Pero ¡ay! el infeliz mulato deliraba si pensaba así: semejante cosa era un imposible, porque el soberano de su patria estaba… muy lejos, y su representante en Cuba, era el inexorable O’Donnell, para quien no habia más poesía que el estricto cumplimiento de lo que creia su deber.
Mas si no eran tales los pensamientos de Plácido, sin duda ocupaban su alma generosa sentimientos de paz y mansedumbre en los momentos en que debia rebosar en hiel y rencor. Nuestros lectores conocen sin duda aquella sublime carta, modelo de resignacion cristiana en que recomienda á su esposa como único llanto á su memoria que perdone á sus enemigos, que socorra á los pobres «y mi sombra estará risueña contemplándote digna de ser esposa de Plácido!»
Sócrates murió perdonando, Jesucristo murió perdonando; pero Sócrates era un filósofo, Jesucristo era un Dios; el pobre Plácido no era siquiera un hombre, era un mulato peinetero en un pais esclavista! Y esa carta que salida de las manos del humilde se ha paseado por todos los idiomas cultos, no es un reproche solo á su pais, lo es á su época: es un castigo inflijido á esa institucion que hoy empezamos á mirar como un enjendro de la barbarie de los siglos pasados.
Llegó en tanto el dia de la sentencia, el nefasto 29 de Junio! no horrorizarémos al lector con el cuadro de la ejecucion: treinta y cinco años han pasado y todavía derramamos lágrimas al recordar aquellos dos versos, quizá casuales, que ya herido pronunció ántes de espirar9.
Más bien y para distraer un momento de cuadro tan tétrico su imaginacion le recitarémos un bello soneto del «bardo del Yumurí.»
A la sombra de un árbol empinado
Que está de un ancho valle á la salida
Hay una fuente que á beber convida
De su líquido puro y argentado
…
Allí fuí yo por mi deber llamado
Y haciendo altar la tierra endurecida
Ante el sagrado código de vida
Estendidas las manos he jurado:10
…
…
Se dice que las ilustradas matanceras convinieron en un luto secreto de nueve dias, los periódicos del extranjero y algunos de la Península11 lloraron su muerte, ya que á nosotros no nos era dado espresar nuestro dolor; y la inquisicion de la Escalera continuó impasible su marcha siniestra y tortuosa como la de la serpiente.
Aquí concluye el tenebroso drama de la vida de Plácido, pero nada habrémos hecho en nuestra calidad de biógrafos si no damos una idea de su carácter y de la índole y tendencia de sus poesías.
IV
Un escritor de nuestros dias clasifica á Plácido en las siguientes palabras:
«Fué un mulato pendenciero, borrachon y disoluto en todos los terrenos donde se le presentaba la ocasion.»
No hay que admirarse de esas palabras: ni hacen ningun daño á la memoria de Plácido porque son del mismo que pretendió infamar la del venerable Padre Las Casas, llamándole frailucho inmundo y embustero.
Bien sabido es que fué, al contrario, de carácter dulce, afable y complaciente: á primera insinuacion improvisaba ó con voz campanuda y enfático gesto comenzaba á declamar la pieza que se le pedia. No nos ha quedado retrato suyo: en el grupo de literatos cubanos formado en esta ciudad en 1861 por «Cuba Literaria» en el lugar que le corresponde se colocó una corona de laurel: pero hé aquí un retrato á la pluma que le reproduce con exactitud: «Era de buena estatura y conformacion de miembros, de rostro no muy claro, sombreado por una ligera barba, frente espaciosa y ojos negros, espresivos; su aspecto taciturno y reflexivo cuando estaba solo, y abierto y animado en compañía de sus amigos; era de un natural afable, alegre y cariñoso, su andar pausado sin afectacion y vestia con decencia; amaba la religion sin fanatismo, y practicaba la mejor de las virtudes con tal devocion que á veces pidió prestado lo que difícilmente podia pagar para socorrer á los necesitados, y cuando álguien lo censuraba por tanto desprendimiento, decia, «que querria poseer inagotables riquezas para no oir las quejas de la humanidad sin aliviarlas.» Tenia una memoria prodigiosa, leia con una entonacion y gusto sorprendentes y hemos oido á algunos que lo trataron con intimidad que poseía el don de la improvisacion de una manera maravillosa.»
