Las aventuras de la serpiente lectora y sus razonamientos matemáticos. José Andrés Delgado Portillo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Andrés Delgado Portillo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418730634
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andado cuesta arriba unos 3.339 metros,

      que es lo mismo que 3 kilómetros y pico,

      aunque parezca que hemos hecho menos.

      Si la montaña es de 5.179 metros,

      unos 5 kilómetros y pico,

      el recorrido que me aparece aquí, en el mapa.

      ¿Cuántos metros nos quedarán aún para llegar

      a la cueva deseada?» —preguntó Sofía.

      SOLUCIÓN 9

      —Pues está facilísimo, amiga mía. Son… metros —contestó Laura.

      Al rato, después de haber solucionado el problema, ya habían recorrido esa distancia y llegado a los pies de una gran montaña. Cada vez oscurecía más rápido y tenían que encontrar un lugar para refugiarse26, así que siguieron una senda27 estrecha entre matorrales pensando que encontrarían algún claro para montar el campamento. Con lo que no habían contado era con una inmensa cueva que vieron delante de sus ojos tras los matorrales y arbustos.

      —¡¡Mirad!! Esta es una de las cuevas de las que me hablaron. Quizás los grandes tesoros se encuentren dentro —dijo Laura.

      Los cinco amigos penetraron28 por lo que parecía la puerta de la cueva. Estaba oscuro y el aire que se respiraba era húmedo y un tanto frío. Lisa comenzó a recordar que cuando la madre de Laura les contaba historias sobre las cuevas siempre decía que las guardaban grandes bestias y monstruos. A veces les hablaba de zombis o muertos vivientes del bosque; otras, de monstruos gigantescos e incluso de hombres lobo y murciélagos chupasangre.

      No sabían si esas historias eran reales o si esos seres podían existir de verdad, pero el caso es que la noche se acercaba y tenían que acampar en algún lugar, y qué mejor sitio que el interior de esa cueva. Reunieron unas cuantas maderas, palos y ramas secas cortadas y caídas de los árboles junto con algunas piñas que habían encontrado para hacer una fogata. Casi no podían verse las caras los cinco amigos cuando consiguieron al fin encender el fuego con las primeras chispas. Pero al encenderlo los amigos vieron que faltaba uno. Edric había desaparecido. Asustados todos, empezaron a llamarlo a gritos con la esperanza de escuchar alguna respuesta, pero… nada.

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      Comenzaron a asustarse mucho porque pensaron que quizás había querido buscar un buen refugio y se había adentrado en la cueva solo y no pudo salir. Así que decidieron buscarlo dentro de la cueva.

      —Chicos, cojamos esos palos ardientes de la fogata y utilicémoslos como antorchas para ver dentro de la cueva —comentó Mario con ganas de encontrar a su amigo.

      —¡Buahhh, buahhh! Todo es por mi culpa. Yo os conté las historias sobre estas cuevas. Si no os hubiera contado nada, esto no habría pasado —dijo llorando Laura.

      —No te preocupes, Laura, no es tu culpa. En realidad, no es culpa de nadie. Nosotros no sabíamos que Edric se perdería y que estos lugares eran tan peligrosos. Lo único que podemos hacer es buscarlo para encontrarlo lo antes posible —habló Lisa, queriendo tranquilizar a su amiga.

      —Vale, Lisa. Eso haremos, encontrarlo —contestó Laura.

      Y así los cuatro amigos iniciaron la búsqueda de Edric entrando en la cueva. Al pasar un rato, los chicos llegaron a una especie de bóveda29 gigantesca de paredes muy altas, en la que no se podía ver el techo. Todo estaba en silencio y el miedo poco a poco se apoderaba de ellos. Miraban hacia el frente, hacia un lado, hacia el otro y solo podían ver un abismo30 de oscuridad. No veían más allá de donde llegaban las luces de sus antorchas. En esa bóveda tan gigante se sentían pequeños y encogidos y no sabían hacia dónde ir. Hasta que de repente Mario alzó el palo de madera ardiendo y mirando hacia arriba gritó:

      —¡Ahhhhhh! ¡Dios mío! ¡Estamos debajo de un nido de murciélagos chupasangreee!

