Cuando la hipnosis cruzó los Andes. Maria Jose Correa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Maria Jose Correa
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789569441615
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que dieron cuenta de la riqueza de ese nomadismo, de los tejidos culturales que gestaban y acompañaban los tránsitos, y de las dinámicas que se movilizaron con la llegada y el actuar de estos hipnotizadores.

      Por motivos que resultan casi obvios, este libro se vincula constantemente con interrogantes y documentos relativos a la historia de la salud y sus múltiples agentes, y en tal sentido dialoga con, y complementa a, una historiografía que ha tendido a reconstruir las prácticas terapéuticas desde el foco de la medicina académica y, dentro de ésta, desde el registro clínico o de la salud pública.7 Huelga aclarar que en tales recuentos la hipnosis y sus cultores no son del todo visibles.8 Desaparecen bajo el protagonismo dado a aquellos hipnotizadores ungidos por el sello universitario, cuyos retratos, para colmo de males, tendieron a esconder o silenciar los posibles vínculos que los unieron a los itinerantes. No se trata de pasar por alto la creciente atención que la historia local ha prestado al accionar de los defensores de modos alternativos de sanación. Por fortuna, se multiplican las indagaciones sobre curanderos y sanadores que trabajaron durante el siglo XIX en ambos lados de la cordillera.9 Pero sucede como si la acumulación de esas narraciones no hiciera mella en la vieja hipótesis de la medicalización de las sociedades de fines de aquella centuria. En tal dirección, los capítulos recogidos en este volumen aspiran a fortalecer la pujante perspectiva que, junto con sopesar la alta significación que los competidores de los médicos tuvieron en el mercado de la salud y en los modos de concebir y actuar sobre los desarreglos corporales, invita a cuestionar seriamente la pertinencia de dicha hipótesis.10

      El análisis de las peripecias de aquellos taumaturgos nómades obliga a reconocer, de un lado, que los médicos eran los abanderados de apenas una de las múltiples formas de representar los procesos patológicos; de otro lado, que incluso hablar de “médicos” supone un gesto algo aventurado, pues bajo este epíteto quedan englobados profesionales que entendían de modos disímiles la esencia o la causa de las enfermedades, la naturaleza de la acción sanadora o el lugar social de los diplomados.11 Por último —y más adelante volveremos sobre esto—, que la medicina se hallaba acosada en esos años por los mismos enigmas que afectaban a otras parcelas de la vida científica: ¿Cuáles eran los dispositivos más propicios para producir y comunicar ciencia? ¿Cuáles eran los emplazamientos ideales para llevar a cabo esa tarea? ¿Había que apostar por los hospitales universitarios y los laboratorios institucionales, o acaso el teatro, la tribuna periodística o la experimentación casera podían conducir a idénticos resultados? Esa indeterminación explica, en cierta forma, la seductora atracción que los taumaturgos ejercieron sobre algunos médicos, pues éstos veían en los primeros mucho más, o mucho menos, que diestros competidores: los hipnotizadores podían devolverles, cual espejos, la imagen a partir de la cual moldear su propia identidad.

      Volvamos unos instantes la mirada hacia los materiales en que esta investigación hace pie. La prensa y los archivos judiciales, entre otros registros, ayudan a cambiar el foco permitiendo identificar nuevas tramas que modelaron la circulación y uso de la hipnosis. La prensa informa de los recorridos de los hipnotizadores, mapea sus pasos, trasluce contactos y también acusa los obstáculos que enfrentan. Ayuda a texturizar los momentos, los tiempos particulares que acompañan y definen la instalación de nuestros taumaturgos. Y, por sobre todo, recuerda que la hipnosis no sólo se expresó en los proscenios teatrales, sino también en las páginas de los periódicos, entendidos como uno de los principales medios de comunicación y de comercialización de su show. Esas páginas colaboraron en dejar testimonio de sus visitas y ayudaron a insertarlos en la naciente sociedad de consumo que agitaba las capitales latinoamericanas, como un elemento más de la densidad urbana, de los encuentros citadinos y de las interrogantes que proyectaba la ciencia. La búsqueda de estos itinerantes llevó a la revisión de periódicos y revistas de distinta relevancia en términos de circulación. El examen de esas fuentes no sólo allana el camino para la comprensión del florido espectro de representaciones que tal o cual actor letrado podía generar acerca de la hipnosis, sino que también sirve para captar con cuánta astucia y tino esos taumaturgos echaban mano de los recursos de la imprenta, ya fuese para dar publicidad a sus emprendimientos, ya para hacer oír su voz en las polémicas que despertaban.

