¿A dónde van las estrellas cuando mueren?. Jorge Fuentes Fernández. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jorge Fuentes Fernández
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418996795
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      —Rasalhague…

      Tras un rato en silencio me ha dicho, con su mirada fija en la costa:

      —Despídete de tu tierra como lo haría una estrella de su constelación. —Volviéndose luego hacia mí—. Es lo que somos, ¿no?

      Pues, ¿qué quieres que te diga? A mí como metáfora me ha parecido un poco raro. Supongo que eso de las estrellas me lo ha dicho porque pensaría que así me estaba hablando «en mi idioma»… Yo qué sé.

      Pero, en fin, ¿no iba yo a escribir un libro sobre las estrellas? ¿Qué demonios estoy haciendo entonces? Ahora a ver por dónde empiezo…

      ¿A dónde van las estrellas cuando mueren?

      ¡Ah, sí! ¡Quería empezar con aquello de que los seres vivos nacen, crecen y toda esa parafernalia! Pero eso ya tendrá que ser mañana. Ahora voy a tratar de descansar un poco que, para ser la primera noche, menudo prólogo me he echao…

      ¿Que si me creo lo que está sucediendo? No del todo. ¿Que si va a servir de algo? No estoy muy seguro. ¿Que si estoy emocionado? ¡No te imaginas cuánto!

      Luna, espero no volver a verte en varios días. Me quedo con las estrellas.

Primera parte

      SEGUNDA NOCHE

      Los seres vivos nacen, crecen y toda esa parafernalia

      Cuando era niño me enseñaron en la escuela que los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Pues una de las cosas más geniales que he aprendido en toda mi vida es que las estrellas también nacen, crecen y mueren; y que luego se reproducen.

      Aunque, por lo que yo sé, solo hay dos maneras de aprender esto, y la primera es ser niño durante toda la vida. Esto lo supe cuando leí Peter Pan y Wendy, de James M. Barrie, y ahora puedo decir con seguridad que eso de que las estrellas nacen, crecen, mueren y se reproducen, Peter Pan debía saberlo muy, pero que muy bien. El pobre era un despreocupado y un descarado de lo peor; no creo que hubiera nada en el mundo que le importara más que más bien poco —como no podía ser de otra manera, dicho sea de paso, ya que no tenía una mamá ni un papá—, pero lo que sí es cierto es que ser niño durante tanto tiempo le había enseñado muchísimas cosas. Peter podía volar, incluso sin polvo de hadas, y comprendía el lenguaje de las estrellas. Tanto es así que a menudo jugaba a bromear con ellas: se cuenta que cuando estaba aburrido se les acercaba volando por detrás en silencio y trataba de apagarlas de un soplido. Y, de hecho, fue precisamente una estrella, la más pequeña del cielo, la que le avisó que los papás de la niña Wendy estaban fuera de juego para que Peter pudiera entrar en casa a buscar su sombra, que había perdido en su última visita. Posiblemente fue la estrella número 61 de la constelación del Cisne, yo diría… Pero a lo que iba, que eso de que las estrellas nacen, crecen, mueren y se reproducen, Peter seguro que lo sabía.

      Sin embargo, aun siendo niño durante toda una vida, uno corre el riesgo de olvidarlo todo si crece, como temo que me pasará a mí si algún día bajo de este barco, lo que me lleva de forma inevitable a la segunda manera.

      La segunda manera, pues, es ser de mayor algo que se llama astrofísico.

      Pero hay que andarse con ojo, porque se trata de una de esas palabras raras, como… anacrusa, por ejemplo; una de esas palabras que cuando la gente las escucha responde con caras aún más raras: como si de la noche a la mañana te hubieras convertido en un monstruoso insecto, como en un cuento que leí una vez, o con esa admiración burlesca que no resulta menos incómoda… Y aunque para llegar a ser astrofísico es un requisito indispensable aprender que las estrellas nacen, crecen, mueren y se reproducen, aun así, son pocos los que consiguen llegar a aprehenderlo de verdad, con hache intercalada; y esto significa asimilarlo como algo real, algo que te acompaña cada noche cuando miras el cielo, poder interiorizarlo y hacerlo propio, creértelo de corazón.

