—A sus órdenes, inspector jefe. No se preocupe, nos ponemos a trabajar inmediatamente —Leire lo dice sin mostrar ninguna duda de su predisposición.
—Por cierto, para ahorrarnos palabras llámame «jefe», que el título es muy largo y, a partir de ahora, vas a tener que dirigirte mucho a mí.
Dicho esto, Roberto Puig se dirige a la puerta del despacho para facilitar a las dos mujeres la salida.
Leire y Martina abandonan sus asientos al mismo tiempo, saludan con un gesto al comisario y se disponen a irse cuando les interrumpe la voz del saludado:
—Suerte, inspectora —la aludida se da la vuelta y lo ve afable detrás de su escritorio—. Os hemos hecho venir a mi despacho para conoceros personalmente y desearos lo mejor en esta comisaría. Aunque vuestro superior inmediato es Roberto, y no podéis tener otro mejor, me tenéis a vuestra entera disposición. Tened cuidado ahí fuera.
Las dos mujeres agradecen las palabras del director de aquel gran entramado policial y, sin más dilación, se dirigen a su nueva ubicación dentro de la comisaría. Como única información llevan impresa la dirección de donde ha aparecido el muerto.
Capítulo 2
La inspectora y la subinspectora esperan en silencio a que llegue el ascensor que las va a devolver a las plantas terrenales del edificio, aquellas donde se ubican los policías de campo que trabajan más en la calle que en los despachos. Una vez dentro del habitáculo, y quizá sabiéndose solas y a salvo de observadores indiscretos, se cruzan la mirada y sonríen abiertamente, las dos al mismo tiempo.
—¡Qué fuerte! —Una vez más es la dicharachera Martina quien rompe el silencio—. ¡El comisario en persona nos ha asignado el caso! Te aseguro que esto no es lo normal por aquí, Leire.
—Será porque soy nueva —responde ella, queriendo contener su alegría para dar una imagen de más seriedad.
—¡O será por la fama que te precede! —insiste la subinspectora—. Ya te digo que el caso que te tocó resolver dentro del tren fue muy seguido y comentado aquí dentro. Cuando nos enteramos de todo lo que desenmarañaste, nos lo íbamos contando de unos a otros y hacíamos apuestas a ver si el que lo escuchaba por primera vez averiguaba quién era el asesino antes de relatarle el final. Además, el no poder recibirte en la comisaría debido a tu cuarentena posterior por el contagio de coronavirus contribuyó a mitificar aún más tu figura; nos imaginábamos a una superpolicía de película… ya sabes.
—Pues no, no sé… —aunque no tiene confianza suficiente con ella, ni se le da bien, Leire intenta seguir la excitación de su compañera—. ¿Y qué os esperabais?, ¿a una chica espectacular tipo Angelina Jolie, o qué?
La subinspectora ríe sincera.
—Además —no puede evitar lamentarse Leire—, llevo bastante tiempo en los despachos, y no es que haya tenido muchas visitas en todos estos meses.
—¡Ni sabíamos que estabas trabajando aquí! —se excusa Martina—. Pero ten por seguro que, si ya eras famosa antes de empezar a trabajar con nosotros, imagínate ahora que te han asignado este caso. ¡El equipo debe de estar loco por conocerte!
Leire, fiel a su personalidad, agradece la orientación que da su compañera a la conversación, pero intenta dejar de lado los halagos para centrarse en el nuevo objetivo que tiene por delante. Siempre le ha ido bien así, sin dejarse influir por lo bueno —o lo malo— que se diga de ella, limitándose a trabajar mucho para sentirse bien consigo misma y ganarse el respeto de sus colegas. Así es como consiguió ascender hasta llegar a inspectora de la Policía Nacional y así es como pretende seguir trabajando. Por eso, en este momento, se obliga a centrase en lo primero que le preocupa y quiere hacer bien: conocer y presentarse a su nuevo equipo de trabajo.
—¿Tú conoces ya a los compañeros? —le pregunta a Martina.
