Cerró los ojos y sacudió la cabeza. Estaba intentando olvidar a Christ... Kirtash, para poder iniciar algo nuevo con Jack, cuando estuviera preparada, y no iba a echarlo todo por la borda, ahora no. Después de todo lo que Jack había hecho por ella, no se merecía que volviera a responder a la llamada de su enemigo.
Pero... tal vez si solo hablaban... tal vez él pudiera explicarle...
Él no volvía a llamarla, y Victoria pensó, angustiada, que tal vez había considerado que tres veces eran más que suficientes. Tenía que comprobarlo.
Se levantó deprisa, se puso su bata blanca por encima del pijama, se calzó las zapatillas y salió de su cuarto en silencio, con el corazón latiéndole con fuerza. Una parte de ella deseaba que Kirtash se hubiese ido ya, y así no se metería en problemas. Pero otra parte quería volver a verlo y, aunque intentaba convencerse a sí misma de que era solo para tratar de obtener alguna información, lo cierto era que no era esa la verdadera razón por la que acudía a su encuentro.
Salió al jardín y sintió que se quedaba sin aliento al distinguir, bajo la luz de la luna y las estrellas, la figura de Kirtash en el mirador. Respiró hondo. Aún estaba a tiempo de regresar...
Pero avanzó hasta quedar a unos pasos de él. El joven se volvió para mirarla. Estaba más serio de lo que era habitual en él.
—Buenas noches –dijo con suavidad. Victoria tragó saliva.
—Buenas noches –respondió; titubeó y añadió–: siento lo de tu espada.
—Sé que no lo sientes en realidad –replicó él–. Al fin y al cabo, iba a matar a Jack con ella.
Victoria no supo qué decir.
—Acércate y siéntate, por favor –pidió entonces el shek–. Tengo que hablar contigo.
Victoria negó con la cabeza.
—Si no te importa, me quedaré aquí. Kirtash esbozó una media sonrisa.
—Como quieras. Seré breve, entonces. He venido a advertirte que corres peligro.
—¿Qué quieres decir?
—Ashran ha enviado a alguien a matarte. Alguien que no soy yo y que, por tanto, no tendrá reparos en acabar con tu vida.
Victoria se estremeció. No por las noticias que él le traía, sino por todo lo que implicaba el hecho de que estuviera contándole aquello.
—Pero... se supone que tú no deberías decirme estas cosas, ¿verdad? ¿Qué pasará si Ashran se entera?
Kirtash se encogió de hombros.
—Eso es problema mío. Lo único que tiene que preocuparte, Victoria, es que estás en peligro. Quédate en Limbhad, o bien en esta casa. Como ya te dije, te protege. No de mí, es cierto, pero sí de ella.
—¿Ella? –repitió Victoria en voz baja. Kirtash asintió.
—Se llama Gerde, y tiene mucho interés en matarte. Ashran se lo ha encomendado como una misión especial. Me temo que es por mi culpa –añadió–, y por eso he venido también a despedirme: no volveremos a vernos.
Algo atravesó el corazón de Victoria como un puñal de hielo.
—¿Nunca más?
—No, hasta que mate a Jack –especificó Kirtash–. Entonces, podré pedir a Ashran que te perdone la vida.
—No soporto oírte decir eso –replicó ella, irritada–. ¿Tienes idea de lo importante que es Jack para mí? ¿Cómo puedes seguir diciendo tan tranquilamente que vas a matarlo, y esperar que lo acepte, sin más?
—No espero que lo aceptes. Sé que no lo harás. Pero todo es cuestión de prioridades, y lo único que me importa ahora es mantenerte con vida, ¿entiendes? Cuando está en juego tu existencia futura, Victoria, no puedo pararme a pensar en tus sentimientos.
Ella abrió la boca para responder, pero no fue capaz. De nuevo, Kirtash la había dejado sin palabras.
—Por eso tienes que permanecer oculta –prosiguió él–; no debes permitir que Gerde te encuentre, bajo ningún concepto.
—Puedo luchar contra ella.
Kirtash la miró fijamente.
—Sí. Y tal vez lograras derrotarla. Pero no quiero correr riesgos y, por otra parte, si Gerde fracasa, Ashran enviará a otra persona.
—Lucharé contra todos ellos –aseguró Victoria, con fiereza–. Y –añadió, mirando a Kirtash a los ojos, desafiante– seguiré protegiendo a Jack. No permitiré que le pongas la mano encima.
Kirtash no hizo ningún comentario.
Hubo un silencio que a Victoria le resultó muy incómodo. Sospechaba que él no tenía nada más que decir, y eso significaba que se marcharía, y que tal vez no volvería a verlo. Y si, para reencontrarse con Kirtash en un futuro, Jack tenía que morir, Victoria prefería que ese reencuentro no llegara a producirse nunca.
Por eso, tenía que retrasar todo lo posible el momento de la despedida.
—¿Cómo... cómo logró Jack romper tu espada? –preguntó por fin.
Kirtash la miró a los ojos, muy serio, y Victoria temió haber ido demasiado lejos. Pero finalmente, el shek respondió:
—Yo estaba alterado, y perdí concentración. Eso hizo que Haiass se debilitara. Por eso Jack logró quebrarla.
Victoria intuía que había mucho más detrás de aquella sencilla explicación, algo que Kirtash no quería contarle. Insistió:
—Pero tú... eres un shek, ¿no? Eres poderoso. Eres... casi invencible.
Kirtash seguía mirándola, de aquella manera tan intensa, y Victoria desvió la vista, incómoda.
—Soy un shek –respondió él–. Pero eso no es nada nuevo para ti, ¿verdad? ¿Qué es lo que quieres saber exactamente?
Victoria abrió la boca para preguntarle acerca de Jack, pero los sentimientos contradictorios que le inspiraba Kirtash volvieron a confundirla, y dijo en voz baja:
—Quiero saber si de verdad puedes sentir algo... algo por mí.
Los fríos ojos azules de Kirtash parecieron iluminarse con un destello cálido.
—¿Todavía lo dudas? –preguntó con suavidad, y el corazón de Victoria volvió a latir desenfrenadamente. Sacudió la cabeza. Sabía que no era humano, sabía que...
¿Qué era lo que sabía, en realidad? Ladeó la cabeza y lo miró, tratando de descifrar sus misterios.
—¿Quién... quién eres? –preguntó.
—Soy Kirtash –respondió él, con sencillez–. Claro que también puedes llamarme Christian, si lo prefieres.
Victoria calló, confusa. Él le dedicó una media sonrisa.
—¿De verdad quieres saber quién soy? Es una larga historia. ¿Estás dispuesta a escucharla?
Victoria dudó, pero finalmente avanzó unos pasos y se sentó junto a él y lo miró, con cierta timidez. Kirtash contempló la luna menguante durante unos instantes. Después dijo:
—Yo nací humano. Completamente humano. Hace diecisiete años, en algún lugar de Idhún.
»Tengo pocos recuerdos de mi infancia. Vivía con mi madre en una cabaña, poca cosa, junto al bosque de Alis Lithban, el hogar de los unicornios. Tal vez mi madre pensaba que los unicornios nos protegerían a ambos, y por eso eligió aquel lugar para vivir. No lo sé.
»Entonces yo no me llamaba Kirtash; pero no recuerdo el nombre que me puso mi madre al nacer, tampoco recuerdo el nombre de ella, ni su rostro; ese