Ved, ciegos, engañados por vuestros enemigos, por la carne, el mundo y el diablo, que al cuerpo le es dulce hacer el pecado y le es amargo hacerlo servir a Dios; porque todos los vicios y pecados salen y proceden del corazón de los hombres, como dice el Señor en el Evangelio (cf Mc 7,21; Mt 5,19). Y nada tenéis en este siglo ni en el futuro. Y pensáis poseer por largo tiempo las vanidades de este siglo, pero estáis engañados, porque vendrá el día y la hora en los que no pensáis, no sabéis e ignoráis; enferma el cuerpo, se aproxima la muerte y así se muere de muerte amarga.
Y dondequiera, cuando quiera, comoquiera que muere el hombre en pecado mortal sin penitencia ni satisfacción, si puede satisfacer y no satisface, el diablo arrebata su alma de su cuerpo con tanta angustia y tribulación, que nadie puede saberlo sino el que las sufre.
Y todos los talentos y poder y ciencia y sabiduría (2Cor 1,12) que pensaban tener, se les quitará. Y lo dejan a parientes y amigos; y ellos toman y dividen su hacienda, y luego dicen: Maldita sea su alma, porque pudo darnos más y adquirir más de lo que adquirió. Los gusanos comen el cuerpo, y así aquellos perdieron el cuerpo y el alma en este breve siglo, e irán al infierno, donde serán atormentados sin fin.
A todos aquellos a quienes lleguen estas letras, les rogamos, en la caridad que es Dios (cf 1Jn 4,16), que reciban benignamente, con amor divino, las susodichas odoríferas palabras de nuestro Señor Jesucristo. Y los que no saben leer, hagan que se las lean muchas veces; y reténganlas consigo junto con obras santas hasta el fin, porque son espíritu y vida (Jn 6,64).
(Carta a los fieles, primera redacción, 2: FF 178/4-7)
27 de febrero
El altísimo Padre anunció desde el cielo, por medio de su santo ángel Gabriel, esta Palabra del Padre, tan digna, tan santa y gloriosa, en el seno de la santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad (cf Lc 1,26-38).
Él, siendo rico (2Cor 8,9), quiso sobre todas las cosas elegir, con la santísima Virgen, su Madre, la pobreza en el mundo.
Y cerca de la pasión, celebró la Pascua con sus discípulos y, tomando el pan, dio las gracias y lo bendijo y lo partió diciendo: Tomad y comed, este es mi cuerpo. Y tomando el cáliz dijo: Esta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por vosotros y por muchos para remisión de los pecados. Después oró al Padre diciendo: Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz (cf Mt 26,26-28). Y se hizo su sudor como gotas de sangre que caían en tierra (Lc 22,44). Puso, sin embargo, su voluntad en la voluntad del Padre, diciendo: Padre, hágase tu voluntad; no como yo quiero, sino como quieras tú (Mt 26,42.49).
Y la voluntad del Padre fue que su Hijo bendito y glorioso, que Él nos dio y que nació por nosotros, se ofreciera a sí mismo por su propia sangre como sacrificio y hostia en el ara de la cruz; no por sí mismo, por quien fueron hechas todas las cosas (cf Jn 1,3), sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo, para que sigamos sus huellas (cf 1Pe 2,21). Y quiere que todos nos salvemos a través de él y que lo recibamos con nuestro corazón puro y nuestro cuerpo casto. Pero son pocos los que quieren recibirlo y ser salvados por él, aunque su yugo sea suave y su carga ligera (cf Mt 11,30).
(Carta a los fieles, segunda redacción, 1: FF 181-185)
28 de febrero
¡Qué bienaventurados y benditos son aquellos que aman a Dios y hacen como dice el mismo Señor en el Evangelio: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda la mente, y a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22,37.39)!
Por consiguiente, amemos a Dios y adorémoslo con corazón y mente pura, porque Él mismo, buscando esto sobre todas las cosas, dijo: Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad (Jn 4,23). Pues todos los que lo adoran, lo deben adorar en el Espíritu de la verdad (cf Jn 4,24). Y digámosle alabanzas y oraciones día y noche diciendo: Padre nuestro, que estás en el cielo (Mt 6,9), porque es preciso que oremos siempre y que no desfallezcamos (cf Lc 18,1).
Ciertamente debemos confesar al sacerdote todos nuestros pecados; y recibamos de él el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Quien no come su carne y no bebe su sangre, no puede entrar en el reino de Dios (cf Jn 6,55.57; 3,5). Sin embargo, que coma y beba dignamente, porque quien lo recibe indignamente, come y bebe su propia condenación, no distinguiendo el cuerpo del Señor (1Cor 11,29), esto es, que no lo discierne. Además, hagamos frutos dignos de penitencia (Lc 3,8). Y amemos al prójimo como a nosotros mismos (cf Mt 22,39). Y si alguien no quiere amarlo como a sí mismo, que al menos no le cause mal, sino que le haga bien.
(Carta a los fieles, segunda redacción, 2-4: FF 186-190)
Marzo
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