»Yo estaba en los alrededores del bosque. No me preguntes qué hacía allí, porque no me acuerdo. Solo sé que había salido de casa, tal vez en un descuido de mi madre, y me había alejado hacia la espesura. Entonces fue cuando vi al unicornio.
»Avanzó hacia mí, tambaleándose, temblando bajo la luz de los seis astros. Hasta que, incapaz de seguir caminando, cayó al suelo, agonizante.
»Recuerdo haberme acercado a él. Recuerdo haberle rozado, tal vez queriendo ayudarlo. No lo sé, era muy pequeño y no sabía lo que estaba pasando.
»Aquel unicornio murió ante mis ojos. No comprendí muy bien por qué... al menos, no en aquel momento. Entonces, mi madre me llamó desde la cabaña, y volví corriendo. Cuando llegué, la encontré muy asustada. Me hizo ocultarme bajo la cama y se puso a cerrar todas las puertas y las contraventanas, y a asegurarlas con todo lo que encontraba, como si temiera que alguien pudiera atacarnos en cualquier momento. Yo suponía que era por aquel cielo rojo, porque las lunas y los soles estaban en una posición extraña, tal vez incluso por la muerte del unicornio.
»Pero ni las tablas clavadas en las ventanas ni los muebles amontonados contra la puerta podían detenerle a él. Y, en el fondo, mi madre lo sabía, lo sabía cuando se acurrucó en un rincón, temblando y abrazándome con todas sus fuerzas, deseando que todo aquello no fuera más que una pesadilla.
»Así nos encontró Ashran, el Nigromante, cuando hizo volar la puerta como si fuera una pluma y entró en la casa para buscarnos... para buscarme. Mi madre trató de impedir que me llevara consigo, pero, ¿qué podía hacer una pobre mujer contra la poderosa magia de Ashran? Yo era su hijo y, por tanto, le pertenecía. No sé cómo se habían conocido mis padres, no sé por qué estuvieron juntos; solo puedo suponer, por lo poco que recuerdo, que mi madre decidió huir conmigo cuando yo era un bebé, lejos de mi padre, pero sabiendo, en el fondo, que cuando él quisiera reclamarme, nos encontraría de todas formas, fuéramos a donde fuésemos.
»Y así fue. Ashran me llevó con él, por la fuerza.
Nunca más volví a ver a mi madre.
»Después...
Calló un momento. Victoria escuchaba con atención, y Kirtash siguió hablando:
—Después, Ashran me utilizó para sellar su pacto con los sheks. Ellos aportaron a uno de los suyos, un shek joven, casi recién salido del huevo. Ashran ofreció a su propio hijo.
»Y nos fundió a los dos en un solo ser.
—¿Qué? –se le escapó a Victoria. Kirtash la miró.
—Sabes de qué estoy hablando –le dijo–. Es el mismo conjuro que ha convertido a tu amigo Alexander en lo que es ahora. El hechizo que hace que dos almas, dos espíritus, se fusionen en uno solo. Elrion introdujo en su cuerpo el espíritu de un lobo. Ashran implantó en mi cuerpo el espíritu de un shek. Solo que, en mi caso, el conjuro salió bien, los dos espíritus se fusionaron totalmente en uno solo. Alexander, en cambio, es un híbrido incompleto; su cuerpo alberga dos espíritus, el del hombre y el del lobo, y los dos están en lucha permanente por el control de su ser. En mi caso, esa lucha nunca llegó a producirse. Al fin y al cabo, Ashran es poderoso, y sabe lo que hace.
—Un... híbrido –repitió Victoria, anonadada. Kirtash asintió.
—Solo funciona con individuos muy jóvenes, no con adultos. Además, Alexander en concreto tiene una gran fuerza de voluntad, y su alma se rebeló con todas sus fuerzas contra la invasión del espíritu del lobo... y no solo eso, sino que hasta logra controlarlo la mayor parte del tiempo.
»De todas formas, incluso con niños, la mayor parte de las veces la fusión de espíritus no sale bien. Yo era un niño y, sin embargo, lo pasé muy mal los primeros días.
—¿Duele? –preguntó Victoria en voz baja. Kirtash asintió, pero no dio detalles.
