junto a Honorio, y el segundo a Oriente, a la corte de Teodosio II; probablemente entre mayo del 408 y enero del año siguiente[64]. Después de esta huida, los dos primeros, llevados ante Constantino III, fueron ejecutados. El papel exacto desempeñado por estos parientes del emperador Honorio ha sido objeto de una amplia discusión, por cuanto en ningún caso se alude a que actúen como representantes de un poder legal, esto es, que desempeñasen un cargo administrativo. Cierto es que de otra manera sería difícil justificar el intento de recurrir a un cuerpo de ejército, aunque tampoco podamos identificar a cuál se refieren las fuentes.