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Agradecimientos
Ante todo, dar las gracias al Centro Cultural Español de Rennes (Bretaña) y a su Consejo de Administración, que han financiado y apoyado la traducción de las memorias de César Covo del francés al castellano.
Un agradecimiento muy especial a la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales (Madrid), que ha respaldado este proyecto y ha desarrollado los contactos necesarios para su publicación en España.
Agradecer también las informaciones sobre César Covo, así como las fotos, que nos ha procurado Claire Rol-Tanguy, secretaria general de la Asociación Les Amis de Combattants de l’Espagne Républicaine (París).
Dar las gracias asimismo a Sanela Balic (Rennes), que ha traducido del idioma serbocroata al francés algunas frases que quedaban sin traducir en la obra original.
Por último, dar las gracias a Iván Couée (Rennes) y a Carmen García Hiraldo (Rennes), por sus comentarios y sus correcciones siempre muy pertinentes.
SALOMÉ VICENTE SANTA CRUZ
Presidenta del Centro Cultural Español de Rennes (2011-2016)
INTRODUCCIÓN
César Covo nació en Sofía, Bulgaria, en 1912, cuatro años después de que Bulgaria se independizara del Imperio turco. Su padre, impresor, era miembro de la comunidad judío-sefardí cuyos antepasados habían sido expulsados de España en 1492 y tuvieron que refugiarse en Salónica. La familia había obtenido la nacionalidad francesa desde los tiempos de Napoleón, lo que hizo que César estudiara en el Colegio La Salle francés, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.
Cuando la crisis económica de 1929 –acompañada por una grave situación política– azota a Bulgaria, la familia decide trasladarse a París. César tiene 18 años y hace el servicio militar en la Caballería. Poco después se implica en los movimientos huelguísticos y manifestaciones frecuentes de aquellos años; es la escuela social que le conduce a ingresar en el Partido Comunista Francés (PCF). Cuando en julio de 1936 se produce el golpe de Estado de los generales españoles César decide ir a España a luchar con los republicanos. No lo conseguirá hasta que el Partido Comunista Francés promueva el alistamiento de voluntarios que formarán, en octubre, las Brigadas Internacionales.
César está entre los primeros en acudir y se integrará en la Compañía Balcánica de la XII BI, comandada por el búlgaro Cristo Cristoff (o Jristov). Inicialmente esta compañía pertenece al batallón Thaelmann, pero desde diciembre pasará al batallón Dombrowski, donde participará en las operaciones de Boadilla (diciembre) y de Mirabueno-Almadrones (enero de 1937).
Poco después, debido a sus conocimientos de idiomas, es reclamado como intérprete del asesor ruso de la brigada del Campesino. Es precisamente con esta unidad con la que afronta las batallas del Jarama y Guadalajara, en la que resulta herido (marzo de 1937). Esto inaugura un largo periplo por los hospitales republicanos hasta ser repatriado a finales de 1938. Su lesión le impedirá estar activo para acciones de primera línea.
Tras la derrota francesa ante el ejército nazi, César pasa a la Resistencia y se integra en un grupo del MOI (Mano de Obra Inmigrante). Su principal trabajo es proporcionar papeles falsos a los miembros clandestinos de la Resistencia, aunque también colabora en los preparativos de las acciones de sabotaje. Cuando se produce el levantamiento en París contra las autoridades nazis (agosto de 1944) César estaba en las barricadas.
Al finalizar la guerra participa en la creación de una agencia de prensa y de la revista París-Sofía, y durante unos años trabaja en la embajada de Bulgaria en París. Poco a poco se va desencantando con el mundo burocrático que le rodea, lejos de sus ideales de comunismo igualitario y, casi, libertario. Paralelamente comienza a reflexionar sobre su compromiso en el PCF y sobre el papel desempeñado por la URSS al comienzo de la guerra, cuando firmó el pacto nazi-soviético. «En Francia estábamos convencidos de que la lucha contra el fascismo debía continuar. Más tarde nos dimos cuenta de que los soviéticos no eran verdaderos comunistas y de que el cambio de mundo no se podía hacer con ellos». César Covo dejó el PCF en 1955.
