Sigilosamente cruzó el patio, rodeó «las casas» y se fué hasta la barra de eucaliptus que defendían de los vientos bravos del este y del sud, la cabecera de la huerta de frutales.
Allí, vuelto detrás del membrillar que crecían entre los eucaliptos, se encontró a Virginio Moyano, su sobrino.
Ahorrando frases inútiles, el viejo preguntó secamente:
—¿Estás pronto?
—Sí,—respondió el mozo—; tengo ensillao, pa mí, el tordillo negro qu'es capaz de galopiar treinta leguas de un tirón, y pa ella el bayo batea, que no se cansa nunca y de un andar qu'es como hamacarse en un sillón.
—Güeno. Estén alpiste y cuando sintás un tiro, monten a caballo y claven la uña... ¡Adiós!...
—¡Adiós, tío!
Se abrazaron y el viejo empezó a andar hacia el galpón. Iba contento. Chita, la hija de don Fidel, y Virginio, su sobrino, se amaban. Pero el patrón, a quien se le había puesto entre ceja y ceja que Chita no era hija suya sino de Sandalio, no sólo había «espantado» a Virginio, sino que se había dispuesto a cazarlo; y para eso salía todas las tardes con la escopeta cargada a bala, sabiendo que el mozo rondaba por las inmediaciones.
Don Fidel odiaba a Sandalio, su viejo amigo, y compañero, su eficaz cooperador en la construcción de su fortuna; y lo odiaba tanto más, cuanto que, convencido de su infidelidad, carecía en absoluto de pruebas materiales de su traición y evitaba la querella por miedo al ridículo.
Enterado de todo, el capataz, resolvió salvar a los jóvenes proporcionándoles la fuga. ¡Después... lo que Dios quisiera!... Su acción era justa, bien que la empañase una pequeña nube: Virginio había seducido a Felisa, la sobrina del patrón, abandonándola con un hijito en los brazos, la deshonra en el rostro y la desesperación en el alma... Pero... la vida es así. Las yerbas que mueren dan alimento a las yerbas que nacen. Cuando un cariño se seca, nadie puede obligar a la tierra que permanezca estéril, que no germine otra semilla, que no críe otra planta, que no expanda otra flor...
Y cuando el capataz entró en el galpón y se acercó al fogón, pudo observar con contento, que la botella de caña estaba casi vacía y que los ojos de don Fidel brillaban excesivamente.
Incorporado a la rueda, le alcanzaron un mate; pero apenas había chupado un sorbo, cuando lo arrojó, y levantándose bruscamente, exclamó:
—¡Jué pucha!... ¡La comadreja ladrona e gallinas!...
Desenfundó el revólver que llevaba al cinto e inclinado el cuerpo avanzó con precauciones hacia el fondo obscuro del galpón, donde estaban amontonados cajones vacíos, útiles de labranza, cachivaches de toda clase.
—Ahí está—gritó el viejo haciendo fuego sobre un sujeto imaginario.
Los tertulianos, con el patrón a la cabeza, se acercaron.
—¿Pegó?
—¡Seguro que pegué!... Puay no más debe estar...
—¡Ni plumas de comadreja!... ¡Sandalio ya no tiene ni vista ni puntería!—expresó irónicamente don Fidel.
Y Sandalio, con ironía:
—¡Pasencia!... Cuando se tiran dos tiros al mesmo tiempo, no se pueden acertar los dos...
En ese mismo momento llegó hasta el galpón el estampido de un tiro que parecía venir de la valla de eucaliptus. Todos corrieron hacia allá y se encontraron con un cuadro tan inesperado como desconcertante.
Virginio, hincada en tierra una rodilla, sostenía entre sus brazos el cuerpo inanimado de Chita, todo bañado en sangre. A unos pasos de allí, recostada a un eucaliptu, Felisa, cuyo rostro expresaba contento feroz, tenía en su mano la escopeta, humeante aún.
Don Fidel y Sandalio se abalanzaron al mismo tiempo sobre la joven moribunda. Pero el capataz llegó primero y la arrancó de los brazos de Virginio, y besándola frenéticamente, exclamó:
—¡Hija mía!... ¡Adorada hija mía!...
El estanciero detuvo el movimiento de sus brazos. Se replegó sobre sí mismo y con una voz tan amarga cual si le hubiesen reventado en la garganta una vejiga de hiel, díjole:
—¡Ah! ¡Tu hija!... ¿Te denunciás al final, traidor de amigos, ladrón de honras?...
Y con un gesto rápido, sacó el revólver, lo aplicó a la frente de Sandalio y le hizo saltar los sesos.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.