Aproximación psicoanalítica a la psicopatología. Jaime Coloma Andrews. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jaime Coloma Andrews
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789569441547
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idea de que quienes más deliran somos los neuróticos. Y eso considerando, como a veces digo, que la objetividad es lo más subjetivo que hay.

      También vale la pena tener presente una distinción bastante elemental que hace Freud, cuando afirma que en un psicótico hay un modo restitutivo, normal y mórbido. Esto lo incluye en la condición humana, en la existencia. El modo restitutivo, mórbido y normal no son tres partes del psicótico, sino su modo de ser, de existir. Quizás considerarlo así conlleva, en el cuadro que expusimos, la síntesis de “la psicosis” y “lo psicótico”, donde el psicótico es mejor tomado en cuenta en la vertiente teórica que he clasificado como existencial. El modo mórbido, que da la psicosis, es la totalización narcisista que hace el psicótico de su mundo. En ese sentido, podría decirse que el psicótico no existe en relación con el modo mórbido, si es que tomamos la idea de existencia desde Heidegger como ser-en-el-mundo. Existir, ya lo hemos visto, es una excentricidad. El mundo es excéntrico y el psicótico hace del mundo su propio ser. Por ejemplo, esto se ve en lo que hablábamos acerca del neologismo hace un rato.

      Es por esto que es dudoso hablar en el psicótico de diferenciación consciente-inconsciente. El psicótico no puede decirse que vive en lo inconsciente, porque no podría abrirse a esa zona de lo inconsciente que describió Freud. Hacerlo, vivir en la presencia de lo inconsciente, sería lograr una existencia melancólicamente teñida, la propia de todo ser humano que, como el neurótico, recorta imaginariamente el mundo con el lenguaje, sintiendo o evitando sentir, con el síntoma y el rasgo de carácter: el silencio del logos. Logro y evitación que, en la cotidianeidad del día a día, está presente para el neurótico en los esfuerzos fallidos que constantemente hace para no sentir o sentir excesivamente la llamada “castración”. Para no sentir el silencio que lo amenaza constantemente.

      Sin duda el neurótico puede no experimentar ese sesgo melancólico de la existencia, precisamente con sus síntomas y sus rasgos de carácter. Pero no puede sino, de una u otra manera, saber de la limitación de ese sesgo de sin sentido, de no-todo como dirían los lacanianos, que rodea la pronunciación de cada una de sus palabras, de sus frases, de sus formas paradojales de comunicación. De ese lenguaje con que logra —diría Heidegger— una morada para habitar, para ser. El neurótico, evitando cada día saber de esa zona de su inconsciente, no puede eludir, aunque muchas veces lo crea, el que este se le aparezca, regularmente, en sus caídas, en sus lapsus, en sus sueños, en sus errores “involuntarios”, en sus equivocaciones repetidas una y otra vez de la misma manera, en sus síntomas, en sus logros y fracasos vitales y cotidianos. Pero también, aparece lo inconsciente en esta bipolaridad, tan de moda hoy, que tanto observan muchos psiquiatras psicopatologizándola en exceso, cuando descubren ciclos de ánimo que tendrían que ser el tono necesario de nuestra vida cotidiana. Con esto no quiero decir que el diagnóstico de bipolaridad no exista; lo que crítico es solo el exceso de su empleo.

      Lo inconsciente, desde Lacan, es un tema del lenguaje. Según lo entiendo, se radica en el registro simbólico. El registro de lo real, concebido como impensable, no podría ser lo inconsciente, excepto como marca originaria, puro significante uno, habría que decir. Pero para tener presente lo inconsciente, es necesario que se den aquellos cortes del lenguaje que son la estructura del registro simbólico. Bien, la estructura la da el nudo borromeo de los tres registros, pero el registro simbólico, forma de lo inconsciente, es el que hace posible la estructura. En la escuela lacaniana se ha planteado que el psicótico padece de un agujero simbólico. Esto se logra a través de lo que se ha llamado “forclusión”, vale decir, un repudio básico, originario, de aquello que, por el lenguaje, implica falta, corte, vacío. Por alguna razón, el psicótico, desde un comienzo no acepta, repudiándola, esta limitación en los fundamentos de la posibilidad de ser humano. Precisamente, es lo mórbido que busca, por condición humana, restituirse, desplegando modos “normales” de convivencia que son constantemente traicionados por lo restitutivo del delirio y la alucinación. Esto último son los que dan la imagen de un “loco” que, sin duda, habla con un lenguaje que evita su excentricidad constitutiva.

      El psicótico, más bien, carece de un inconsciente, al modo como lo describió Freud. Este agujero simbólico podríamos quizás relacionarlo con la falta de represión primaria. Me atrevo a decir que en el psicótico lo que falta es la represión primaria, en lo que atañe a lo distintivamente psicótico, es decir, en lo que corresponde a su aspecto mórbido. Ese absoluto narcisismo es algo que aparece como una ausencia de represión primaria, resultado de la forclusión de la que hablábamos. Se dice que la forclusión es de la metáfora del Nombre del Padre, pero a esto vamos a referirnos posteriormente.