—Después, ya no me importó. Decir que me había convertido en un humano con los poderes de un shek es simplificar las cosas y, sin embargo, podría definírseme así. Solo que no son simplemente «poderes». Soy un shek. Y también soy humano.
»Ashran llamó Kirtash a la nueva criatura nacida de su experimento. Los sheks me enseñaron a emplear mis capacidades. Los mejores mercenarios y asesinos humanos me enseñaron a pelear, a matar. El propio Ashran me enseñó a utilizar la magia que me entregó aquel unicornio antes de morir. Aprendí deprisa. Al fin y al cabo, algo en mi interior me hacía superior a todos ellos. Pronto aventajé a mis maestros, en todo excepto en la magia, que nunca se me dio bien, puesto que el poder mental del shek mantenía sometido al poder entregado por el unicornio; a pesar de este pequeño detalle, me convertí en el mejor agente de Ashran, en quien él más confiaba. Después de todo, era su hijo.
—¿Y nunca le has odiado... por lo que te hizo?
—No. ¿Por qué? Soy lo que soy gracias a él. No me odio a mí mismo, no me arrepiento de lo que hago. El shek no es un parásito en mi interior, Victoria. Es parte de mí. La criatura que soy ahora es obra de Ashran el Nigromante. A él debo mi existencia... como híbrido, sí, pero mi existencia, al fin y al cabo. Y –añadió, mirándola fijamente– es justamente el híbrido lo que te provoca esos sentimientos. Si fuese un shek, te horrorizaría. Si fuese un humano, no te habrías fijado en mí. Es la mezcla lo que te atrae. Es a Kirtash a quien quieres, no al humano que podría haber sido si Ashran no me hubiera hecho como soy.
Victoria fue a protestar, pero calló, confusa, porque se dio cuenta de que él tenía razón.
—Me preguntabas por mis sentimientos –prosiguió Kirtash–. Los sheks no pueden amar a los humanos, como ya imaginabas. Y, sin embargo, me fijé en ti porque soy un shek. Si hubiera sido simplemente un asesino humano, te habría matado sin vacilar. Pero vi algo en ti que me llamó la atención, primero, me intrigó, después, y finalmente me fascinó.
»Pero si esa fascinación se convirtió en algo más, Victoria, es porque también soy humano y, como humano, puedo experimentar emociones. Esas emociones, que para Jack son su fuerza, para mí son una debilidad. Mi padre lo sabe; sabe lo que siento por ti, sabe que eres mi punto débil, y por eso ha decidido que debes morir.
Victoria sintió que le faltaba el aliento. Su historia la había conmovido profundamente, pero, sobre todo, había vuelto a desatar aquellos confusos sentimientos en su interior. Porque ahora sabía con certeza lo que, en el fondo, su corazón no había dudado ni un solo instante: que había algo entre ellos dos, una emoción intensa, real. Porque él era humano, en parte. Como ella.
Se acercó un poco más.
—Christian –susurró–. ¿Puedo llamarte Christian?
—¿Llamas Christian a mi parte humana? –preguntó él, sonriendo.
Victoria frunció el ceño, pensativa.
—Tal vez... no sé. Te llamo Kirtash cuando te odio. Te llamo Christian cuando te quiero. Es difícil definirse por uno u otro sentimiento, tratándose de ti.
La sonrisa de Christian se hizo más amplia.
—Es confuso –prosiguió ella–. Tienes razón. Si fueras un humano completo no sentiría lo que siento por ti. Pero... tal vez tampoco te odiaría a veces. Me horroriza la forma que tienes de matar, como si la vida humana no fuera importante.
—No lo es. Al menos, no para un shek.
—A eso me refiero. No sé a qué atenerme contigo.
Y tampoco ayuda el hecho de que estés obsesionado con matar a mi mejor amigo.
—Es mucho más que tu mejor amigo, Victoria.
—¿Eso te molesta?
—En absoluto. No estoy celoso, si es eso lo que piensas. No veo por qué tienes que amar a una sola persona, si en tu corazón hay espacio para dos. No me perteneces. Tan solo me pertenece lo que sientes por mí. Pero tú puedes sentir