Pantoja. La inquietud que producen las conversaciones inconvenientes, se calmará con los conceptos míos bienhechores, saludables.
Electra. Es usted poeta, señor de Pantoja, y me gusta oírle.
Pantoja (le señala una silla: se sientan los dos). Hija mía, voy a dar a usted la explicación del cariño intenso que habrá notado en mi. ¿Lo ha notado?
Electra. Sí, señor.
Pantoja. Explicación que equivale a revelar un secreto.
Electra (muy asustada). ¡Ay, Dios mío, ya estoy temblando!…
Pantoja. Calma, hija mía. Oiga usted primero lo que es para mí más dolorosa. Electra, yo he sido muy malo.
Electra. Pero si tiene usted opinión de santo!
Pantoja. Fui malo, digo, en una ocasión de mi vida. (Suspirando fuerte.) Han pasado algunos años.
Electra (vivamente). ¿Cuántos? ¿Puedo yo acordarme de cuando usted fue malo, Don Salvador?
Pantoja. No. Cuando yo me envilecí, cuando me encenagué en el pecado, no había usted nacido.
Electra. Pero nací…
Pantoja (después de una pausa). Cierto…
Electra. Nací… Por Dios, señor de Pantoja, acabe usted pronto…
Pantoja. Su turbación me indica que debemos apartar los ojos de lo pasado. El presente es para usted muy satisfactorio.
Electra. ¿Por qué?
Pantoja. Porque en mí tendrá usted un amparo, un sostén para toda la vida. Inefable dicha es para mí cuidar de un ser tan noble y hermoso, defender a usted de todo daño, guardarla, custodiarla, dirigirla, para que se conserve siempre incólume y pura; para que jamás la toque ni la sombra ni el aliento del mal. Es usted una niña que parece un ángel. No me conformo con que usted lo parezca: quiero que lo sea.
Electra (fríamente). Un ángel que pertenece a usted… ¿Y en esto debo ver un acto de caridad extraordinaria, sublime?
Pantoja. No es caridad: es obligación. A mi deber de ampararte, corresponde en ti el derecho a ser amparada.
Electra. Esa confianza, esa autoridad…
Pantoja. Nace de mi cariño intensísimo, como la fuerza nace del calor. Y mi protección, obra es de mi conciencia.
Electra (se levanta con grande agitación. Alejándose de Pantoja, exclama aparte): ¡Dos, Señor, dos protecciones! Y ésta quiere oprimirme. ¡Horrible confusión! (Alto.) Señor de Pantoja, yo le respeto a usted, admiro sus virtudes. Pero su autoridad sobre mí no la veo clara, y perdone mi atrevimiento. Obediencia, sumisión, no debo más que a mi tía.
Pantoja. Es lo mismo. Evarista me hace el honor de consultarme todos sus asuntos. Obedeciéndola, me obedeces a mí.
Electra. ¿Y mi tía quiere también que yo sea ángel de ella, de usted…?
Pantoja. Ángel de todos, de Dios principalmente. Convéncete de que has caído en buenas manos, y déjate, hija de mi alma, déjate criar en la virtud, en la pureza.
Electra (con displicencia). Bueno, señor: purifíquenme. ¿Pero soy yo mala?
Pantoja. Podrías llegar a serlo. Prevenirse contra la enfermedad es más cuerdo y más fácil que curarla después que invade el organismo.
Electra. ¡Ay de mí! (Elevando los ojos y quedando como en éxtasis, da un gran suspiro. Pausa.)
Pantoja. ¿Por qué suspiras así?
Electra. Deje usted que aligere mi corazón. Pesan horriblemente sobre él las conciencias ajenas.
ESCENA XII
Electra, Pantoja; Evarista por el foro.
Evarista. Amigo Pantoja, la Madre Bárbara de la Cruz espera a usted para despedirse y recibir las últimas órdenes.
Pantoja. ¡Ah! no me acordaba… Voy al momento. (Aparte a Evarista.) Hemos hablado. Vigile usted. Temamos las malas influencias.
(Antes de salir Pantoja por el foro, entran el Marqués y Máximo por la derecha.)
ESCENA XIII
Electra, Evarista, El Marqués, Máximo.
Marqués. He tardado un poquitín.
Evarista. No por cierto. ¿Estuvo usted en el estudio de Máximo? (Se forman dos grupos: Electra y Máximo a la izquierda; Evarista y el Marqués a la derecha.)
Marqués. Sí, señora. Es un prodigio este hombre. (Sigue ponderando lo que ha visto en el laboratorio.)
Electra (suspirando). Sí, Máximo: tengo que consultar contigo un caso grave.
Máximo (con vivo interés). Dímelo pronto.
Electra (recelosa mirando al otro grupo). Ahora no puede ser.
Máximo. ¿Cuándo?
Electra. No sé… no sé cuándo podré decírtelo… No es cosa que se dice en dos palabras.
Máximo. ¡Ah, pobre chiquilla! Lo que te anuncié… ¿Apuntan ya las seriedades de la vida, las amarguras, los deberes?
Electra. Quizás.
Máximo (mirándola fijamente, con vivo interés). Noto en tu rostro una nube de tristeza, de miedo… gran novedad en ti.
Electra. Quieren anularme, esclavizarme, reducirme a una cosa… angelical… No lo entiendo.
Máximo (con mucha viveza). No consientas eso, por Dios… Electra, defiéndete.
Electra. ¿Qué me recomiendas para evitarlo?
Máximo (sin vacilar). La independencia.
Electra. ¡La independencia!
Máximo. La emancipación… más claro, la insubordinación.
Electra. Quieres decir que podré hacer cuanto me dé la gana, jugar todo lo que se me antoje, entrar en tu casa como en país conquistado, enredar con tus hijos, y llevármelos al jardín o a donde quiera.
Máximo. Todo eso, y más.
Electra. ¡Mira lo que dices…!
Máximo. Sé lo que digo.
Electra. ¡Pero si me has recomendado todo lo contrario!
Máximo (mirándola fijamente). En tu rostro, en tus ojos, veo cambiadas radicalmente las condiciones de tu vida. Tú temes, Electra.
Electra. Sí. (Medrosa.)
Máximo. Tú… (Dudando qué verbo emplear. Va a decir amar y no se atreve) deseas algo con vehemencia.
Electra (con efusión). Sí. (Pausa.) Y tú me dices que contra temores y anhelos… insubordinación.
Máximo. Sí: corran libres tus impulsos, para que cuanto hay en ti se manifieste, y sepamos lo que eres.
Electra. ¡Lo que soy! ¿Quieres conocer…?
Máximo. Tu alma…
Electra. Mis secretos…
Máximo. Tu alma… En ella está todo.
Electra (advirtiendo que Evarista la vigila). Chitón. Nos miran.
ESCENA XIV
Los mismos; Don Urbano, Pantoja por el fondo.
Don Urbano. ¿Almorzamos?
Pantoja (a Evarista, sofocado, viendo a Electra con Máximo). ¿Pero, hija, la deja usted sola con Mefistófeles?
Evarista. No hay motivo para alarmarse, amigo Pantoja.
Marqués (riendo). ¡Claro: si este