Por esos años, trabajando en la embajada de Bulgaria en París, conoce a una joven mecanógrafa que se convertirá en su esposa. «Ella era creyente, iba a misa todos los domingos y el Partido no lo veía con buenos ojos». Esa fue la gota que colma el vaso; envía a paseo a la embajada y al Partido y monta una imprenta. El resto de su vida no cesa de reivindicar y difundir la gesta solidaria de las Brigadas Internacionales, no sin ocultar sus agudas críticas a ciertos aspectos con los que no comulgaba. Fruto de esta lucha por la memoria fue la publicación de este libro que ahora tenéis en vuestras manos: La guerre, camarade! Publicado en francés en 2005 y pronto agotado.
Hace unos años Salomé Santa Cruz propuso editar el libro en español y nos pusimos a trabajar con ilusión. Diferentes circunstancias retrasaron la culminación del proyecto, que, finalmente, ha llegado a buen puerto.
ALGUNAS PALABRAS SOBRE ESTE LIBRO
César pertenece a esa categoría de personas que se caracterizan por su rabioso amor a la libertad. Como heredero de la cultura sefardí, mantuvo una querencia especial por el Sefarad de sus ancestros, lo que no fue ajeno a ese impulso que le llevó a España en 1936. Pero su formación fue más compleja: al judaísmo «laico» de su familia se unió la veneración por la Francia napoleónica (a la que agradecieron el otorgamiento de la nacionalidad francesa) y una educación formal en el colegio católico francés de La Salle. Todo ello constituyó el bagaje cultural de partida que se iría tamizando a lo largo de su prolongada vida (102 años).
Estas memorias de guerra parten de un leitmotiv que César repite machaconamente y da título a su libro: «¡Es la guerra, camarada!». Es decir, lo que le ocurre a él, como a los miles de internacionales y a los combatientes republicanos, no es sino la consecuencia fatal del hecho dramático y traumático de la guerra de agresión que los generales sublevados, con el apoyo de Hitler y Mussolini, imponen al pueblo español. Siendo la guerra el mal radical, a César no le toca otra que asumirla con todas sus consecuencias, unas más gloriosas, otras más absurdas o indeseables. Por eso deja claro desde el principio a qué ha ido a España: «Vamos a contribuir al derrumbamiento de este mundo podrido y al nacimiento de un mundo justo y en paz. La justicia que nunca reinó aquí abajo será desde ahora la regla para todos, para todos los ilegales, para todos los expulsados, para todos los perseguidos, para todos los reprobados».
Es un planteamiento radical, revolucionario. Pocas veces habla César de la defensa de la República; las más de las veces habla de la ayuda al pueblo español en su lucha contra el poder establecido. Como comunista hecho a sí mismo, pero conociendo el mundo del que proviene, entiende que el comunismo es la solución al guirigay de religiones e injusticias:
En conclusión, como las religiones antiguas resultaban irreconciliables, la única solución aceptable y satisfactoria parecía ser la que clama el advenimiento de un hombre nuevo en un mundo de justicia. Un mundo en el que ya no seríamos judíos, cristianos, musulmanes o budistas, sino ciudadanos del mundo de pleno derecho, con oportunidades iguales.
Pero en la guerra no cuentan solo los fines sino los medios, y ahí es donde se notan más las divergencias de este joven comunista que podríamos etiquetar en cierta manera de «libertario», ya que no acabó de aceptar la lógica de una guerra convencional:
Para luchar contra un ejército regular, nosotros también debemos contar con un ejército estructurado, disciplinado, unificado. Esta creencia nos la machacan muy a menudo, tal vez demasiadas veces; y es que a la larga nos fastidia saber que somos un ejército como los demás, cuando nosotros nos consideramos combatientes revolucionarios.
Esta es la razón por la que a lo largo del libro se mofa con frecuencia del papel jugado por los que