Que quede claro que no creo que mi padre fuera un maltratador adrede. Su intención era hacernos niños mejores y, por ende, mejores personas. O para ser más exactos, intentaba convertirnos en la clase de niño que él era capaz de reconocer: niños callados que lo escuchasen sin cuestionarlo. Quería niños que fueran como él, así que nos crio como su padre lo había criado a él. Ahmed y yo éramos demasiado extraños, teníamos demasiada personalidad.
Mi padre regresaba a su Senegal natal con frecuencia. Solía llevarnos consigo a Ahmed y a mí, pero, en una ocasión, cuando yo tenía unos cuatro años y Ahmed cinco, se fueron ellos dos solos. Pasaron allí más de un mes. Cuando regresaron, Ahmed nos explicó a mi madre y a mí que lo habían llevado a una fiesta en una gran casa llena de gente que no paraba de regalarle dinero a mi padre. Me mosqueó haberme perdido una fiesta tan chula con dinero gratis, pero ahora sé lo que pasó: estábamos escuchando a mi hermano narrar la boda de mi padre. Sí. Ibnou había ido a Senegal a casarse con Tola como siempre le había prometido que haría (y en contra de lo que siempre le había prometido a mi madre). Estoy segura de que, si Ibnou me hubiera llevado a mí en lugar de a Ahmed, yo habría regresado a casa y habría berreado: «¡Mamá, papá se ha casado con aquella señora!». Ahmed era mucho más inocente; él creía en la bondad, en la esperanza y en todas esas patrañas. Yo nací siendo cínica, recelando, nací siendo una divorciada de cuarenta y cinco años. Habría informado de hasta el último detalle que hubiera visto en aquella boda y se habría destapado el pastel en cuanto hubiera regresado a Estados Unidos.
Gabou de pequeñita. Mis padres nos enviaban a Ahmed y a mí a casa de mis abuelos maternos en Georgia durante el verano. Ojalá me acordara de aquella época, pero era demasiado pequeña. Mira qué naricilla tenía. ¡Qué monería, por Dios! ¿No te parece?
Cortesía de Gabourey Sidibe
Pero el hecho es que fue Ahmed quien estuvo, no yo, así que, por el momento, no hubo demasiados cambios… hasta dos años después, cuando mi madre se encontraba de viaje fuera de la ciudad y mi padre llegó a nuestro apartamento con un bebé.
—Es vuestro hermano, Malick —nos dijo.
El bebé tenía más o menos un año. Papá me lo puso en los brazos.
—Ya no eres una cría pequeña —me dijo con todas las letras—. Tienes que dejar de hablar con esa lengua de trapo. Esto es un bebé. Tú ya eres una niña grande. Se acabó, ¿entendido?
—Sí, papá —respondí yo con una voz más de bebé que nunca. (Sería yo quien decidiera cuándo ponía fin a aquel juego, no él).
Aquel bebé me parecía una ricura, pero no me creía que fuera mi hermano. Los africanos suelen llamar hermanos, hermanas, madres, padres, tías y tíos a cualquiera. Eso no implica que seas su pariente.
—¿De dónde ha venido este bebé? —pregunté.
—Del aeropuerto —respondió Ibnou.
—¿Y dónde estaba antes del aeropuerto? ¿Quién ha hecho este bebé?
—Yo —contestó él.
—¿De verdad? ¿Tú has hecho a este bebé? ¿Con quién? ¿Nos lo vamos a quedar para siempre? ¿Dónde va a dormir? ¿Quién le va a enseñar a hablar inglés? ¿Conoce mamá a este bebé? ¿Podemos permitirnos tenerlo?
Ibnou se retractó.
—Es vuestro primo. Es el hijo de mi hermano. ¡Solo está de visita! ¡Vuelve a casa esta noche! No es mi bebé. ¡Eres igual que mami!
Siempre me decía que era igual que mi madre. La llamaba «mami». ¿No es adorable?
Dejé de hacer preguntas y volví a concentrarme en conseguir que aquel bebé me quisiera. Aquella noche, Ibnou llevó al bebé al aeropuerto para que regresara a casa con Tola. Yo no la conocí… todavía.
Cuando Alice regresó de su viaje, la recibí gritando:
—¡Mami! ¡Papá ha traído un bebé! ¡Dice que es mi hermano! ¡Papá tiene un bebé!
