Nuestra conceptualización de la cultura popular está provista de un sentido analítico, orientado a la comprensión de lo que hemos identificado como un objeto de investigación diferenciado. En este contexto, el punto de partida de este libro es el concepto de “cultura popular ausente” (Sáez, 2019). Este término incorpora en una sola expresión los conceptos de lo popular “no representado” y lo popular “reprimido”, introducidos en el debate sobre la cultura popular en América Latina por Guillermo Sunkel en su texto Razón y pasión en la prensa popular (1985). Para el autor, ambas categorías refieren a diversos individuos, conflictos y espacios populares invisibilizados en las formas expresivas y comunicativas de raigambre obrera dentro de una matriz racional-iluminista; lo que Sunkel llama, a su vez, “lo popular representado”. La idea de cultura popular ausente es un constructo analítico referido a la cultura popular que no es masiva ni obrera y que visibiliza la diversidad de lo popular en el contexto de sociedades periféricas como la latinoamericana (y la chilena, en particular) (Ibid.). La visibilización de la contradictoria diversidad popular ha sido un tema central tanto de nuestro proyecto de investigación como de la conferencia que dio origen a este libro: el trabajo de investigación de archivos históricos nos ha confirmado que la distinción entre cultura obrera, cultura popular de masas y cultura popular ausente es mucho más compleja de lo que parece a primera vista, producto de las diversas relaciones e influencias mutuas entre todas ellas.
Una de las hipótesis que subyace a nuestro proyecto es que en los sujetos, espacios y prácticas de la cultura popular ausente hay una dimensión política que no siempre obedece a una cultura tradicional entendida como residual a los procesos de modernización, sino que se encuentra plenamente instalada. Asimismo, consideramos que los individuos que realizan estas prácticas establecen formas negociadas de habitar dentro de las lógicas y estructuras de la racionalidad moderna. Este es un hecho especialmente relevante en los países de América Latina y el Caribe, donde las condiciones de participación en la modernidad ilustrada y la industria cultural divergen de los procesos de los países centrales por cuestiones tales como la colonización española, el mestizaje euro-afro-indígena, las distinciones sociales estamentales que coexisten con la institucionalidad republicana y una condición de subordinación respecto de los flujos culturales globales.
Aplicando los conceptos de Sunkel para el caso chileno, concordamos con él en la necesidad de analizar y problematizar la representación de “lo popular”, sobre todo porque en el contexto chileno este debate se quedó detenido en los años ochenta. Sin embargo, no coincidimos completamente en las variables elegidas para dicho análisis, que Sunkel localiza en un espacio (Chile), un tiempo (el régimen democrático anterior a la dictadura de Pinochet, desde 1954 hasta 1973), un corpus documental (los diarios populares de masas) y un problema específico (la representación de lo popular por parte de la izquierda de base marxista). El diagnóstico epocal de Sunkel sostenía la existencia de una “crisis del discurso marxista sobre lo popular” que se explicaría a partir de dos problemas claves: la prefiguración de lo popular en el discurso y la concepción heroica de la política y de la clase obrera. Nuestra tesis, en cambio, es que el debate teórico sobre la cultura popular —diverso e intenso durante la llamada década perdida— se cerró a principios de los noventa. Kenneth Aman (1991: 2), por ejemplo, recalca la fuerza de la cultura popular chilena en el contexto dictatorial, para construir resistencia de manera creativa: “it has a particularly sharp-edged quality in contemporary Chile because the popular culture is so clearly seen as alternative”. Asimismo, destaca el modo en que la cultura popular fue objeto de gran cantidad de producción académica durante la década de los 80: al menos un tercio del trabajo de FLACSO hasta ese momento estaba relacionado de una u otra manera con dicho fenómeno. A ello hay que agregar el trabajo de otros centros de investigación de la época orientados hacia el cruce entre cultura, política, trabajo y economía, como CIDE, ECO, SUR, CENECA y PET, entre otros.
