Que tres años después de su apertura la realidad económica y profesional de la Academia era una ruina no era un secreto para nadie. De manera que la vida dentro de aquel fastuoso edificio mitad Bauhaus mitad Casa del Fascio había iniciado un vertiginoso descenso al infierno, arrastrando a los veinte profesores y un centenar de alumnos que acudían cada día. Pero, así y todo, Jukka vivía para su pasión: enseñar.
Jukka tenía la costumbre de llegar al aula antes que los alumnos. Le gustaba preparar la clase con metódica tranquilidad. Abría el armario donde se guardaba el ordenador, lo encendía, a continuación, el proyector, presionaba el interruptor para bajar la pantalla y probaba que los altavoces estuvieran encendidos. Una vez encendido el ordenador, introducía su clave en la cuenta de profesor buscaba la carpeta de archivos donde estaban las imágenes y videos que iba a utilizar ese día.
Pero ese martes en especial notó, cuando se encontraba a mitad de preparación de su típico protocolo, que había entrado alguien en la clase. Miró y vio a una chica que estaba sacando un portátil de su mochila y ocupando su sitio. No le dio mayor importancia y tras decir un “buenos días” al aire y sin esperar respuesta siguió preparando todo. Cuando terminó, se sentó, sacó los apuntes de la carpeta —aunque siempre terminaba abandonándolos— y los puso sobre la mesa. Se remangó las mangas y miró al frente esperando que llegara la veintena de alumnos que estaban matriculados ese año en su asignatura de Teoría del Arte. Se fijo que la chica que estaba en el aula lo estaba mirando. Tenía la cabeza ladeada apoyada en una mano. El flequillo de una larga melena castaña con algo de tinte rojizo le caía sobre la mitad de la cara. Sus labios eran finos y pintados de rojo vivo. Los ojos reflejaban algo de melancolía. Jukka dedujo que esa mirada debía encontrarse, en ese preciso momento, en el espacio etéreo de los sueños, ya que dio por sentado que la alumna estaba dormida con los ojos abiertos, un fenómeno que había detectado en más de un estudiante a lo largo de sus años como docente. Jukka se levantó, casi para experimentar su teoría, y se acercó a ella. Pero para sorpresa de Jukka se dio cuenta de que no estaba dormida ya que la mirada de la chica lo siguió. No tuvo más remedio que romper el silencio.
– ¿Qué tal? Dispuesta a una nueva semana de clases ¿no?
– Sí, claro.
– No recuerdo tu nombre.
– Lorena Melero López.
– Pues nada… —Jukka no sabía muy bien que decir, de modo que puso un tono burlonamente serio— Lorena Melero López espero que te guste la asignatura.
– Ya lo creo. Me gusta el arte —dijo ella de manera sincera, motivando que Jukka reflexionara—. «¡Vaya! Espero que sea verdad, siempre dicen lo mismo y al final vienen mendigando el aprobado”.
Jukka sonrió y salió del aula. A lo lejos del pasillo aparecieron los primeros alumnos y alumnas con sus mochilas en las que llevaban los portátiles. Sonrió para sí pensando en que la dirección del Academia Valenciana del Cine había prohibido el uso de los portátiles en las aulas ya que algunos profesores se habían quejado de que los alumnos no atendían las clases y se dedicaban a ver videos, a jugar online, a chatear con los amigos e incluso a descargar porno. Desde luego que Jukka no pensaba aplicar esa medida en sus clases. Como responsable académico debía dar ejemplo y acatar las órdenes de la dirección, pero si algo tenía claro es que por encima de todo estaba la libertad de cátedra, y que en virtud de esa libertad no iba a imponer medidas punitivas. Si alguien no atendía le daba igual, era responsabilidad de cada uno tomar decisiones y ser coherente con ellas. Sabía que Lábaro se enteraría enseguida de su actitud y le llamaría al despacho para tratar de convencerlo de lo importante que son las normas y las actitudes. Pero primero tenía que dar su clase. Las reprimendas vendrían luego.
