¿A dónde van las estrellas cuando mueren?. Jorge Fuentes Fernández. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jorge Fuentes Fernández
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418996795
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que la mayoría están muy lejos y desde aquí se ven como puntitos brillantes. Lo de la forma de estrella es porque parpadean, y lo del parpadeo es porque su luz se distorsiona un poco cuando pasa por la atmósfera de la Tierra, igual que ocurre si te sumerges en el mar con unas gafas de bucear y tratas de ver las cosas que están fuera. Por eso luego vamos por ahí dibujándolas con forma de estrella, pero ¡que no, que no! Tienen forma de pelota, definitivamente.

      Siguiendo con lo que iba, después de lo de la estrella de mar se me ocurrió que también existe un claro ejemplo de lo contrario: de algo que sí es una estrella, aunque no lo parezca, pero que, de hecho, nunca se le llama como tal.

      Estoy hablando del Sol.

      Sí, sí; el Sol es una estrella, y una de verdad, no como las estrellas de mar esas. El Sol es lo mismo que la mayoría de los puntitos luminosos que se ven en el cielo de noche, lo que ocurre es que es la única estrella que está realmente cerca de nosotros. Por eso a esta estrella sí le vemos la forma de pelota; por eso se ve tan grande en comparación con todas las demás, que están mucho, pero que mucho más lejos; por eso puede iluminar el cielo, el mar y la Tierra; y por eso, cuando está el Sol, las demás estrellas desaparecen…

      Por cierto, anoche, cuando terminé de escribir, miré al cielo y vi que en la constelación de Libra brillaba una misteriosa «estrella» de color rojo que no era parte de la constelación —lo digo yo, que me las conozco bien—. Lo primero que se me vino a la cabeza fue que, quizás, la estrella de mar del otro día se sintió ofendida por mi pensamiento y ascendió al cielo tan pronto como pudo para darme una buena lección. Lo segundo que pensé fue que no, que ese brillante punto rojo tampoco era una estrella: nadie puede convertirse en estrella, así como así.

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      A punto de quedarme dormido, tumbado en mi hamaca en cubierta, de repente sentí que no estaba solo:

      —¡Ey, polizón! —dijo la voz isleña de tono poco amigable—. ¿Qué estrella es aquella roja?

      «Polizón», como insinuando que yo no debería estar aquí. Era la contramaestre Boon, con su extravagante voz ronca, su serpiente tatuada y su aterradora cicatriz que le cruza la cara. Y ya que estoy escribiendo esto… ¿debería estar yo aquí? La verdad es que no me lo había planteado de esa manera, pero aquel desafortunado comentario ahora me hace pensármelo.

      Con un disgusto que me salió del corazón, mi respuesta fue:

      —No es oro todo lo que reluce.

      Y es que, si te dejas engañar, puedes ver, incluso en el cielo y de noche, muchas cosas que parecen estrellas, pero que en verdad no lo son. Las estrellas que se ven de noche nunca se mueven unas con respecto a otras, no se acercan ni se alejan entre sí, y si es que lo hacen, están tan lejos que es imposible darse cuenta a simple vista. Por eso dibujan sus formas, que llamamos constelaciones, y que son siempre las mismas: como Libra, como Orión, como Casiopea, o como la Osa Mayor. Después de mirar al cielo durante tantas noches uno se las acaba aprendiendo de memoria, y puedo asegurar que aquella susodicha «estrella» roja no estaba ahí, en la constelación de Libra, cuando decidí subirme a este barco.

      Tras mi respuesta y como queriendo ganar mi juego, Boon esbozó una sonrisa misteriosa —manipuladora, me pareció a mí— y me dijo:

      —No, pero no es precisamente el oro lo que hace a un pirata volver al mar.

      ¿Qué querría decir? No tengo ni la más mínima idea, pero ya me quedé dándole vueltas a la cabeza y me costó mucho trabajo volver a agarrar el sueño.

      Espero que todo esto no haya sido una mala idea.

