Junto a las experiencias de sociabilidad, la conmemoración y los símbolos, la cultura republicana claramente nacionalizadora se difundió a través de instituciones republicanas que tenían una voluntad educadora, principalmente los ateneos, las escuelas privadas laicas o la formación de adultos que se impartía en casinos y centros republicanos, mediante cursos, conferencias, excursiones y otras actividades lúdicas. Además de ateneos y casinos, los republicanos crearon instituciones orientadas a la educación cívica de los trabajadores. En el caso bien conocido de Gijón, esta voluntad educativa se plasmó en la Asociación Musical Obrera y la Asociación de Cultura e Higiene. La primera proponía la música como vía de progreso moral y de participación cívica, y la segunda se orientaba a la ayuda mutua y prestó una creciente atención al desarrollo de la vida de los obreros, presionando para que se realizaran mejoras en los barrios donde vivían. Según Radcliff, para la Asociación de Cultura e Higiene «el barrio era el microcosmos de la nación» y los logros eran celebrados como una conquista de la comunidad de ciudadanos unida y organizada. A pesar de las tensiones que surgieron en la asociación a medida que se fue desarrollando el movimiento obrero de la localidad, sirvió hasta los años treinta de medio civilizador impulsado por reformistas de clase media que trataban de integrar a los sectores populares y obreros en una futura nación de ciudadanos republicanos.[49] En el proceso, fueron enseñando a los obreros, entre otras cosas, a implicarse de alguna manera en lo local, a combatir políticamente por la mejora de la ciudad, lo que no parece que fuera incompatible con la tendencia anarquista de muchos trabajadores de la asociación.[50]
Por último, la movilización impulsada por los republicanos también favoreció la difusión de una conciencia nacional. Ellos trataron de dirigir los conflictos sociales y políticos existentes en las localidades donde tenían apoyo e intentaron orientarlos en función de sus intereses políticos. Con ese objetivo recalcaban constantemente la interpretación que hacían de dichos conflictos y aprovechaban la oportunidad para reiterar sus apelaciones populistas de fondo en las que insertaban la interpretación de los problemas concretos. De forma que éstos solían quedar insertos en los planteamientos dicotómicos tan característicos del populismo republicano: los parásitos, explotadores y oligarcas, a un lado, junto a los que indefectiblemente aparecía la autoridad gubernamental establecida; y, al otro, el pueblo, los productores oprimidos y los que los defendían. Al insertarlos en esquemas de este tipo, hasta los conflictos de carácter más local podían remitir a una conexión con lo nacional, aunque fuera de forma imprecisa. La retórica quedaba especialmente reforzada si en la calle la protesta se plasmaba en manifestaciones conjuntas entre todos los sectores populares y obreros con sus representantes, encabezados por los republicanos.
