Al poco tiempo de terminar la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de los Estados Unidos consideró necesario crear un servicio secreto de inteligencia, resultado de su frustración derivada del hecho de que el comunismo soviético parecía lograr victorias en el mundo mientras la primera potencia se limitaba a contemplarlas sin ofrecer las respuestas adecuadas. La toma del poder por grupos comunistas en Europa Oriental y la emergencia de movimientos nacionalistas en Asia, África y América Latina significaban para muchos solamente la marcha de un proyecto soviético para conquistar el mundo. En esta circunstancia, Allen Dulles convenció al presidente Eisenhower de crear una agencia en tiempos de paz con capacidades operativas mayores a la de cualquier otra en el mundo occidental.9 A los seis meses de fundada la CIA tuvo lugar el golpe pro-soviético contra el presidente Masaryk en Checoslovaquia, lo que le llevó a actuar urgentemente en las elecciones que tendrían lugar en Italia, donde el Partido Comunista llevaba la delantera.10 El 4 de abril de 1948, mientras el secretario de Estado asistía a la Novena Conferencia Interamericana en Bogotá, fue asesinado uno de los políticos colombianos más populares, José Eliécer Gaitán del Partido Liberal, en plena campaña por la Presidencia de la República. De aquí se desataron sangrientos disturbios donde murieron miles de personas, en un episodio conocido como el Bogotazo. Washington no lo consideró resultado de las circunstancias internas de Colombia, sino como parte de un complot del Kremlin para causar problemas en ese país y en América Latina para intervenir posteriormente.11 En otra parte, en 1949 los comunistas chinos bajo el liderazgo de Mao Zedong conquistaron el poder, frente a los nacionalistas encabezados por Chiang Kai-shek, un viejo amigo de los Dulles, al igual que el dictador de Corea del Sur, Syngman Rhee. Ellos no solamente eran anticomunistas sino cristianos, lo que hizo que Foster fuera especialmente decidido al actuar en su favor. Si bien Rhee duró hasta 1960 en la presidencia, no fue el caso de Chiang Kai-shek, quien no tuvo otra salida que huir con su ejército a Formosa, donde se atrincheró y lo convirtió en un nuevo país, la China Nacionalista o República de China, quedando con el nombre definitivo de Taiwán. Una vez más Estados Unidos vio acusadoramente a Moscú como la responsable de los acontecimientos en China.12
El primer blanco de los ataques de la CIA fue Guatemala en 1954, donde el gobierno de Jacobo Árbenz llevó a cabo una reforma agraria en las tierras ociosas de la United Fruit Company, la mayor latifundista del país, la gigantesca bananera con la que Allan Dulles tenía vínculos a través de la firma Sullivan & Cromwell. Guatemala fue un país para hacer experimentos después de los sonados fracasos de la CIA en su plan de “hacer retroceder a los soviéticos”, tanto en Europa Oriental como en el Extremo Oriente. Era un país débil y atrasado, y aunque poseía instituciones democráticas y abiertas, las tibias tareas de transformación por Árbenz no iban a resistir los embates de sus poderosos enemigos. Fue presa fácil para las maquinaciones de la CIA. Con él cooperaba un pequeño grupo de comunistas que se exhibió como la “mejor prueba” de la naturaleza del régimen. A través de una embustera e intensa campaña de prensa –viejo artilugio del amarillismo inventado por el zar periodístico Hearst en otras épocas– se emprendió una guerra psicológica y de adoctrinamiento social con el argumento de que Guatemala estaba a punto de caer en manos de los soviéticos, y que a partir de aquí se expandiría por el continente americano. En su cosmogonía de la Guerra Fría, se convirtió en el lugar donde la conspiración global de Moscú estaría más cerca de las costas estadounidenses, encabezado por un títere soviético disfrazado de nacionalista. Mientras se armaba el golpe contra Árbenz se tejía una red intervencionista en la que participarían militares apoyados por Honduras, Nicaragua, la República Dominicana y El Salvador, con el apoyo material y la supervisión de la CIA. En esta trama no hubo una “participación directa” del gobierno de Eisenhower.13 El derrocamiento de Árbenz fue abordado por el laureado escritor Mario Vargas Llosa en su novela Tiempos Recios, quien combinó magistralmente