—Es mucho más que una muchedumbre, Su Majestad —puntualizo Lord Neresford, como si los consejeros de la Viuda no le hubieran explicado la magnitud exacta de la fuerza invasora. Tal vez daba por sentado que, al ser mujer, no tendría el suficiente conocimiento sobre la guerra para comprenderlo—. Aunque estoy seguro de que toda la Asamblea está deseosa de oír sus planes para derrotarlo.
La Viuda lo miró fijamente, aunque era difícil hacerlo cuando parecía que sus pulmones iban a estallar en un ataque de tos en cualquier momento.
—Como sabrán los honorables señores —dijo—, he evitado a propósito tener un papel demasiado cercano a los ejércitos del reino. No querría que se sintieran incómodos reclamando comandarles ahora.
—Estoy seguro de que podríamos perdonarlo, por esta vez —dijo el lord, como si él tuviera el poder de perdonarla o de condenarla—. ¿Cuál es su solución, Su Majestad?
La Viuda encogió los hombros.
—Pensé en empezar con una boda.
Se quedó quieta, esperando a que el escándalo se fuera apagando, las diferentes facciones de la Asamblea se gritaban entre ellas. Los monárquicos vitoreaban su apoyo, los antimonárquicos se quejaban por los gastos. Los miembros militares daban por sentado que los ignoraba, mientras que los que no tenían tanta influencia en el reino deseaban saber lo que todo esto significaba para su gente. La Viuda no dijo nada hasta estar segura de que tenía su atención.
—Escúchense, farfullando como niños asustados —dijo—. ¿Sus maestros y sus institutrices no les enseñaron la historia de nuestra nación? ¿Cuántas veces los enemigos extranjeros han buscado reclamar nuestras tierras, celosos de su belleza y de su riqueza? ¿Quieren que se las enumere? ¿Quieren que les cuente los fracasos de la Flota de Guerra Havvers, de la Invasión de los Siete Príncipes? Incluso en nuestras guerras civiles, a los enemigos que venían sin ellas les hacíamos retroceder siempre. Hace mil años que nadie conquista esta tierra y sin embargo ahora sienten pánico porque unos cuantos enemigos han evitado nuestra primera línea de defensas.
Miró alrededor de la sala, avergonzándolos como si fueran niños.
—Yo no puedo ofrecer mucho a nuestra gente. No puedo ordenar sin su apoyo y de la forma correcta. —No quería que discutieran sobre su poder allí y en ese momento—. Pero puedo ofrecerles esperanza, por lo que hoy, en esta Asamblea, deseo anunciar un acontecimiento que ofrece esperanza para el futuro. Deseo anunciar la inminente boda de mi hijo Sebastián con Lady d’Angelica, Marquesa de Sowerd. ¿Alguno de ustedes pide forzar un voto en el asunto?
Pero no lo hicieron, aunque ella sospechaba que era tanto porque estaban estupefactos por el anuncio como por cualquier otra cosa. A la Viuda no le importaba. Salió de la sala, decidiendo que sus propias preparaciones eran más importantes que cualquier asunto que pudieran concluir en su ausencia.
Todavía había mucho por hacer. Debía asegurarse de que las hijas de los Danses habían sido contenidas, debía hacer las preparaciones para la boda…
El ataque de tos la cogió de repente, aunque lo había esperado durante la mayor parte de su discurso. Cuando apartó el pañuelo manchado de sangre, la Viuda supo que hoy había forzado demasiado. Eso, y que las cosas avanzaban más rápido de lo que a ella le hubiera gustado.
Ella iba a terminar las cosas aquí. Aseguraría el reino para sus hijos, contra todas las amenazas, de dentro y de fuera. Procuraría que su dinastía continuara. Haría que eliminaran los peligros.
Pero antes de todo esto, tenía que ver a alguien.
***
—Sebastián, lo siento —dijo Angelica y, a continuación, se detuvo frunciendo el ceño. Así no estaba bien. Demasiado impaciente, demasiado alegre. Debía intentarlo de nuevo—. Sebastián, lo siento mucho.
