Pero, del mismo modo en que entonces el que nació según la carne persiguió al que nació del espíritu, lo hacía ahora también (cf Gál 4,29). No es, en efecto, ahora menos verdadero que entonces que este Ismael es cazador y lanza sus flechas en todas direcciones contra los hijos legítimos y observadores de la Regla a través de persecuciones, represiones, preceptos desordenados y duras sentencias. Pero, ¿qué dice la Escritura? Aleja a la esclava y al hijo de esta, porque el hijo de la esclava no será heredero junto al hijo de la libre (cf Gál 4,30), ya que se le dijo a Abrahán: Gracias a Isaac tomará de ti el nombre nuestra estirpe (cf Gén 21,12).
Pedimos orando y con gemidos del corazón que se expulse a este ilegítimo hijo de la esclava, en cuanto a la observancia de la Regla; no por su herencia paterna, si quisiese recorrer el camino de la Regla, sino por sus perversas obras y por la usurpación de un nombre falso y por la persecución del heredero legítimo.
(Ubertino da Casale, El árbol de la vida, I: FF 2089)
12 de febrero
Altísimo, glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta
y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento.
Amén.
(Oración ante el crucifijo: FF [276])
13 de febrero
Ante tal resolución, convencido el padre (de Francisco) de que no podía disuadir al hijo del camino emprendido, (...) lo emplazó a comparecer ante el obispo de la ciudad, para que, renunciando en sus manos a todos los bienes, le entregara cuanto poseía. A nada de esto se opuso; al contrario, gozoso en extremo, se dio prisa con toda su alma para hacer cuanto se le reclamaba.
Una vez en presencia del obispo, no sufre demora ni vacila por nada; más bien, sin esperar palabra ni decirla, inmediatamente, quitándose y tirando todos sus vestidos, se los devuelve al padre. Ni siquiera retiene los calzones, quedando ante todos del todo desnudo. Percatándose el obispo de su espíritu y admirado de su fervor y constancia, se levantó al momento y, acogiéndolo entre sus brazos, lo cubrió con su propio manto. Comprendió claramente que se trataba de un designio divino y que los hechos del varón de Dios que habían presenciado sus ojos encerraban un misterio. Estas son las razones por las que en adelante será su protector. Y, animándolo y confortándolo, lo abrazó con entrañas de caridad.
Helo ahí ya desnudo luchando con el desnudo; desechado cuanto es del mundo, sólo de la divina justicia se acuerda. Se esfuerza así por menospreciar su vida, abandonando todo cuidado de sí mismo, para que en este caminar peligroso se una a su pobreza la paz y sólo la envoltura de la carne lo tenga separado, entretanto, de la visión de Dios.
(Tomás de Celano, Vida primera, I, 6: FF 343-345)
14 de febrero
Cubierto de andrajos el que tiempo atrás vestía de escarlata, marchaba por el bosque cantando en lengua francesa alabanzas al Señor; de improviso caen sobre él unos ladrones. A la pregunta, que le dirigen con aire feroz, inquiriendo quién es, el varón de Dios, seguro de sí mismo, con voz llena les responde: «Soy el pregonero del gran Rey; ¿qué queréis?». Ellos, sin más, le propinaron una buena sacudida y lo arrojaron a un hoyo lleno de mucha nieve, diciéndole: «Descansa, rústico pregonero de Dios». Él, revolviéndose de un lado para otro, sacudiéndose la nieve –ellos se habían marchado–, de un salto se puso fuera del hoyo, y, lleno de gozo, comenzó a proclamar a plena voz, por los bosques, las alabanzas del Creador de todas las cosas.
Así llegó, finalmente, a un monasterio, en el que permaneció varios días, sin más vestido que un tosco blusón, trabajando como mozo de cocina, ansioso de saciar el hambre siquiera con un poco de caldo. Y al no hallar un poco de compasión, y ante la imposibilidad de hacerse, al menos, con un vestido viejo, salió de aquí no movido de resentimiento, sino obligado por la necesidad, y llegó a la ciudad de Gubbio, donde un antiguo amigo le dio una túnica. Como, pasado algún tiempo, se extendiese por todas partes la fama del varón de Dios y se divulgase su nombre por los pueblos, el prior del monasterio, recordando y reconociendo el trato que habían dado al varón de Dios, se llegó a él y le suplicó, en nombre del Salvador, le perdonase a él y a los suyos.