Pero ella dio por sentado lo mismo que yo había asumido: que los africanos siempre dicen que todo el mundo es de su familia cuando en realidad no lo es.
Dos años después, Tola se vino a vivir con nosotros. Todos sabíamos que era la prima de papá y la madre del bebé Malick que había venido a Estados Unidos por un día. Pero, en aquella ocasión, Tola vino sola y Malick se quedó en África. ¿Cómo es posible que Tola acabara viviendo con nosotros? Bueno, pues resulta que Ibnou había convencido a Alice de que le escribiera una carta de invitación. Para entonces, Ibnou ya tenía la ciudadanía estadounidense, pero, como Tola no era ciudadana norteamericana, un estadounidense de nacimiento (Alice) tenía que extenderle una invitación. Ibnou había convencido a Alice para ayudar a una hermana suya a entrar en Estados Unidos de la misma manera, así que a mi madre aquello no le vino de nuevas ni le pareció sospechoso. A ti puede parecértelo porque estás leyendo la historia del tirón, pero, en realidad, el engaño de Ibnou tardó años en fraguarse.
Y así fue como Tola acabó en Estados Unidos y, como había pasado cuando la hermana de Ibnou había llegado, alojada con nosotros (esa historia la dejo para otro momento). Y así fue también como yo tuve que compartir mi habitación y mi cama. Para mí fue horrible, porque era, y sigo siendo, una criatura solitaria. Odio a los desconocidos, como ya he dicho antes, y odio tener invitados en casa. Ibnou me dijo en una ocasión que cada vez que alguien venía a nuestra casa, yo no dejaba de preguntar cuándo iba a marcharse. Y le creo. Incluso ahora, cuando viene algún amigo a mi apartamento, cuento los minutos hasta que se va para poderme quitar por fin los pantalones. (Ser adulto va de esperar a poderte quitar los pantalones).
En cualquier caso, Tola se quedó con nosotros durante tres o cuatro meses. Alice fue superacogedora e incluso la llevó a comprarse su primer abrigo de invierno. Tola cocinaba y limpiaba, pero, en mi opinión, no era demasiado interesante. No era más que otra africana aburrida que vivía en nuestra casa y de la que no podía deshacerme. Era otro Ibnou.
Ibnou acabó encontrándole a su prima/esposa secreta un apartamento a unos diez minutos a pie del nuestro. Y entonces fue cuando mi padre dejó de venir a casa por la noche. Una mañana, de camino a la escuela, Alice se presentó por sorpresa en el nuevo apartamento de Tola. Ibnou estaba allí y Alice vio su ropa tirada al lado de la cama de Tola. Él le juró que habían estado hablando y estaba demasiado cansado para volver a casa, así que se quedó a dormir allí, pero que solo habían dormido, eso era todo. Alice dijo que de acuerdo y se marchó.
Probablemente a estas alturas estés pensando: «¡Por lo que más quieras, déjalo ya!». Es lo que pienso yo mientras escribo esto. Y también es lo que pensaba (y probablemente decía) en aquel entonces.
Pero eso es porque hay cosas que no tenía en cuenta. Como el hecho de que dos años antes, cuando Ahmed tenía siete y yo seis, Ibnou y Alice habían tenido una discusión monumental y, para castigarla, él había llamado al Departamento de Bienestar Infantil y la había acusado de maltratarnos a Ahmed y a mí.
Había sido una tarde agradable como cualquier otra hasta que el Departamento de Bienestar Infantil vino a buscarnos. Yo tenía muchas ganas de regresar a casa de la escuela porque sabía que había helado de naranja en la nevera y Chips Ahoy! en un armario de la cocina y quería tomarme un bol de helado con dos galletas clavadas encima mientras miraba los dibujitos animados en la tele. Eso era lo único en lo que pensaba e incluso hoy es mi recuerdo más marcado de aquel día. Lo que no sabía era que el Departamento de Bienestar Infantil se había dejado caer por nuestra escuela algo antes, aquel mismo día, porque mi madre era maestra allí y estaba en el edificio. Mi madre había conseguido cortarles el paso antes de que nos sacaran de clase y les había suplicado que nos recogieran en casa en lugar de en el colegio para evitar que nuestros compañeros de clase lo presenciaran.
Yo