—Sí, los he tenido que citar esta mañana antes de que llegaras, porque son policías a los que se les van asignando casos o investigaciones, según las necesidades de la comisaría. De todas maneras, creo que hemos tenido mucha suerte: somos pocos, pero todos gente seria y con muchas ganas de trabajar… ya lo verás.
El ascensor se para, por fin, en la planta del edificio destinada al departamento de homicidios. Salen Martina delante y Leire detrás, avanzan por los pasillos hasta la sala de reuniones que les han asignado. Mientras recorren las dependencias perciben en el ambiente una actividad constante que, inevitablemente, transmite una sensación de estrés corporativo bastante más evidente de la que han apreciado en las plantas superiores. Allí abajo nadie se fija en ellas, son dos peones más dentro de un gran ejército de profesionales, en el que cada cual demasiado tiene con ocuparse de lo suyo.
Martina se dirige hasta el final de un pasillo y se detiene a la entrada de una sala delimitada por unos paneles de cristal. Dentro, tres policías uniformados están a la espera, sentados cómodamente y charlando entre sí a la vez que toquetean las pantallas de sus móviles. Cuando entra Leire, se callan inmediatamente, guardan los terminales y se ponen todos en pie como muestra de respeto ante un superior. Nada más cruzar la puerta, la inspectora se detiene, mientras Martina pasa por su lado y se coloca junto a los policías, dando a entender que ella es parte del equipo que va a liderar Leire.
Todos miran expectantes a su nueva jefa. Ella, aunque es consciente de que están esperando que intervenga, duda sobre en qué tono va a dirigirse a ellos; su imagen depende de la actitud que adopte, y piensa que esa primera impresión deja impronta y marca el rumbo de las relaciones posteriores. Se toma un tiempo y aprovecha para mirarlos uno a uno. A parte de Martina tiene enfrente a una mujer y dos hombres: uno de los varones es claramente mayor que el otro, y la mujer parece de la misma edad que el joven. Están todos en una postura firme pero relajada, no demasiado marcial. Por fin decide mantener las formas:
—Buenos días… —se interrumpe un momento al darse cuenta de que casi añade un «caballeros», lo cual habría sido poco apropiado habiendo dos mujeres entre ellos—, imagino que ya sabéis que soy la inspectora Sáez de Olamendi, vuestra nueva responsable, y que estáis aquí para que formemos un equipo de investigación de homicidios.
Los tres asienten y se mantienen en silencio. Martina contiene una sonrisa, que Leire capta y no sabe muy bien cómo interpretar. Decide ignorarla y seguir a lo suyo:
—Creo que lo primero es que nos conozcamos. Así que, si os parece, empiezo yo: estoy recién destinada a esta comisaría, vengo de…
—Todos la conocemos, inspectora —interrumpe el mayor de los uniformados—, y sepa que estamos encantados de trabajar con usted.
A Leire le agrada el comentario, y así lo demuestra con un gesto. Ya le había adelantado Martina lo que se hablaba de ella por allí. Aun así, prefiere terminar su breve presentación:
—Te lo agradezco. Solo me gustaría deciros, por si no lo sabéis, que además de ser nueva aquí, también soy nueva como inspectora; de hecho, este será mi primer caso como responsable de un equipo y una investigación. Os lo quiero comentar porque espero de vosotros toda la ayuda y las sugerencias que se os ocurran, de aquí en adelante sería bueno que no os cortéis y no os calléis nada que creáis pueda ser importante. Tenemos un crimen que resolver y nuestro objetivo es que quien lo haya cometido pague por ello, nada más… y eso lo conseguiremos si formamos un buen equipo.
Los policías agradecen ese pequeño discurso. Como parece que ninguno va a lanzarse a seguir con las presentaciones, Leire mira a su subinspectora esperando que los anime. Martina capta enseguida el mensaje:
—Vamos, Abuelo —dice dirigiéndose al que ha hablado antes—, empieza tú, que eres el mayor… ¡Cómo en el colegio! —añade con guasa y arrancando así una sonrisa a los otros dos.
El aludido se adelanta un poco