Y cuando la mutación política vino, emergieron en los periódicos, en los micrófonos y hasta en los muros de la ciudad gentes que manejaban, en crudo, un nuevo estilo, una nueva sintaxis y a veces un gusto insurgente de las minúsculas. Se cumplía así la prehistoria del estilo revolucionario. La Revolución verdadera, la que sí lleva mayúscula y está todavía por hacer, utilizará como instrumento constructivo, en el orden de la cultura, esos modos de expresión que antaño nos parecieron simplemente arbitrarios y desertores.52
Como el colombiano Álvaro Gómez Hurtado unos años después, Mañach advertía que, ya para los años cuarenta, la revolución se había convertido en el estilo de la política latinoamericana. Pero esa estilización suponía la conservación de un orden republicano y democrático, sometido constantemente a procesos que presionaban sobre sus límites elitistas como la extensión del sufragio a las mujeres, la institucionalización del indigenismo, el agrarismo y los estudios afroamericanos, la reforma agraria, la proscripción del latifundio, la lucha contra los monopolios, la nacionalización de hidrocarburos, minerales y servicios públicos o el combate a la corrupción. Aquellos republicanismos sociales de los años treinta y cuarenta, dentro de los que habría que incluir diversos ángulos del cardenismo y poscardenismo en México, del varguismo en Brasil y del peronismo en Argentina, representan el punto culminante de la tradición revolucionaria latinoamericana antes de la Guerra Fría.
1 Sábato, 2018, pp. 197-199.
2 Tutino, 1990, pp. 25 y 33. El debate sobre la violencia social introducido por Tutino se vio complejizado en los enfoques comunitaristas y poscoloniales de los noventa, como el de Florencia Mallon, quien contrapuso a la tradición las “revoluciones liberales” y las insurrecciones campesinas y populares en México y Perú: Mallon, 1995, pp. 137-175.
3 Martí, 1998, p. 5.
4 Ibíd.
5 Ripoll, 1994; Jeifets, 2017.
6 Ibíd., pp. 5 y 6.
7 Vacano, 2012, pp. 56-82.
8 Sobre la revolución republicana en Brasil, véase Schwarcz y Starling, 2015, pp. 311-317.
9 Freyre, 1986, p. 339.
10 Ibíd., pp. 173 y 174.
11 Barbosa, 1919, p. 13.
12 Ibíd., pp. 72-75 y 79-85.
13 Ibíd., pp. 215 y 221-230; Martí, 2003, p. 140.
14 Ibíd., pp. 21 y 22.
15 Restrepo, 1972, vol. II, pp. 108 y 109.
16 Carballo, 2016, pp. 249-263.
17 Restrepo, 1972, vol. I, pp. 16, 45 y 254.
18 Colombia, 1886, p. 46.
19 Guerra, 1990, pp. 241-276; Medina Peña, 2010, pp. 27-55.
20 Vázquez Gómez et. al., 2004, pp. 230 y 231.
21 Madero, 1999, p. 227.
22 Rabasa Estebanell, 2006, p. 129.
23 Ibíd., p. 126.
24 Rosanvallon, 1999, p. 317.
25 Romero, 1981, pp. 156-173.
26 Cavarozzi, 2014, pp. 240-247.
27 Yrigoyen, 1956, vol. 3, p. 417.
28 Una compilación útil de los principales documentos programáticos de la Revolución mexicana se encuentra en Garciadiego, 2003, pp. I-XIII. Y también en Gaciadiego, 2010, pp. IX-LXXXIII.
29 Halperín Donghi, 2016.
30 Ibíd., pp. 363-369.
31 Halperín Donghi, 1993, p. 772.
32 Hobsbawm, 2010, pp. 368-375; Fontana, 2017, pp. 192-195.
33 Martínez Estrada, 1962, pp. 546-550.
34 Cossío Díaz y Silva-Herzog Márquez, 2017, pp. 65-67.
35 Andrews, 2017, pp. 98-101. Sobre los artículos 27 y 123 y la corriente del constitucionalismo social, véase Rouaix, 2016, pp. 295-320.
36 Aguilar, 2017, pp. 19-59; Rabasa Estebanell, 2017, pp. 147-170.
37 Terán, 2008, pp. 218-220.
38 Balsa, 2012, pp. 98-128.
39 Solís, 1928, pp. 73 y 74.
40 Palacios, 2011, pp. 195-200; Bushnell, 2007, pp. 268-270; Melo, 2017, pp. 202-204.
41 Aguirre Cerda, 1929, pp. 355-357. Sobre la influencia de la Constitución de 1917 en Europa central y del este y la Segunda República española, véase Rouaix, 2016, pp. 302-304.
42 Guerra, 1961, pp. XI y XVII; Araquistáin, 1928, pp. 12, 21 y 293.