Horizonte Vacio. Daniel C. NARVÁEZ. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Daniel C. NARVÁEZ
Издательство: Издательские решения
Серия:
Жанр произведения: Современные любовные романы
Год издания: 0
isbn: 9788381553971
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con voz somnolienta.

      – Jukka —notó que hablaba en voz baja, como ocultando el hecho de estar llamándolo—, ¿cómo estás?

      – Bien —mintió, pero que era una nariz rota comparada con la muerte de su hermana—. ¿Y tú cómo estás?

      – Te lo puedes imaginar. Oye, no puedo hablar mucho. Mañana al mediodía es el funeral.

      – Me lo imaginaba. Pero no creo que el resto de tu familia quiera verme por ahí.

      – Pero yo sí. Además, tengo algo importante que decirte —se escuchó ruido de voces junto a la de Sandra, por lo que esta terminó la conversación de forma brusca—. Te mando la dirección en un mensaje. Tengo que colgar.

      Jukka quedó pensativo. «¿Ahora qué? ¿Se puede complicar aún más esta situación?” Decidió salir y tomar el aire. En la recepción preguntó por la dirección de algún bar y le explicaron cómo llegar al más cercano. Consiguió llegar tras perderse un par de veces al lugar que le habían indicado en la calle Don Quijote. El barman se quedó mirándolo y desconfió un poco al ver a un tipo greñudo con un esparadrapo sobre una nariz rota y unos ojos que empezaban a ponerse morados por efecto de la fractura.

      – ¿Un mal día? —dijo el barman tanteando el talante del cliente.

      – De perros —acertó a decir Jukka.

      – Bueno. Todo tiene solución, ¿no? Menos la muerte —replicó aquel intentando mantener una conversación lo más esquiva posible.

      Jukka se limitó a asentir. El barman esperaba que pidiera algo.

      – Un ruso blanco. Por favor.

      Jukka se dedicó a sorber lentamente del vaso. Cada trago le dolía. No supo cuanto tiempo tardó en acabar su copa. Pero cuando lo hizo regresó tranquilamente al hotel. Se dio una ducha, engulló un par de calmantes y se metió en la cama. En el momento de dormirse le pareció estar entrando en un oscuro pozo sin fondo, en una caída irremediable.

      El sonido del despertador del móvil lo sacó de la espesura del sueño. Tenía que prepararse para ir al funeral. Miró el teléfono y vio en efecto un mensaje enviado por Sandra, cerca de medianoche, indicándole el lugar. Un tanatorio cercano al hospital donde había fallecido Lorena. Se afeitó y nueva ducha. Se vistió lo mejor que pudo, tan solo había echado una americana a toda prisa en el equipaje y una camisa gris.

      Cuando llegó, la capilla del tanatorio estaba llena. No quería que se notara su presencia por lo que se quedó al fondo, junto a una columna. Desde allí podía ver a la familia en primera fila. Los padres destrozados, y Sandra intentando mantener el tipo. Junto a ella distinguió a Leopoldo, que llevaba puestas unas gafas oscuras. Luego entre el resto de los asistentes reconoció los rostros de algunos antiguos alumnos y alumnas. Algunos lloraban, otros reflejaban la pena en sus miradas. En medio de un pasillo, junto al altar estaba el ataúd.

      – ¿Jukka? —escuchó una voz familiar detrás de él— ¿Eres Jukka? ¡La hostia! ¡Pero chiquillo que cambiado estás!

      Se giró y vio a Victoria acompañada de Nekane. Jukka las miró y simplemente abrazó a Victoria y luego a Nekane. Les indicó que salieran. Victoria le dijo algo a Nekane y esta se fue, no sin antes hacerle una imperceptible caricia en la mano.

      – Pero ¿qué te ha pasado en la nariz? —preguntó Victoria.

      – Nada, que soy un poco torpe y mira como he acabado.

      – Pero, pero… ¿cómo te has enterado de lo de Lorena? Ha sido una pena, oye. Tan joven.

      – Si yo te contara.

      – Oye… Tú sabes algo.

      – No es agradable ver como muere uno de tus demonios —dijo él de manera reflexiva.

      – ¡Ay, Jukka! —replicó ella observándolo con ojos llorosos. Jukka notó como le comenzó a temblar el parpado—. Había escuchado rumores, algo había visto, pero no sabía… ¡Claro! Cuando a veces me decías que estabas luchando contra tus “demonios interiores”, ¿era ella?