Mejor, pero todavía no estaba del todo bien. Continuaba practicando mientras andaba por los pasillos de palacio, sabiendo que cuando llegara el momento de decirlo realmente, tendría que ser perfecto. Tenía que hacerle comprender a Sebastián que ella sentía su dolor, pues ese tipo de compasión era el primer paso cuando se trataba de tener su corazón.
Hubiera sido más fácil si ella no hubiera sentido otra cosa que no fuera alegría al pensar en que Sofía ya no estaba. Solo el recuerdo del cuchillo clavándose dentro de ella le hacía sonreír de una manera en la que no podría hacerlo delante de Sebastián cuando este regresara.
No tardaría mucho. Angelica había llegado a casa antes que él cabalgando con esfuerzo, pero no tenía ninguna duda de que Ruperto, Sebastián y todo el resto regresarían pronto. Debía estar preparada cuando lo hicieran, pues no tenía ningún sentido eliminar a Sofía si no podía aprovecharse del vacío que quedaba.
Pero, por ahora, Sebastián no era el miembro de su familia de quien debía preocuparse. Se paró fuera de los cuartos de la Viuda y tomó aire mientras los guardias la observaban. Cuando abrieron de golpe las puertas en silencio, Angelica puso la mejor de sus sonrisas y se dispuso a avanzar.
—Recuerda que has hecho lo que ella quiere —se decía Angelica a sí misma.
La Viuda la estaba esperando, sentada en una cómoda silla y bebiendo algún tipo de infusión. Esta vez, Angelica recordó la gran reverencia y, al parecer, la madre de Sebastián no estaba de humor para juegos.
—Por favor, levántate, Angelica —dijo en un tono que era sorprendentemente suave.
Aun así, tenía sentido que estuviera contenta. Angelica había hecho todo lo que se le pidió.
—Siéntate aquí —dijo la anciana, señalando hacia un lugar a su lado. Era mejor que tener que arrodillarse ante ella, aunque recibir órdenes de esta manera era como una espinita que Angelica tenía clavada—. Ahora, háblame de tu viaje a Monthys.
—Ya está —dijo Angelica—. Sofía ha muerto.
—¿Estás segura de ello? —preguntó la Viuda—. ¿Comprobaste su cuerpo?
Angelica frunció el ceño ante el tono inquisitivo. ¿Nada bastaba para esta anciana?
—Tuve que escapar antes de eso, pero la apuñalé con un estilete infectado con el veneno más fuerte que tenía —dijo—. Nadie podría haber sobrevivido.
—Bueno —dijo la Viuda—, espero que estés en lo cierto. Mis espías dicen que apareció su hermana.
Angelica notó que se le abrían un poco más los ojos al oír eso. Sabía que Ruperto no había regresado todavía, así que ¿cómo podía haberse enterado de tanto la Viuda, tan rápidamente? Tal vez había mandado un pájaro antes.
—Así es —dijo—. Partió con el cadáver de su hermana, en un barco que se dirigía a Ishjemme.
—En dirección a Lars Skyddar, sin duda —murmuró la Viuda. Esta fue otra pequeña sorpresa para Angelica. ¿Cómo era posible que unas campesinas como Sofía y su hermana conocieran a alguien como el gobernante de Ishjemme?
—He hecho lo que usted quería —dijo Angelica. Incluso a ella le sonó defensivo.
—¿Esperas alabanzas? —preguntó la Viuda—. ¿Tal vez una recompensa? ¿Algún título insignificante para añadir a tu colección, quizás?
A Angelica no le gustaba que le hablaran con esa altanería. Había hecho todo lo que había pedido la Viuda. Sofía había muerto y Sebastián estaría en casa pronto, preparado para aceptarla.
—Acabo de anunciar vuestras nupcias a la Asamblea de los Nobles —dijo la Viuda—. Pensaba que casarse con mi hijo sería suficiente recompensa.
—Más que suficiente —dijo Angelica—. Pero ¿Sebastián aceptará esta vez?
La Viuda alargó