Tal era en efecto Plácido: examinando su Plegaria un filósofo aleman opina que no podia ménos de ser inocente porque, como dice el mismo poeta «entre Dios y la tumba no se miente.» Nosotros dudamos de esa inocencia y en honor al recuerdo de Plácido la rechazamos si por ella ha de entenderse no participacion en algun plan revolucionario: preferimos hallarlo delincuente12 aunque nunca digno de castigo; porque esa delincuencia no era más que noble aspiracion. Si lo habíamos colocado en el último escalon social ¿no era perdonable que aspirara á subir? Lo repetimos, es más grande culpable que inocente, y suponemos que en su Plegaria su pretendida inocencia encerraba una significacion más digna de la que se le atribuye. Pretendió luchar; pero tenia razon para emprender la lucha: esa es su inocencia.
Tampoco creemos como la mayoría que su martirio, asesinato judicial como lo llama Thales Bernard (Revue des races latines) haya contribuido en nada para su popularidad: esta precedió al drama final y descansa en el verdadero mérito de sus obras: hemos recorrido las diversas opiniones emitidas sobre ese mérito. Nosotros sin incurrir en las exageraciones de Mathurin M. Ballou13 y otros que quieren hacerlo superior á Heredia, tampoco estarémos con los que afirman que su renombre procede de sus condiciones especiales. Creemos con Villaverde, que ha sido «el poeta de más estro de Cuba» y que de haberle igualado la instruccion nadie hubiera alcanzado más alto. Hay en sus obras un romance Jicotencal,14 que, como dice Suarez Romero en el prólogo á las obras de Palma puede sostener el paralelo con los mejores escritos hasta ahora en la lengua castellana» y junto á esta obra maestra no tenemos reparo en colocar su soneto Jesucristo en la cruz que por la sublimidad de imágenes y el sombrío terror que infunde no palideceria al lado de los mejores de su clase.
Plácido cultivó diversos géneros sobresaliendo en el romance, en la oda y en la sátira. Poseedor en grado eminente de la facultad poética, estro, pocos tuvieron como él facilidad para enaltecer las cosas más triviales, depurándolas de las miserias que las deslucieran, y amoldando su pensamiento á todas las formas, escepto el drama y la epopeya, á no ser que su leyenda El hijo maldito15 se considere de este último género16. Decia, y así lo espresó en un ingenioso soneto, que tenia horror á los versos impuestos ú obligados; sin embargo, su triste situacion le hacia ahogar la espontaneidad y prodigar elogios y felicitaciones, raras veces dictadas por la admiracion, muchas por la gratitud y no pocas por la necesidad. Cuéntanse entre las primeras La Siempreviva á Martinez de la Rosa, Las flores del sepulcro á una dama de alto rango que le favorecia, y su oda A la Condesa de Merlin: entre los segundos la oda ya citada á Isabel II.
Cultivó también la fábula, para narrar sus propias desventuras, de modo que ese género volvió con él á su primitivo destino: por ellas principalmente se ha dicho que la vida de Plácido son sus poesías: no habia leido ciertamente su apólogo La Palma y la malva, cierto crítico que pretende que los versos de Plácido «respiran libertad sin tinte de democracia.» Es verdad que, segun el mismo escritor, la conspiracion fué descubierta por una esclava del poeta.
Tambien el amor suele ser objeto de los poemas de Plácido ¿quién lo cantó como él, y quién ménos apto que el ser entregado al amor sensual que mata al platónico?
En cuanto al lenguage no cabe duda que contiene gravísimos lunares, no podia ser de otro modo, pero