Desde los años noventa del siglo XIX, la protesta popular y obrera fue uno de los mecanismos que favoreció la penetración de la cultura política republicana en las clases populares, lo que se tradujo en un reforzamiento de los lazos entre el republicanismo y la clase obrera. En las décadas previas a la Primera Guerra Mundial, antes de que se perfilara de forma cada vez más independiente el movimiento obrero, se sitúa el periodo de mayor ascendiente del republicanismo entre las clases populares y obreras. Es en esa época en la que se aprecia una evolución desde una movilización social y política espoleada básicamente por asuntos locales a otra en la que adquieren una creciente importancia las cuestiones de política nacional. Este momento parece situarse a finales de la primera década del siglo XX, como lo refleja sobre todo la relevancia que adquirieron las protestas contra la ejecución de Ferrer i Guardia en 1909 o contra la política gubernamental en Marruecos. De hecho, la guerra de Marruecos se convirtió en uno de los principales motivos de concienciación política de los españoles a escala nacional, con las movilizaciones desarrolladas desde 1909 a 1914.[51] Ello no quiere decir que la movilización anterior a esos años fuera exclusivamente localista. A lo largo de las dos décadas precedentes, y sobre todo desde 1898, se dio una progresiva incorporación de lo nacional entre los motivos para la movilización de los sectores populares, y los republicanos desempeñaron un papel relevante en el proceso. La mayoría de ellos, a excepción de una parte de los federales, se encontraron entre los principales impulsores de movilizaciones patrióticas a favor de la guerra de Cuba, actitud que compatibilizaron desde 1896 con la participación en protestas contra las desigualdades del sistema de reclutamiento. Y tras la derrota militar se convirtieron en los principales agentes de la movilización anticlerical que se extendió por el país hasta las postrimerías de la Primera Guerra Mundial.[52]
Los mítines organizados por los republicanos seguían una ritualización parecida, aunque se desarrollara en contextos distintos y por motivos diferentes. No faltaban los elementos simbólicos –banderas, música, algún retrato de característicos republicanos– y, tras escuchar las intervenciones de diferentes republicanos de relevancia local, regional, y a veces nacional, se elaboraba una lista de demandas que incluía también peticiones políticas a nivel nacional. A veces, marchaban después en manifestación hasta el ayuntamiento o el gobierno civil, acompañados por los líderes republicanos de la localidad, con banderas y estandartes de los centros republicanos y obreros que participaban en la movilización, mientras se tocaba o cantaba La Marsellesa y se daban vivas a la República. Al llegar al lugar de destino, se hacía entrega del pliego de peticiones y se daba por finalizada la concentración. Las movilizaciones políticas resultaban especialmente interesantes para los republicanos, sobre todo si se realizaban de forma conjunta con los sectores obreros. Aunque el motivo inicial de la movilización fuera localista, si el tema permitía convertirlo en motivo de ataque global al régimen monárquico, los republicanos podían erigirse en líderes de la movilización y consolidar su posición entre los sectores opuestos al régimen monárquico. Aunque el conflicto se centrara en la estructura de las relaciones de poder a nivel local, como afirma Pamela Radcliff, se le podía dar una lectura insertada en cuestiones nacionales, algo que era posible hacer porque existía una tradición de protesta en defensa de los intereses populares compartida por el republicanismo y el societarismo obrero frente a un régimen oligárquico y represivo.[53]Incluso cuando comenzó a manifestarse la progresiva independencia del movimiento obrero con respecto al republicanismo, aquél siguió participando de una cultura popular básicamente antioligárquica y anticlerical que le permitía colaborar con los republicanos en movilizaciones políticas y actos de protesta contra la guerra o el clericalismo, por ejemplo, cuyo referente era claramente nacional. En Zaragoza, en un mitin contra la guerra en agosto de 1914 organizado por las sociedades obreras, y que contó con el concurso de los republicanos, además de los consabidos gritos contra la guerra y los llamamientos en favor de la unión entre obreros y republicanos, se elaboraron unas conclusiones para enviarlas al gobierno que reflejaban una cultura política republicana compartida por el mundo obrero, en la que la protesta contra la guerra era perfectamente compatible con una disposición a implicarse en la política nacional, siempre que ésta sirviera a los intereses del pueblo, y sin escatimar afirmaciones de cariz patriótico:
Aragón, arma de la patria que ha sabido morir por ella, ante la desacertada política africana que lleva estéril a los hijos del pueblo, demanda la inmediata terminación de la guerra con la consiguiente repatriación de tropas, y dice a los poderes públicos: para el trabajo y la cultura, para caminos, riegos, fomento de la riqueza y reforma social, nuestro esfuerzo jamás regateado; para insensatas empresas, para combatir sin plan ni objeto en Marruecos, ni una peseta, ni un hombre.[54]
La movilización anticlerical fomentada por los republicanos respondía a estas características que mencionamos. Aunque su origen estuviera en un conflicto local, los discursos de la protesta y los escritos en la prensa republicana