      – No había nada, de verdad. Mira estoy agobiado. Estoy harto —dijo cambiando de tono—. Ayer fue un día muy raro. Tan raro que Lorena acabó muerta en mis brazos. ¡Joder! No he podido dejar de pensar en la pietá. Tengo ganas de que termine todo esto y volver a Burgos.

      – Vale, tranquilo —le dijo Victoria pasándole el brazo por los hombros—. ¿Cómo te va por allí?

      – Bien. Muy bien. Clases, reuniones y mucho anonimato. ¿Y vosotros? ¿Cómo os va?

      – Para que te voy a engañar. Mal. Va todo muy mal. Lábaro y su equipo no paran de gastar el dinero. ¿Sabes? Cuando te fuiste lo primero que hizo fue asumir tu puesto con el complemento salarial incluido. Pero sin hacer absolutamente nada. No ha parado de hacer viajes a Rusia, al Caribe y vete tú a saber dónde más. Despidió a unos cuantos profesores y contrató a varios amigos suyos o recomendados, alguno de ellos no puede ni firmar las actas por no sé muy bien que tema de incompatibilidad laboral. Últimamente se encierra en su despacho y durante horas se escucha la destructora de documentos con su zumbido característico.

      – Todos los tiranos, desde Mesopotamia, tienen un deseo incontrolable por destruir las pruebas de sus excesos. Él no iba a ser menos.

      – El tema no pinta bien.

      – Huid —dijo secamente Jukka.

      Acababa de terminar la frase cuando vio llegar a Lábaro, que caminaba con su peculiar aire pomposo y grandilocuente oscilando de un lado a otro. Era el estilo reservado para sus grandes puestas en escena. Vestía un traje oscuro y corbata negra elegida para la ocasión como no podía ser de otro modo. El pelo engominado le daba un aspecto especialmente grotesco. Jukka tuvo la esperanza de que lo ignorara, pero, por el contrario, su presencia actuó como un imán para Lábaro, quien se acercó rápidamente al tiempo que comenzaba a hablar con un tono de voz demasiado alto, nada apropiado para el lugar y el momento.

      – ¡Pero mira a quién tenemos aquí! ¡Jukka Lehto! ¡Caramba! —se acercó y bajó el tono lo imprescindible para no montar un escándalo, pero para asegurarse que su comentario iba a ser escuchado, al menos en las inmediaciones— ¿Qué pasa señor Lehto? ¿Qué incluso desde Burgos te la seguía tirando?

      Jukka sintió el aliento etílico de Lábaro. El comentario desde luego se había escuchado y había tenido el efecto deseado. Jukka notó como algunas personas lo observaban y como aparecían gestos de asco y desprecio. Por su mente pasó fugazmente la idea de darle un puñetazo a Lábaro. Pero se calmó con una idea: “Por respeto a la memoria de Lorena mejor no. Menos hoy y menos aquí”. Por el contrario, decidió quitarse de en medio tras intentar dejar desconcertado a Lábaro.

      – Yo también me alegro de verte, Adolfo, pero me tengo que ir. Que te vaya bien.

      Tras decir eso salió del tanatorio. Se puso sus gafas de sol oscuras y se sentó en un banco y sin poder aguantar más dio rienda suelta a unos sentimientos encontrado. Dolor y pena se mezclaron con la rabia y la indignación. Mientras lloraba amargamente se dijo que al menos nadie lo miraría raro. En definitiva, era uno de los lugares más propicios para mostrarse así.

      No supo cuánto tiempo esperó en el exterior. Tras la experiencia con Lábaro y cómo lo había expuesto de manera tan canalla no tenía ganas de estar durante el oficio religioso. De todas maneras, nunca había creído en las palabras de los curas. En un determinado momento vio como salían rostros conocidos. Tenía ganas de salir de allí y regresar a la rutina de las clases, de los trabajos, las prácticas y tutorías. Mantener la mente ocupada se le antojaba una de las mejores maneras de salir de todo este embrollo que no acababa de entender. El zumbido del móvil lo distrajo. Lo llamaban de la Facultad. Pensó en que quizás era Arantxa, pero ante la duda no tuvo más opción que contestar.

      – ¿Lehto? —reconoció al instante la voz. Se trataba del decano—. ¿Cómo estás muchachote?

      – No muy bien