la ficción con elementos relevantes de la operación de la CIA. Muy cerca en el tiempo se dio el correspondiente al presidente Mossadegh de Irán, quien acababa de nacionalizar la industria petrolera en manos de los británicos y los estadounidenses. En esta operación contra el gobierno de Irán se siguió el modelo aplicado en Guatemala: atracción del ejército, creación de problemas económicos y señalamiento de Mossadegh como comunista y títere de Moscú. Al igual que en Guatemala con el encumbramiento de un oscuro general apellidado Castillo Armas, en Irán se elevó Mohammad Reza Pahlevi, que tomaría el nombre de Sha de Irán, evocando los tiempos la Persia Imperial. El derrocamiento de Mossadegh, en la perspectiva de Allen Dulles, significó la necesidad “públicamente compartida de que era una ‘ganancia’ del ‘mundo libre’ contra el comunismo.”14 Desde fines de los cuarentas y a lo largo de los cincuentas y sesentas a muchos estadounidenses se les presentaron las peores imágenes de los imaginarios propósitos soviéticos de dominación mundial, así como sus supuestos medios para asegurarse la victoria, que significaría el fin de la civilización occidental y cristiana, y que por lo tanto se debían resistir la amenaza con todos los recursos disponibles. El gobierno de los Estados Unidos, CIA incluida, y los sectores más reaccionarios de la sociedad blanca y conservadora del país conocieron en esos años de Guerra Fría la utilidad de la religión para sus propósitos, específicamente para nutrir la descremada ideología anticomunista que era su apoyo indispensable, tanto al interior como al exterior.15 La mente, demostrado está, es presa en mayor o menor medida –con excepciones por supuesto– del pensamiento y las creencias religiosas, que pueden dominarla hasta los niveles más profundos e insólitos. Ellas encuentran su camino en las emociones, se hospedan en las celdas del pensamiento mágico, no pueden procesarse a través del raciocinio, de aquí la persistencia del fenómeno y su contradicción irresoluble con la ciencia. Para el anticomunismo, la ocasión era propicia para agitar los cerebros de los más ignorantes, crédulos y fantasiosos. El éxito en este sentido a partir de los años cincuenta fue total y sin igual en la historia de los Estados Unidos. El ascenso de John Foster Dulles, un decano de la Iglesia Presbiteriana que con frecuencia señalaba al comunismo como una “fe extranjera”, fue apenas un reflejo de un ascenso general de la religiosidad. La asistencia a las iglesias obtuvo números cada vez mayores. El presidente Eisenhower, que provenía de una familia de menonitas y testigos de Jehová, aceptó su bautismo presbiteriano al poco tiempo de tomar posesión de su cargo, y en un discurso televisado a la nación avaló el “Regreso a Dios” de las campañas de la Legión Americana, agregando que “sin Dios, no podría haber forma estadounidense ni forma alguna de gobierno o modo de vida”. Su gabinete iniciaba sus reuniones diarias con una oración, y una nueva versión de la Biblia se imprimió en 1953, con la increíble distribución de 26 millones de ejemplares. Suerte parecida tuvo el libro de autoayuda de Norman Vicent Peale, titulado El Poder del Pensamiento Positivo. Peale llegó a afirmar que “ninguno tiene más desprecio por el comunismo del que yo tengo”, y aconsejó “la compañía de Jesucristo” como la mejor defensa. Un evangelista, Billy Graham, que predicaba en el radio nacional cada domingo y escribía una columna sindicada en 125 periódicos, declaró que el comunismo estaba “inspirado, dirigido y motivado por el mismo demonio, quien la había declarado la guerra a Dios Todopoderoso”. El Congreso aprobó una ley que agregaba la frase “bajo Dios” al Juramento a la Bandera y dispuso que “En Dios Confiamos” fuese la frase nacional. Desde que eran niños los hermanos Dulles estaban empapados de religión, y como adultos vieron qué tan profundamente permeaba la vida y la actividad política. Por otro lado, puesto que ninguna institución en Guatemala tenía una liga tan directa con la gente como la Iglesia Católica, Allen decidió aprovechar su poder. La CIA no tenía un canal directo con el arzobispo de Guatemala Mariano Rossell y Arellano, pero su canal indirecto era ideal. El Cardenal de Nueva York Francis Spellman, no solamente era un fervoroso anticomunista, sino