El infinito naufragio. Laura Emilia Pacheco. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Laura Emilia Pacheco
Издательство: Bookwire
Серия: Varia
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786075570426
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las tercas mareas aprendieron

      la virtud del repliegue, el ocultarse

      entre rocas y limo.

      Caminantes oblicuos,

      en la tenacidad de sus dos pinzas

      sujetan el vacío que penetran

      sus ojillos feroces como cuernos.

      Nómadas en el fango y habitantes

      en dos exilios:

      extranjeros

      ante los pobladores de las aguas

      y ante los animales de la tierra.

      Trepadores nocturnos,

      armaduras errantes,

      hoscos, pétreos, eternos fugitivos,

      siempre rehúyen la inmortalidad

      en imposibles círculos cuadrados.

      Su frágil caparazón

      incita al quebrantamiento,

      al pisoteo…

      ¶ (Hércules vengó así la mordedura

      y Juno que lo envió en misión suicida

      para retribuirlo situó a Cáncer

      entre los doce signos del Zodiaco

      a fin de que sus patas y tenazas

      encaminen al sol por el verano,

      el tiempo en que germinan las semillas.)

      Se ignora en cuál momento dio su nombre

      a ese mal que es sinónimo de muerte.

      Aun cuando termina el siglo veinte

      permanece invencible

      —y basta su mención para que el miedo

      cruce el rostro de todos los presentes.

      BIOLOGÍA DEL HALCÓN

      Los halcones son águilas domesticables.

      Son perros

      de aquellos lobos.

      Son bestias de una cruenta servidumbre.

      Viven para la muerte.

      Su vocación es dar la muerte.

      Son los preservadores de la muerte

      y la inmovilidad.

      Los halcones: verdugos, policías.

      Con su sadismo y servilismo ganan

      una triste bazofia compensando

      nuestra impotente envidia por las alas.

      Irás y no volverás

      IDILIO

      Con aire de fatiga entraba el mar

      en el desfiladero.

      El viento helado

      dispersaba la nieve de la montaña.

      Y tú

      parecías un poco de primavera,

      anticipo

      de la vida yacente bajo los hielos,

      calor

      para la tierra muerta,

      cauterio

      de su corteza ensangrentada.

      Me enseñaste los nombres de las aves,

      la edad

      de los pinos inconsolables,

      la hora

      en que suben y bajan las mareas.

      En la diafanidad de la mañana

      se borraban las penas

      del extranjero,

      el rumor

      de guerras y desastres.

      ¶ El mundo

      volvía a ser un jardín

      (lo repoblaban

      los primeros fantasmas),

      una página en blanco,

      una vasija

      en donde sólo cupo aquel instante.

      El mar latía. En tus ojos

      se anulaban los siglos,

      la miseria

      que llamamos historia,

      el horror

      agazapado siempre en el futuro.

      Y el viento

      era otra vez la libertad

      (en vano

      intentamos anclarla en las banderas).

      Como un tañido funerario entró

      hasta el bosque un olor de muerte.

      Las aguas

      se mancharon de lodo y de veneno.

      Los guardias

      brotaron como surgen las tinieblas.

      En nuestra incauta dicha merodeábamos

      una fábrica atroz en que elaboran

      defoliador y gas paralizante.

      “MORALIDADES LEGENDARIAS”

      Odian a César y al poder romano.

      Se privan de comer la última uvita

      pensando en los esclavos que revientan

      en las minas de sal o en las galeras.

      Hablan de las crueldades del ejército

      en Iliria y las Galias.

      Atragantados

      de jabalí, perdices y terneras

      dan un sorbo

      de vino siciliano

      para empinar los labios pronunciando

      las más bellas palabras:

      la uuumaaaniiidaad, el ooombreee, todas ésas

      —tan rotundas, tan grandes, tan sonoras—

      que apagan la humildad de otras más breves

      —como, digamos por ejemplo, gente.

      Termina la función. Entran los siervos

      a llevarse los restos del convite.

      Entonces los patricios se arrebujan

      en sus mantos de Chipre.

      Con el fuego del goce en sus ojillos,

      como un gladiador que hunde el tridente,

      enumeran felices los abortos

      de Clodia la toscana,

      la impotencia de Livio, los avances

      del cáncer en Vitelio.

      Afirman que es cornudo el viejo Claudio

      y sentencian a Flavio por corriente,

      un esclavo liberto, un arribista.

      ¶ Luego al salir despiertan a patadas

      al cochero insolado

      y marchan con fervor al Palatino

      a ofrecer mansamente el triste culo

      al magnánimo César.

      CONTRAELEGÍA

      Mi único tema es lo que ya no