      CUARTA NOCHE

      La historia de la Osa Mayor

      Estoy empezando a entrar en rutina. No sé qué decir; la verdad es que estoy un poco decepcionado. Yo me imaginaba que esta iba a ser mi gran aventura pirata, pero cuando no estoy ayudando a Silva en la cocina o echándome la siesta, no hago más que deambular de aquí para allá. Solo escribo por las noches, a la luz de una pequeña lámpara de gas que me prestó Carla. El resto del tiempo es… aburrido.

      Casi nadie me dirige una sola palabra, a excepción de Silva, que habla por los codos y por los de todos en el barco, mascando tomates secos al compás mientras yo friego platos y otros utensilios. Al menos, parece que a él le caigo bien. En la cocina me cuenta todo tipo de cosas extrañas; desde cómo hacer un buen pan de marinero o cómo desalar migas de bacalao con la menor cantidad de agua dulce, hasta sus fechorías antes de convertirse en pirata y cocinero… Hoy me ha contado que hace tiempo fue un magnífico cazador, que habría sido capaz de extinguir a todas las especies de la Tierra él solito; «si me hubieran dejado», ha agregado con un tono de demencia que me perturba.

      —Mira, You —me dice descubriéndose su pierna derecha—. A esto lo llamo «el recordatorio».

      Se trata de dos pequeñas marcas circulares a media pierna, como si le hubiera mordido un vampiro; y a mí me ha dado tanto repelús que no he querido preguntar más.

      Por cierto, esto de You merece una explicación, y es que en este barco las pocas personas que me hablan me llaman cada una de una manera distinta: para Carla soy bribón; para Boon soy polizón; para Seisdedos soy simplemente amigo; y para Silva soy You, así, pronunciado en español, tal y como está escrito; o no sé si debiera escribirlo con doble ele. Da igual; no tiene ningún sentido.

      Después de enseñarme la pierna se ha reído en voz alta, me ha ofrecido uno de sus tomates secos híper-chiclosos y ha cambiado de exterminador de las especies a su salvador, contándome la vez que liberó a una tortuga marina que se había quedado atrapada en las redes de unos pescadores. Todo esto, eso sí, siempre con un aire de simpática locura y entre gritos de «¡Ahí va!» por todos lados que ni vienen a cuento. Al final, reconozco que me alegra un poco mi tiempo aquí.

      —¡Ahí va! Y cuando la tortuga estaba libre no se separaba de mí, ¡y tuve que empujarla con mis pies pa que se fuera la condená!

      También me habla de Carla, o la Sable, como él la llama:

      —Habría sío la pirata más respetá en este lao del mundo. ¡Te lo digo yo!

      Dice que ella pertenece a otra época, o a otro lugar; que tendría que haber nacido en el siglo XVIII, en plena edad de oro de la piratería.

      —¡Pero ahora cuéntame tú algo, You! A ver, esa cosa que estás escribiendo, ¿de qué carajo va?

      ¡Vamos! ¡Le da por preguntarme sobre mi libro! Y yo, pues no sé bien qué decirle.

      —Venga, You —me ha dicho en un alarde de lucidez mientras me ofrecía más de sus tomates secos híper-chiclosos—. ¿Cuál es tu constelación favorita?

      Tírate ochocientos años estudiando una carrera universitaria para que te pregunten por tu constelación favorita…

      —Pues, depende.

      —¡Ahí va! ¿Depende de qué?

      —¿Mi constelación favorita por la forma que tiene? ¿O por la historia que hay detrás?

      —Veo que tienes ganas de hablar, ¿eh? En tal caso…

      —La Osa Mayor.

      —¡Ahí va!, ¡donde la Polar!

      —Bueno, no exactamente, pero puedes trazar una línea…

      —¿A quién carajo le importa, You? ¡Venga esa historia!

      Así que, algo confundido, hoy he acabado contándole la leyenda de la Osa Mayor.

      Hay una buena historia de estrellas detrás de cada constelación, y sé que luego se cabrean las de ahí arriba, empiezan a gritar como locas y no me dejan dormir; pero es que a mí me encantan estas cosas…

      La historia comienza, pues, como muchas