Si hasta ahora he hecho un total de 513,
¿cuántos chinos no habré enumerado?».
SOLUCIÓN 8
El sol seguía reluciendo aquella mañana, la brisa fresca aún se palpaba19 en el ambiente y el día se presentaba muy emocionante, puesto que nuestra serpiente lectora se sentía orgullosa de haber sido capaz de descifrar el propio acertijo sobre las rocas, piedras y chinos que se había planteado. Así pues, feliz y contenta, nuestra serpiente siguió reptando por el camino escondido de las liebres siguiendo esos ricos y aromáticos perfumes de las flores y plantas de la selva, cuando de repente llegó a una bifurcación20. El camino se dividió en dos, derecha o izquierda, a o b, ambos sombríos21 en algunas zonas y soleados por otras. No sabía a simple vista diferenciar qué camino sería mejor escoger. Intentó razonar algún problema matemático y darle una solución que le ayudara a elegir, pero no se le pasaba ninguna idea por la cabeza. Se había quedado parada, quieta y pensativa, como esperando que la inspiración le llegara a su mente, y observándolo todo con detalle por si en algún momento podía ver algo que le hiciera decidir qué camino escoger.
Estaba perpleja22 y pensativa cuando de repente escuchó unos chillidos que procedían de la copa de los árboles, un ruido extremo que le hizo desconcentrarse de lo que estaba pensando. Las ramas se movían con fuerza, las hojas se agitaban de un lado para otro como si un fuerte viento las azotara23 y esos chillidos cada vez se oían más fuerte y más cerca. ¡Era el clan de los monos! Un grupo muy alocado de animales que siempre andaban por la selva saltando de árbol en árbol y creando un gran desorden por donde pasaban. Encontrarse con ellos siempre significaba problemas de algún tipo y la serpiente lectora ya empezaba a preocuparse de lo cerca que estaban.
De repente un coco cayó delante de ella y al momento, otro un poco más cerca y otro más adelante, y otro más por detrás. ¡Le estaban tirando cocos!
—¡Dios míoooo! ¡Parad, monos alocados, o dañaréis a algún animal! —dijo la serpiente lectora en tono alto, un poco nerviosa.
—¡Uh, uh, ah, ah! Vayaaaa. ¡Qué sorpresa! Mirad, chicos, a quién tenemos ahí: la gran, inteligente y lista serpiente lectora —comentó uno de los monos.
—Sí, sí, es ella. Creo que nos vendrá muy bien para ayudarnos en el poblado —contestó otro mono en tono burlón.
—Sí, ja, ja… Cojámosla. ¡Vamos a llevárnosla! —gritaron varios.
—Pero a ver, monos locos, ¿creéis que vais a coger a los animales como si fuerais los dueños de la selva? Además, yo tengo un camino que escoger y un lugar a donde ir. No me puedo ir con vosotros, lo siento.
En ese momento uno de los monos, sin previo24 aviso, agarró a la serpiente lectora por la cola y de un fuerte tirón la impulsó hacia los aires. Mientras volaba, otro mono apareció balanceándose con una liana, la agarró y se la pasó a otro mono. Y así, de un mono a otro, entre lianas y copas de los árboles, nuestra serpiente lectora fue volando sin ella querer hacerlo.
—¡Parad! ¡Parad ahora mismo! Me estáis mareando —dijo la serpiente lectora.
—Ja, ja, ja… Disfruta del vuelo, querida serpiente —contestó uno de los monos.
—¿Pero dónde me lleváis?
—Al Poblado de las Frutas, nuestro pequeño lugar de residencia. Allí vivimos y comemos todos juntos muy felices, pero ahora tenemos un problema que ya te explicará nuestro jefe, el mono real.
—Pero no me habéis pedido permiso, ¡monos locos! —gritó la serpiente enfadada.
—Ja, ja, ja… ¡Vuela, serpiente, vuelaaaa!
