Marqués (con entusiasmo). Y como corazón. ¿Pues quién hay más noble, más sincero…?
Evarista (no queriendo empeñarse en una discusión delicada). Bueno, Marqués, bueno… (Variando de conversación.) ¿Con que… decía usted… que hemos de estar allí a las cinco?
Marqués. En punto. Cuento con ustedes y con Electra.
Evarista. No sé si debemos llevarla…
Marqués. ¡Oh! Traigo el encargo especialísimo de gestionar la presencia de la niña en esta solemnidad. Y ya me di tono de buen diplomático asegurando que lo conseguiría. Virginia desea conocerla.
Don Urbano. En ese caso…
Marqués. ¿Me prometen ustedes no dejarme mal?
Evarista. ¡Oh! Cuente usted con Electra.
Marqués. Tendremos mucha y buena gente. (Se levanta para retirarse.)
Don Urbano. El acto resultará brillantísimo.
Marqués. Hasta luego, pues. Yo tengo que venir a casa de Otumba. Pasaré por aquí. (Óyese la voz de Electra por la izquierda con alegre charla y risa. Detiénese el Marqués al oírla.)
ESCENA IV
Los mismos; Electra.
Electra (dentro). Ja, ja… Rica, otro beso… Tonta tú, tonta yo; pero ya nos entendemos. (Aparece por la izquierda con una preciosa muñeca grande, a la que besa y zarandea. Detiénese como avergonzada.)
Evarista. Niña, ¿qué haces?
Marqués. No la riña usted.
Electra. Mademoiselle Lulú y yo pasamos el rato contándonos cositas.
Don Urbano (al Marqués). Hoy está desatinada.
Electra (alejándose, habla con la muñeca sigilosamente. Los demás la observan). Lulú, ¡qué linda eres!
Pero él es más bonito. ¡Qué feliz será mi amor contigo, y yo con los dos!
Marqués. ¿Sigue tan juguetona, tan…?
Evarista. Desde ayer notamos en ella una tristeza que nos pone en cuidado.
Marqués. Tristeza, idealidad…
Evarista. Y ahora, ya ve usted…
Marqués (cariñoso, acudiendo a ella). Electra, niña preciosa…
Electra (aproximando la cara de la muñeca a la del Marqués). Vaya, Mademoiselle, no seas huraña: da un besito a este caballero. (Antes que el Marqués bese a la muñeca, Electra le da un ligero coscorrón con la cabeza de la misma.)
Marqués. ¡Ah, pícara! Me pega. (Acariciando la barbilla de Electra.) Lulú no se enfadará si digo que su amiguita me gusta más.
Evarista. Una y otra tienen el mismo seso.
Don Urbano. ¿Y qué hablas con tu muñeca?
Electra. A ratos le cuento mis penas.
Evarista. ¡Penas tú!
Electra. Sí, penas yo. Y cuando nos ve usted tan calladitas, es que pensamos en cosas pasadas…
Marqués. Le interesa lo pasado. Señal de reflexión.
Evarista. ¿Pero qué dices? ¿Cosas pasadas?
Electra. Del tiempo en que nací. (Con gravedad.) El día en que yo vine al mundo fue un día muy triste, ¿verdad? ¿Alguno de ustedes se acuerda?
Evarista. ¡Pero cuánto disparatas, hija! ¿No te avergüenzas de que el señor Marqués te vea tan destornillada…?
Electra. Crea usted que los tontos más tontos, y los niños más niños, no hacen sus simplezas sin alguna razón.
Marqués. Muy bien.
Evarista. ¿Y qué razón hay de este juego impropio de tu edad?
Electra (mirando al Marqués que sonríe a su lado). Ahora no puedo decirlo.
Marqués. Eso es decir que me vaya.
Evarista. ¡Niña!
Marqués. Si ya me iba. Siento que mis ocupaciones no me dejen tiempo para recrearme en los donaires de esta criatura. Adiós, Electra; vuelvo a las cinco para llevármela a usted.
Electra. ¡A mí!
Don Urbano. Sí, hija: vamos a la inauguración de Las Esclavas.41
Electra. ¿Yo también?
Evarista. Ya puedes irte arreglando.
Electra (asustada). Habrá mucha gente. ¡Ay! la gente me causa miedo. Me gusta la soledad.
Marqués. ¡Si estaremos como en familia…! Vaya, no me detengo más.
Evarista. Hasta luego, Marqués.
Marqués (a Electra). A las cinco, niña; y que aprendamos la puntualidad. (Se va por el fondo con Don Urbano.)
ESCENA V
Evarista, Electra.
Evarista. Explícame ahora por qué estás tan juguetona y tan dislocada.
Electra. Verá usted, tía: yo tengo una duda, ¿cómo diré? un problema…
Evarista. ¡Problemas tú!
Electra. Eso; en plural: problemas… porque no es uno solo.
Evarista. ¡Anda con Dios!
Electra. Y trato de que me los resuelva, con una o con pocas palabras…
Evarista. ¿Quién?
Electra (suspirando). Una persona que no está en este mundo.
Evarista. ¡Niña!
Electra. Mi madre… No se asombre usted… Mi madre puede decirme… y luego aconsejarme… ¿No cree usted que las personas que están en el otro mundo pueden venir al nuestro? (Gesto de incredulidad de Evarista.) ¿Usted no lo cree? Yo sí. Lo creo porque lo he visto. Yo he visto a mi madre.
Evarista. ¡Virgen del Carmen,42 cómo está esa pobre cabeza!
Electra. Cuando yo era una chiquilla de este tamaño…
Evarista. ¿En las Ursulinas de Bayona?43
Electra. Sí… mi madre se me aparecía.
Evarista. En sueños, naturalmente.
Electra. No, no: estando yo tan despierta como estoy ahora. (Deja la muñeca sobre una silla.)
Evarista. Electra, mira lo que dices…
Electra. Cuando estaba yo muy triste, muy solita o enferma; cuando alguien me lastimaba dándome a entender mi desairada situación en el mundo, venía mi madre a consolarme. Primero la veía borrosa, desvanecida, confundiéndose con los objetos lejanos, con los próximos. Avanzaba como una claridad… temblando… así… Luego no temblaba, tía… era una forma quieta, quieta, una imagen triste; era mi madre: no podía yo dudarlo. Al principio la veía vestida de gran señora, elegantísima. Llegó un día en que la vi con el traje monjil. Su rostro entre las tocas blancas; su cuerpo, cubierto de las estameñas obscuras, tenían una majestad, una belleza que no puede imaginar quien no la vio…
Evarista. ¡Pobre niña, no delires!…
Electra. Al llegar cerca de mí, alargaba sus brazos como si quisiera cogerme. Me hablaba con una voz muy dulce, lejana, escondida… no sé como explicarlo. Yo le preguntaba cosas, y ella me respondía… (Mayor incredulidad de Evarista.) ¿Pero usted no lo cree?
Evarista. Sigue, hija, sigue.
Electra. En las Ursulinas