      Los expedientes judiciales, por su parte, acercan un haz de luz que no siempre coincide con las versiones de la prensa. Invitan a recorrer los patrones de lo permitido y lo prohibido en términos de los usos y abusos de la hipnosis, muestran las negociaciones que se construyen en tribunales respecto a las identidades que se defienden y se criminalizan, y, quizás lo más sugerente, permiten acceder a la voz mediada de nuestros protagonistas. La judicialización de hipnotizadores como Onofroff resulta muy atractiva, toda vez que se transforma en un patrón común y en una experiencia reiterada, por un lado, para quienes ofrecen salud desembarcados del contexto universitario y, por otro lado, para quienes enfrentan la etiqueta de ilegalidad en cada uno de los nuevos países en los que se presentan. Entonces, así como la visibilidad que los hipnotizadores alcanzaron en la prensa de Santiago y de Buenos Aires no fue para ellos un hecho sorpresivo —siendo que, incluso, dieron muestras de saber reaprovechar con presteza los rumores que sobre ellos circularon—, podemos pensar que la justicia tampoco los tomó desprevenidos, pues muchas veces supieron utilizar sus procedimientos a favor de sus propias estrategias e intereses. Esto explicaría, quizá, el atrevimiento de uno de nuestros hipnotizadores trashumantes, Leovigildo Maurcica, quien decidió dar el primer paso y exponerse ante la justicia con el fin de solicitar un permiso para ejercer como profesor de hipnosis, pese al riesgo que conllevaba (y conllevó) transformar un apercibimiento en una prohibición. Si bien no todos los itinerantes tuvieron que someterse a los tribunales, la mayoría enfrentó momentos de juzgamiento donde sus identidades fueron cuestionadas, puestas a prueba, revisadas, aprobadas o rechazadas, en función de su quehacer.

      Organizado en cinco capítulos, cada uno dedicado a un itinerante, Cuando la hipnosis cruzó los Andes desanda las trayectorias de sujetos cuyos (presuntos) nombres no habían merecido un lugar de privilegio en narraciones previas sobre historia cultural de la ciencia o de la salud: Díaz de la Quintana, Baschieri, el conde de Das, Maurcica y Onofroff. A modo de recapitulación, señalemos que el interés —que por momentos debe luchar consigo mismo para no trocar en fascinación— por sus itinerarios nace de varios impulsos. En primer lugar, interesa aprovechar todo cuanto la hipnosis tiene de objeto histórico y de dispositivo de índole versátil. En otros términos, motoriza nuestra tarea el deseo de construir herramientas de análisis que hagan justicia al estatuto y la localización de la práctica cultural llamada hipnotismo. Esa práctica nació, se desarrolló y supo ganar fieles y detractores, habitando desde siempre zonas híbridas: entre la ciencia y el espectáculo, entre el saber y el mercado, entre lo académico y la charlatanería. En el reconocimiento de su status bifronte reside el secreto del potencial iluminador de la hipnosis desde el punto histórico. Una exégesis que tome a su cargo esa naturaleza incorregiblemente mestiza se transforma en el camino regio hacia interrogantes que resultan fundamentales a la hora de comprender las urdimbres científi-co-culturales de la etapa decimonónica y del cambio de siglo. Así, las más rigurosas investigaciones sobre el hipnotismo toman de modo indefectible la forma de ensayos que registran la porosidad constante entre saberes legos y conocimientos sofisticados, o que deben medir con precisión cuán reiterados y prolíficos fueron los mecanismos de retroalimentación entre el teatro y el laboratorio, entre la feria y la universidad, entre la ciencia y las tradiciones esotéricas.12 De esta manera, a las preguntas iniciales que despiertan las fuentes que habremos de revisar —¿cómo fueron recibidos estos itinerantes?, ¿quiénes se vincularon con ellos y de qué formas?, ¿qué discusiones favoreció su presencia en Buenos Aires y Santiago?, ¿qué recursos utilizaron y hacia qué audiencias apuntaron?— es menester quitar cualquier tenor anecdótico o circunstancial. Las respuestas a estas interrogantes no hacen sino mapear qué lógicas se ponían en juego en un contexto en que aún se estaban dirimiendo demarcaciones que ahora nos resultan espontáneas, relativas, en primera instancia, a quiénes y de qué forma debían estar a cargo de la producción y visibilización de los objetos científicos: ¿los académicos o los sabios amateurs?, ¿los sabedores de todo o los especialistas en un rincón particular de lo real? En segunda instancia, referentes al locus en que debía llevarse a cabo esa gesta modernizadora: ¿eran los tablados teatrales o las sociedades espiritistas,