Según Tomás Moulian (1991) el desplazamiento producido al principio de la transición se habría debido a dos factores principales: en primer lugar, a que el discurso neoliberal que se impuso (la sociedad vista como individuos atomizados, con derechos, libertades y altas dosis de movilidad social) era incompatible con las oposiciones y tensiones dialécticas de la cultura popular y su referencia a una identidad colectiva. En segundo lugar, debido a la histórica dependencia marxista de la teoría de la cultura popular, que se vio debilitada con el fin de los socialismos reales. Como tercer factor agregamos, por nuestra parte, la alta dependencia de la izquierda chilena tradicional respecto de lecturas e interpretaciones ortodoxas sobre la relación entre economía y cultura.
Desde los años 90 Chile vivió su propio proceso de redemocratización neoliberal, que nos mantuvo a cierta distancia de la ola de gobiernos progresistas que determinaron el rumbo de la región desde fines de aquella década. Esos gobiernos abrieron en algunos casos la perspectiva de reconocimiento y devolución de la voz propia a individuos populares previamente invisibilizados (Artz, 2017), pero esto no se tradujo necesariamente en políticas públicas que permitieran consolidar enfoques interseccionales clase/género/raza-etnicidad (Hernández, 2003; Radcliffe, 2008). En esa línea podemos ubicar, por ejemplo, los discursos conservadores en torno a cuestiones de género en países como Venezuela y Ecuador durante los gobiernos de Hugo Chávez y Rafael Correa, respectivamente, o los rápidos cambios en la agenda valórica de Argentina y Brasil luego del cambio de sentido de sus respectivos gobiernos. Lo anterior nos lleva a pensar que hizo falta una mayor reflexión política sobre las relaciones entre Estado y sociedad civil, como respecto del lugar de la cultura popular en este vínculo.
Este es el contexto en el cual llevamos a cabo en Santiago de Chile la Conferencia Internacional sobre Comunicación y Cultura Popular en América Latina y El Caribe, a principios de septiembre de 2019. Los capítulos de este libro corresponden a versiones más desarrolladas de ponencias presentadas en ese evento. Un mes y medio más tarde del fin de la conferencia, el 18 de octubre de 2019, se iniciaba el llamado “Estallido social chileno”, luego de varios días de protestas por una nueva alza en el valor del pasaje del metro de Santiago. Aunque al momento de nuestra conferencia, nada presagiaba los acontecimientos que comenzaron a ocurrir (y siguen ocurriendo, con violaciones a los derechos humanos que persisten y un proceso constitucional en curso), el libro ha sido redactado en este contexto. Algunos capítulos están explícitamente cruzados por este hito, porque el estallido es una clave de interpretación de la cultura popular en este momento histórico, con la cual algunos autores y autoras establecen relaciones y aportan elementos para su comprensión, aunque el sentido original del libro no haya sido ese.
El estallido social ha sido un proceso doloroso y al mismo tiempo una explosión discursiva y estética que sobrepasa los mensajes y la iconografía que históricamente había sido vinculada a este tipo de alzamientos sociales en el país. Sin embargo, ¿cuál es el discurso de la institucionalidad cultural en 2020 sobre lo popular? Al respecto, observamos una patrimonialización que, si bien reconoce a muchos cultores/as tradicionales, al aislarlos de sus contextos neutraliza la materialidad política y social de su hacer. Se trata de un proceso de apropiación y puesta en valor en una dirección distinta a la de su origen y en tiempo presente. Como afirma Pablo Aravena, el siglo XXI ha sido testigo de un proceso de desaparición de la historiografía moderna y la extinción de la memoria social en manos de un localismo patrimonial y patrimonialismo “desde abajo”, es decir, por medio de formas de “presentismo radical” que “obturan la posibilidad de la historia como disciplina y como campo significativo de la acción humana” (2014: 77). Esto además se conjuga con el discurso sobre las industrias creativas que revaloriza la artesanía y la gastronomía popular como recursos de creación de valor, pero a costa de su transformación en talentos privados supeditados a lógicas restrictivas de protección de la propiedad intelectual (Tremblay, 2012).
Tampoco podemos dejar de lado como parte del contexto de escritura la pandemia de Covid-19, porque ella también nos devuelve al espacio de la desigualdad. La crisis sanitaria global ha sido una nueva confirmación de que la salud también es un problema de clase y que los sectores populares (afrodescendientes, indígenas, migrantes, marginados y precarios) han sido los más golpeados por este evento de carácter global. Un hito que nos está obligando al replanteamiento de las formas de interacción social y de las