      En ese momento los murciélagos, al escuchar tal alboroto31, comenzaron a chillar y a volar en todas direcciones, alcanzando y rodeando a los niños por todos lados. Estos, como podían, dando manotazos, se los intentaban quitar de encima mientras gritaban asustados.

      —Mamáááá, mamáááá —lloraba Laura.

      —¡Nos van a chupar la sangre! —gritaba Sofía.

      —¡Rápido, venid! Aquí hay una gruta. Parece que este camino lleva a algún lugar. Corramos antes de que nos dejen aquí chupados y sin sangre —avisó con fuerza y decisión Lisa.

      Y los niños salieron todos corriendo a la misma vez, siguiendo aquel camino oscuro y estrecho que les salvaría de los murciélagos chupasangre. Pero de repente, cuando creían que había pasado el peligro y podían estar a salvo, todos juntos cayeron a la vez por un gran y profundo agujero que parecía un tobogán. Se deslizaron a gran velocidad mientras sus gritos retumbaban por las paredes de piedra de lo que parecía una gran atracción gigante con curvas pronunciadas32, cerradas y pendientes que quitaban el hipo. Al final de ese gran viaje, todos fueron a parar a una inmensa montaña de monedas y objetos de oro con un sinfín de cosas preciosas. Todas las cosas que uno se pudiera imaginar estaban en esa gigantesca montaña convertidas en oro: rubíes, pulseras, collares, pero también libros, lápices, perros, carteras, cascos… Todo. Los objetos relucían con muchísima fuerza, tanto que si mantenías los ojos muy abiertos durante bastante tiempo mirándolos podías quedarte ciego.

      —¡Mirad, chicos! ¡Hemos encontrado el tesoro! —dijo Laura entusiasmada.

      —Es verdad, Laura. ¿Dónde hemos venido a parar? ¿Qué es este lugar? —preguntó Mario.

      —Pues parece el tesoro perdido de los hombres roca, unos monstruos de los que se decía que ya habían desaparecido hace mucho tiempo. Mi madre me hablaba de esas historias cuando era pequeña —comentó Laura

      —¿Hombres roca? ¿Qué es eso? —preguntó Mario.

      —Pues mira, Mario. Dicen las historias que esos hombres no eran humanos; eran muy antiguos y existían desde antes de llegar al mundo las personas. Nacían de las rocas y piedras de las montañas. Se encargaban de proteger primero el planeta Tierra y toda su naturaleza, pero cuando llegaron los humanos se dedicaron a salvaguardar33 sus grandes tesoros, puesto que antiguamente habían llegado a ese acuerdo: si el ser humano cuidaba mejor el planeta, ellos cuidarían de sus riquezas34. Pero lo último que recuerdo es que la codicia35 del humano fue tal que los hombres roca se cabrearon y les declararon la guerra. A partir de ahí, las personas y los hombres roca siempre estuvieron peleados y era muy peligroso cruzarte con alguno de estos seres, porque eran duros como piedras y nadie podía con ellos. Lo único que podías hacer si te los encontrabas era correr. Gracias a Dios, hace ya mucho tiempo que no se escucha hablar de ellos.

      —Sí, Laura, y que también son leyendas. Nadie ha visto nunca a esos tales hombres roca —le replicó Lisa.

      —Chicos, os propongo una cosa. Ya que estamos un tanto alterados, algo asustados y malheridos por culpa de los murciélagos chupasangre y rodeados de un gran tesoro, el cual no podemos llevarnos, ¿qué os parece si os propongo un acertijo? Con tantos objetos que estoy viendo no se me viene a la cabeza otra cosa —preguntó Sofía.

      —Está bien. A mí me encantan los acertijos, Sofía. Además, así nos relajaremos antes de seguir buscando a Edric.

      —OK, está bien.

      «Si en esta montaña del tesoro,

      con 123 colgantes preciosos,

      354lingotes tengo de oro,

      más 567 vasijas bordadas por el loro,

      ¿cuántos tesoros podría juntar

      para en un cofre todo guardar?».

      SOLUCIÓN 10

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