(Tomás de Celano, Vida primera, I, 7: FF 346-347)
15 de febrero
Después, el santo enamorado de la perfecta humildad se fue a donde los leprosos; vivía con ellos y servía a todos por Dios con extremada delicadeza: lavaba sus cuerpos infectados y curaba sus úlceras purulentas, tal y como él mismo refiere en su testamento: «Como estaba en pecado, me parecía muy amargo ver leprosos; pero el Señor me condujo en medio de ellos y practiqué con ellos la misericordia». En efecto, tan repugnante le había sido la visión de los leprosos, como él decía, que en sus años de vanidades, al divisar de lejos, a unas dos millas, sus casetas, se tapaba la nariz con las manos. Sin embargo, una vez que, por gracia y virtud del Altísimo, comenzó a tener santos y provechosos pensamientos, mientras aún permanecía en el siglo, se topó cierto día con un leproso, y, superándose a sí mismo, se llegó a él y le dio un beso. Desde este momento comenzó a tenerse más y más en menos, hasta que, por la misericordia del Redentor, consiguió la total victoria sobre sí mismo.
También favorecía, aun viviendo en el mundo y siguiendo sus máximas, a otros necesitados, alargándoles, a los que nada tenían, su mano generosa, y a los afligidos, el afecto de su corazón. Pero en cierta ocasión le sucedió, contra su modo habitual de ser
–porque era en extremo cortés–, que despidió de malas formas a un pobre que le pedía limosna; enseguida, arrepentido, comenzó a recriminarse dentro de sí, diciendo que negar lo que se pide a quien pide en nombre de tan gran Rey es digno de todo vituperio y de todo deshonor. Entonces tomó la determinación de no negar, en cuanto pudiese, nada a nadie que le pidiese en nombre de Dios. Lo cumplió con toda diligencia, hasta el punto de llegar a darse él mismo todo en cualquier forma, poniendo en práctica, antes de predicarlo, el consejo evangélico que dice: A quien te pida, dale, y a quien te pida un préstamo, no le des la espalda (Mt 5,42).
(Tomás de Celano, Vida primera, I, 7: FF 348-349)
16 de febrero
Francisco, ya cambiado perfectamente en su corazón, y a punto de cambiar también en su cuerpo, anda un día cerca de la iglesia de San Damián, que estaba casi derruida y abandonada de todos. Entra en ella, guiándole el Espíritu, a orar, se postra suplicante y devoto ante el crucifijo, y, visitado con toques no acostumbrados en el alma, se reconoce luego distinto de cuando había entrado. Y en este trance, la imagen de Cristo crucificado –cosa nunca oída (cf Jn 9,32)–, desplegando los labios, habla desde el cuadro a Francisco. Llamándolo por su nombre (cf Is 40,26): «Francisco –le dice–, vete, repara mi casa, que, como ves, se viene del todo al suelo». Presa del miedo, Francisco se pasma y como que pierde el sentido por lo que ha oído. Se apresura a obedecer, se reconcentra todo él en la orden recibida. Pero... nos es mejor callar, pues experimentó tan inefable cambio, que ni él mismo ha acertado a describirlo.
Desde entonces se le clava en el alma santa la compasión por el Crucificado, y, como puede creerse piadosamente, se le imprimen profundamente en el corazón, bien que no todavía en la carne, las venerandas llagas de la pasión.
(Tomás de Celano, Vida segunda, I, 6: FF 593-594)
17 de febrero
¡Cosa admirable e inaudita en nuestros tiempos! ¿Cómo no asombrarse ante esto? ¿Quién ha pensado algo semejante? ¿Quién duda de que Francisco, al volver a la ciudad, apareciera crucificado, si aun antes de haber abandonado del todo el mundo en lo exterior,