Fue saludando a los alumnos y a alguno de los profesores que se dirigían a las aulas. Cuando estuvieron dentro, inició la clase que ese día analizaba las relaciones del expresionismo alemán con el cine. La hora y media de clase pasó aparentemente rápida. Fue de esos días en los que los minutos parece que tienen prisa por escapar. Al concluir la clase se produjo la típica estampida de los alumnos. Jukka recogió sus cosas, apagó el ordenador y se dirigió a la puerta. Allí coincidió con Lorena.
– Me ha gustado mucho la clase —dijo ella, sin apenas mirarlo.
–Me alegro —dijo Jukka pensando en si realmente era sincera o estaba tratando de hacerle la pelota.
– En serio. Me gusta mucho la arquitectura.
– ¿En serio? Bueno, pues espero que te aprendas bien este tema, por si cae en el examen.
– Vale —dijo inocentemente ella, tras lo cual salió del aula y apretó el paso para ir a reunirse en la cafetería con sus compañeros.
Jukka subió a su despacho. De camino se encontró con Victoria, una de las profesoras. Comenzaron a hablar de temas laborales ya que corrían rumores de que este mes se iba a retrasar el pago de las nóminas. La conversación fue interrumpida por la aparición, así podría describirse, de Mario, profesor de la asignatura de guión, que llegó anunciando a todo volumen que esa tarde presentaba su enésima novela en una librería del centro de la ciudad, vino gratis incluido en el acto. Jukka y Victoria prometieron solemnemente acudir, aunque luego no lo hicieran. Entraron en el despacho de Jukka, un pequeño espacio con paredes de cristal y láminas de madera en los laterales, una ventana enorme con una impresionante vista hacia el Mediterráneo que permitía la entrada de una luz desproporcionada. Continuaron la conversación sobre el preocupante tema de las nóminas para luego pasar a otros menos intensos como las prácticas de los alumnos. Terminados los temas del día, Victoria salió y Jukka iba a hacer lo mismo, pero al salir se topó de lleno con Lorena que se encontraba esperando fuera. Casi la arrolla.
– Hola —dijo ella—, he venido por lo del trabajo. El de tu asignatura.
– ¡Ah, eh… bien! Pasa al despacho.
– Si te pillo en mal momento…
– No, no, no… que va.
Luego él le explicó lo que tenía que hacer, que sí, que podía entregar una fotografía pero que fuera original a la hora de hacerla y que la acompañara de una explicación. Le recordó la obligatoriedad de entregar un trabajo sobre el libro Lo espiritual en el arte de Kandinsky y poco más.
Se sucedieron los días de clase, pasaron las semanas y sin darse apenas cuenta llegó el final del cuatrimestre con la evaluación. Los trabajos se acumulaban en su despacho, alguno de ellos realmente originales. Entre ellos estaba el de Lorena, cuidadosamente envuelto en papel. Lo abrió y se encontró con un retrato. Pensó que era de ella, pero luego se dio cuenta de que era de su hermana. Medio sorprendido Jukka se empezó a reír mientras pensaba: «¡Tiene bemoles la chiquilla! Entregarme como trabajo una foto de la hermana. ¡Anda que sí!” Pero poco a poco empezó a ver que en realidad el retrato era un maravilloso collage hecho a base de otros fragmentos de retrato. Le dio la vuelta y encontró una nota detrás explicando el porqué de ese trabajo.
– ¡Vaya cara más guapa! —escuchó Jukka que decían desde la puerta. No se había dado cuenta de que había entrado Concepción, otra de las profesoras encargada de la secretaría académica.
– Ya ves. Pido un trabajo creativo y una alumna me ha dado esto. Una foto de su hermana —respondió Jukka, aunque luego comenzó a matizar—. Pero bueno, la técnica es lo que importa.
Días después Jukka se encontró corrigiendo el trabajo de Kandinsky que había redactado Lorena. No salía de su asombro. Aparte del hecho de que empezaba asegurando que tenía una lámina de Kandinsky en su dormitorio —lo cual estaba fuera de lugar para un trabajo de asignatura—, la redacción era impecable. La parcelación de los contenidos estaba