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Véase al final el Paralelo que no es por cierto de lo mejor que escribió Delmonte. El Sr. Suarez Romero, gran conocedor de nuestra literatura reconoció que habia exagerado los elogios que hizo de Manzano en el prólogo á las obras de R. de Palma, atribuyéndole cierta superioridad sobre Plácido de quien dijo que era de inspiracion ménos sostenida, y ménos pura y ménos ingenua y ménos ideal que la de aquel. Cedió involuntariamente á la amargura que siempre esperimentó leyendo varias composiciones suyas dedicadas más á la lisonja que inspiradas por el sentimiento de la belleza. En otro lugar (Prospecto para la Biblioteca de autores cubanos) dijo de Plácido «Sus inspiraciones se parecen á los relámpagos que en medio de una borrasca hienden las lóbregas nubes y aunque incorrecto por lo comun en sus obras, quizás en la lengua castellana no habrá ningun romance que supere á uno de los suyos, ni hay corazon tampoco que no se contriste al repetir las supremas palabras por él murmuradas en momentos terribles.» Con no menor entusiasmo habló de Plácido el literato colombiano Torres Caicedo en
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En el North American Review, Boston 1849, se compara esta carta á la que Juan Padilla escribió á su esposa en idénticas circunstancias, pero es más conmovedora la de Plácido porque son más tristes sus circunstancias.
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Posteriormente la hemos visto impresa en el Mundo Nuevo de Nueva York, en una bella biografía de Plácido por E. Guiteras: tambien inserta el autor nota de su entrada en la Casa Cuna.
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Muchos han negado que existiera el más leve indicio de conspiracion y han temido que la vindicta divina viniera á pedir cuenta de ese crímen social: entre estos, La Luz, á quien tocó de cerca, siempre sostuvo que en la conspiracion de la Escalera no hubo negros criminales sino negros poseedores, ó amos que tendrian que rescatarlos. Dos delaciones, siempre arrancadas por el tormento, bastaban para caer en las garras de la despiadada Comision, y numerosos fueron los casos de personas libres que al saberse solicitadas, se suicidaron ántes que entregarse: sabian que la inocencia no los garantizaba y que una vez en manos del horrible tribunal, serian llevados á la escalera donde el látigo funcionaria hasta arrancarles algunos nombres. En Güines se dió el tristísimo caso de un hijo, forzado por el dolor, delatando á su padre, sastre honrado y director de orquesta, que murió bajo el tormento sin hablar palabra: todavía se recuerda allí con dolor al Maestro Pepé. En Matanzas, una muger que á parte de ser mulata cubana era señorita, delató, inducida por el terror, á sus dos hermanos; fué despues concubina de uno de los fiscales y murió demente en San Dionisio, mucho ántes de la traslacion del hospicio á Mazorra; algun dia con más datos escribirá alguno la triste historia de Hortensia Lopez la Matancera. Cuenta un autor peninsular que cuando la prision de Plácido ya se habian dictado 3000 sentencias sin pruebas: necesitaríamos un volúmen para narrar los tenebrosos episodios que no han sido escritos. Jamás en Inglaterra contra católicos, ni en Francia contra hugonotes, ni en España contra moros ó judíos se desplegó una saña tan friamente cruel como la que esterminó á esa raza indefensa. «Más de mil negros, dice la Revista de Boston. (North American Review, tomo 68, 1849) murieron bajo el látigo.» El comisionado británico Kennedy testigo presencial, dice que pasaron
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Pero no «con el aire de un conquistador» como dijo la Revista Norte Americana de Boston 1849: Plácido murió con el aire de un justo: como morian sin duda los mártires del cristianismo.
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Puesto que aquí nada se ha escrito sobre el caso irémos á buscar al estrangero quien nos cuente la muerte de nuestro poeta: Mr. Jourdan, Paris 1863, la refiere del modo siguiente… «dióse entónces la señal, espesa nube salió de las bocas de fuego y envolvió á las víctimas, la sangre corria y dos ó tres agonizantes se retorcian en las convulsiones de la agonía, los soldados iban ya á romper filas, cuando del grupo de los ajusticiados un hombre se alza y clama con voz moribunda. Mundo, adios, no hay piedad para mí; soldados, aquí! Aquel desgraciado habia sido herido por una sola bala en la clavícula, una segunda descarga le dejó muerto. Era Plácido! y así pereció asesinado judicialmente el primer poeta de la raza hispano-americana. Por horrible que parezca esta historia es cierta, es justamente como lo contaba el pueblo: el episodio aunque no escrito era sobradamente conocido entre nosotros.
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Improvisado en una romería: existe el árbol, que es un mango frondoso, y la fuente, á la entrada del valle del Yumurí.
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Entre estos
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Leido este manuscrito por algunos inteligentes amigos nos han hecho sobre este pasage observaciones que modificando nuestro dictámen, nos harian cambiar su redaccion, si no prefiriéramos presentar aquellas á la consideracion del lector: hé aquí algunos estractos de cartas que hemos recibido:
«Es mejor dar por sentado que no fué más que poeta, y nunca conspirador en ningun sentido: su culpabilidad, por grandes razones que tuviera para conspirar, puede no ser aceptable para muchos y escusar el hecho de su muerte como triste necesidad: me parece que lo más acertado es guardar silencio sobre ese punto. En todo lo demás de su obra estamos acordes.» (
«No debe usted afirmar un hecho que el mismo poeta negaba al esclamar en el