      Me temo que ahora estoy obligado a contar por qué esto es así, y es que la maldición más grande de los adultos es que uno puede ponerse a estudiar un pez con tanto detalle en alguno de sus laboratorios que se olvida de que lo que está viendo es un animalito que juega dentro del mar entre colores de arrecifes de coral. El olvido es ese triste castigo que se nos puso hace mucho tiempo por querer crecer demasiado rápido, en todos los sentidos que uno pueda imaginar. Por ejemplo, de tanta prisa y desencanto, las personas, los animales y todas las cosas, hemos olvidado que una vez, hace mucho tiempo, vivíamos juntos dentro de una misma estrella. Y es que en toda buena aventura que se haya relatado, los protagonistas siempre acaban olvidando su vida anterior de una u otra manera. Esto es importante, pero me estoy adelantando…

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      Así que al igual que al que estudia los peces se le llama biólogo marino, al que estudia las estrellas se le llama astrofísico; y pensándolo bien, eso de las caras raras no es tanto de extrañar: imagina que alguien se te acerca y te dice que su trabajo es estudiar las estrellas. ¡Estudiar las estrellas! En verdad, es de locos.

      Aunque, claro está, ni todos los biólogos marinos estudian peces, ni todos los astrofísicos estudian estrellas, pues hay muchas cosas en el mar que no son peces, y muchas cosas en el cielo que no son estrellas.

      TERCERA NOCHE

      Lo que es y lo que no es (parte I)

      Hoy hemos cruzado las Columnas de Hércules. Finalmente, parece que la Rasalhague sí que tiene su bandera pirata, pero Carla había ordenado no izarla bajo ningún concepto hasta que perdiéramos de vista las «columnas». Aquí hay muchísimos barcos, y de todos los tipos: turistas ruidosos, aficionados a la vela, humildes pescadores que hacen que te encalles en sus redes y no te sueltan si no les pagas un «impuesto» —hablo de barcos más pequeños que la Rasalhague, por supuesto—, apetitosos comerciantes y, por encima de todo, muchísimos guardias costeros. Y supongo que los cañones, por muy de museo que se vean, ya son suficiente provocación como para ir enseñando además la dichosa banderita.

      Cuentan que Hércules, el héroe griego, separó aquí Europa de África con sus propias manos, sujetando cada continente bien fuerte con dos columnas para que no se volvieran a juntar, y creando así el paso del mar Mediterráneo al inmenso océano Atlántico. Las columnas ya no existen, claro, pero el paso al océano ya se quedó abierto.

      Nos dirigimos a las Canarias: un grupo de islas volcánicas llenas de piscinas naturales de roca y playas de arena negra. Allí haremos una paradita para reponer víveres antes de adentrarnos en el océano infinito y alejarnos de absolutamente todo, menos de las estrellas. Seguiremos la misma ruta que hizo Cristóbal Colón hacia las playas blancas del Caribe. Seremos como los antiguos navegantes, descubridores de tierras nuevas habitadas de gentes extrañas. Hace mucho tiempo se creía que este océano llevaba al fin del mundo, pero ya se sabe: a veces las cosas no son lo que parecen…

      Pero venga, yo a lo mío, que ya han empezado a gritar otra vez las de ahí arriba.

      Para empezar, saber qué es una estrella y qué no lo es, no es tarea fácil: existen cosas que no parecen estrellas, pero sí lo son; y otras que sí parecen estrellas y no lo son. A algunas incluso se les llama estrellas sin que lo sean. ¡Ya ves! Como grita el pirata de sobrenombre Garfio cuando encuentra mal amarrado algún cabo en cubierta: ¡qué incorrección!

      Por ejemplo, hace dos días estaba yo asomado por la borda de la Rasalhague con toda la emoción del mundo mientras elevaban el ancla, y entre las olas, de repente, vi aparecer una amalgama de algas verdes que traían enredada una gigantesca estrella de mar de un intenso color rojo muy brillante. Entonces, pensé para mí que una estrella de mar no es en realidad una estrella, sino un equinodermo. Supongo que el nombre es tan difícil de recordar que los que ponen los nombres a las cosas tuvieron que buscar uno un poco más fácil, y por eso las llamaron estrellas de mar.

      Pero ahora necesito hacer una pequeña pausa para algo