Y así nuestra serpiente lectora voló de árbol en árbol, girando y dando volteretas hacia detrás y hacia delante. Parecía una peonza voladora que no paraba de girar. Se mareó tanto que no pudo ver dónde la llevaban. Tras un buen rato de vueltas y vuelos exagerados, la serpiente lectora llegó, lanzada por los monos, a una montaña de fruta que tenían en su poblado, pero con tan mala suerte que al caer se dio con un coco en la cabeza.
Con los ojos entreabiertos pudo adivinar que la habían llevado al Poblado de las Frutas, donde seguían reinando los monos locos. Más bien su jefe, el rey Kafking. Era el gran mono que mandaba en todo aquel lugar. Su aspecto era muy peludo, con pelos largos anaranjados, muy grande de tamaño y con la mandíbula de abajo echada hacia delante; eso le impedía hablar correctamente y a veces no se le entendía bien. La verdad es que era el mono más alto y grande de la selva, pero también el más gordo y lento. Aun así, intentaba que su clan de monos siempre se alimentara bien y de una forma sana. Por eso al lugar se le llamaba el Poblado de las Frutas, porque siempre estaba lleno de frutas y alimentos muy saludables que les permitían coger fuerzas y saltar ágiles y veloces de árbol en árbol sin tenerles miedo a las alturas.
Una vez supo nuestra serpiente lectora dónde había acabado y cómo había cambiado su destino de repente, no pudo aguantar el peso de sus párpados y el dolor de cabeza que tenía y sin poder remediarlo más se desmayó, quedando sumida de nuevo en uno de sus increíbles sueños sobre sus interesantes libros de lectura.
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15 Relucir: Brillar con intensidad, resplandecer.
16 Armonioso: Que tiene correspondencia entre sus partes, que todo encaja perfectamente.
17 Emprendió: Comenzó, inició.
18 Chinos: En algunos lugares del sur de España, como en Málaga, se denomina así a las piedras pequeñas de la playa.
19 Palpaba: Del verbo palpar, que significa tocar.
20 Bifurcación: División de un camino en dos.
21 Sombrío: Dicho de un lugar con poca luz o que tiene sombra.
22 Perpleja: Dudosa, incierta, confusa.
23 Azotar: Golpear el aire violentamente.
24 Previo: Anterior, que sucede primero.
Capítulo 4
Estaba muy oscuro, todo negro, cuando al fin consiguió abrir los ojos, pero ya no era una serpiente. En este momento se veía como una niña. Nuestra serpiente lectora daba saltos de alegría, y es que siempre le había causado mucha curiosidad el mundo de los humanos. Pero claro, era todo un sueño, uno de esos sueños de aquellos libros tan interesantes, magníficos e imaginativos que ella leía. Así que se dispuso a seguir disfrutando de ese relato25 y descubrir qué sorpresas le aguardaban.
Cuando por fin abrió los ojos al completo, la niña vio que se encontraba en una tienda de campaña verde, medianamente alta, con cremalleras moradas y muy bien cerradas. No hacía mucho calor, pero tampoco frío, y las voces de lo que se suponía que eran sus amigos de viaje ya sonaban fuera, así que salió de esa tienda de campaña.
Allí se encontraban sus cuatro amigos, Mario, Edric, Sofía y Laura, jugando a algún tipo de juego.
—¡Buenos días, Lisa! Al fin te levantaste —dijo Edric con alegría.
—Sí, bueno, parece que estaba cansada. ¿Qué nos toca hoy?
—¿Recuerdas que mi madre nos estuvo hablando de esta sierra? Siguiendo este camino en dirección a las montañas, si subimos hasta arriba encontraremos unos lagos preciosos y unas cuevas que están escondidas. También dicen que si las encuentras esconden grandes tesoros, pero que hace mucho tiempo que nadie ve nada —comentó Laura.
Los cinco amigos emprendieron el camino hacia las montañas, subiendo y subiendo hasta que el suelo se puso tan pendiente que se convirtió en una cuesta difícil de subir.
A medida que pasaba más tiempo se sentían más cansados y la noche se acercaba. Uno de