El bergantín, comandado por Valdivia y pilotado por Francisco Niño, se hizo a la mar en enero de 1512 con rumbo a la ciudad de Santo Domingo. Navegó por la costa panameña hasta Punta de Mármol con el objetivo de adentrarse en el mar hacia la isla de Jamaica y después dirigirse a Santo Domingo. Sin embargo, la ruta elegida era poco conocida y muy peligrosa, así que las dificultades estaban a la orden del día y el miedo a un eventual naufragio —común en las expediciones náuticas— era generalizado. Como señala Carlos Conover Blancas,
el mar podía despojar en un instante a los aventureros de todos los medios con los que proyectaban realizar sus designios. Repentinamente los planes de conquista y las ambiciones de riqueza daban paso al objetivo simple y llano de mantener la vida, por todos los medios imaginables. Buscar agua, comida y un lugar adecuado para vivir se transformaban en las actividades primordiales.
Desde las exploraciones realizadas por Cristóbal Colón se sabía que la navegación en la zona del Caribe era peligrosa, en particular por la presencia de los bancos de arena que proliferaban ahí y que podían volcar con facilidad una embarcación.
Cerca de Jamaica se localizaba el banco de arena conocido como La Víbora, compuesto además por coral, así como islas, cayos y rocas. Para algunos cronistas, este banco ocasionó el naufragio de la nave comandada por Valdivia, la cual pudo ser arrastrada por la corriente y lanzada contra uno de los cayos. El impacto destruyó partes de la nave y provocó que comenzara a anegarse. Raudos, en un estado de absoluta alarma, los tripulantes corrieron a refugiarse en el batel, una embarcación menor desprovista de cubierta, que pronto quedó a la deriva con sus aterrados navegantes.
La situación era crítica y no tardó en convertirse en desesperada. Consumidos por la deshidratación, el hambre y la insolación, en pocos días murieron más de la mitad de los náufragos. Los sobrevivientes, sin poder evitarlo, continuaron su derrotero mar adentro.
La barcaza fue objeto de más deterioros y averías, pues las olas y las piedras bajo la superficie del mar la destruían cada vez más. No se exagera al decir que la situación de los náufragos era terrible, sumiéndose en un estado de abatimiento que carcomía sus sentidos. El paso del tiempo debió parecerles eterno debido a la angustia provocada por su insoportable situación.
Varios días después del infortunio, tras navegar a la deriva, los maltrechos sobrevivientes por fin atisbaron tierra. Se encontraban en la costa oriental de la península de Yucatán. Al descender de la barcaza, los náufragos, por demás fatigados, hambrientos y desolados, muy probablemente se desvanecieron en la blanca arena de la costa y despertaron tiempo después rodeados por un grupo de personas ataviadas de una forma que ninguno de estos españoles había visto hasta entonces, con ropas confeccionadas y sandalias, además de lucir decoraciones faciales y corporales que, sin duda, causaron una viva impresión a los aturdidos náufragos: eran mayas y vivían en una de las numerosas ciudades construidas cerca de la costa.
Sin mucho esfuerzo, dado el lamentable estado en el que se hallaban, los náufragos fueron apresados por los mayas y llevados a su ciudad, un asentamiento construido y planificado donde había cuantiosas edificaciones de piedra y varias plazas. Fuentes como el relato de Pedro Mártir de Anglería dicen que, ante la consternación de los españoles, los mayas despojaron a algunos de ellos de sus prendas harapientas y les untaron en el cuerpo una pintura vegetal de color azul intenso, para después conducirlos a uno de los templos de la ciudad donde, uno a uno, fueron sacrificados y comidos ritualmente.
Aunque algunos investigadores dudan de esta aseveración, cabe mencionar que el rito del sacrificio humano, por más terrible y sangriento que pueda parecernos hoy día, fue parte fundamental de las creencias religiosas de los antiguos mayas, no sólo de los grupos tardíos que conocieron los españoles en el siglo xvi sino de las comunidades previas. Desde los orígenes de la civilización maya, que podemos remontar dos milenios en el tiempo, hasta la llegada de los españoles, el sacrificio humano fue un componente principal de su religión. Como veremos en el siguiente apartado, la inmolación ritual de algunos náufragos españoles —si es que ocurrió— no fue un simple acto de violencia, como piensan algunos. Todo lo contrario, la sangre derramada en los sacrificios humanos era recolectada con cuidado y ofrendada a los dioses, quienes la demandaban a los humanos como un requisito para la continuación del mundo y la vida.
La historia sólo ha conservado el nombre de dos tripulantes de la embarcación comandada por Valdivia que salió de Santa María la Antigua en enero de 1512: Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero. Ambos hombres permanecieron entre los mayas peninsulares y sus destinos fueron muy dispares. Jerónimo de Aguilar se desempeñó como sirviente de un sacerdote principal de la ciudad llamada Xaman-Xamanzama, asentamiento hoy conocido como Tulum-Tancah. Por su parte, Gonzalo Guerrero vivió en la ciudad de Chaacte’mal (Chetumal) —sitio actualmente identificado como Oxtankah, según Luis Barjau—, la cual era gobernada en ese momento por el señor Ah Nachan Kan Xiu (figura 1).
La llegada de ambos hombres a ciudades distintas no es del todo clara. Algunas fuentes registran que Aguilar y Guerrero fueron retenidos y encerrados por los aguerridos mayas; el horror que experimentaron ante el sacrificio de sus compañeros les infundió el valor necesario para proponerse huir de sus captores. Así, se dice que, cobijados por la oscuridad de la noche, Aguilar y Guerrero escalaron el muro del edificio que constituía su prisión y alcanzaron el techo, el cual, para fortuna de los náufragos, no era de piedra sino de paja. Esta particular construcción de los techos de numerosas viviendas mayas les permitió huir. Una vez fuera, se internaron sin dilación en la selva.
El fraile franciscano Diego de Landa, en su obra Relación de las cosas de Yucatán, así lo refiere:
que esta pobre gente vino a manos de un mal cacique, el cual sacrificó a Valdivia y a otros cuatro a sus ídolos y después hizo banquetes [con la carne] de ellos a la gente, y que dejó para engordar a Aguilar y a Guerrero y a otros cinco o seis, los cuales quebrantaron la prisión y huyeron por unos montes.
Poco después, los prófugos españoles se percataron de que eran perseguidos por los mayas. Ante esta situación, y para dificultar su captura, Aguilar y Guerrero decidieron separarse. Los senderos que ambos tomaron los alejaron entre sí, pero también se constituyeron en caminos de vida que los mantendrían alejados para siempre.
Figura 1. Mapa del área maya que muestra los principales asentamientos prehispánicos. Tomado de Los mayas: voces de piedra, Alejandra Martínez de Velasco Cortina y María Elena Vega Villalobos (coords.), México, unam, Turner, Ámbar Diseño, 2015. Cortesía de Alejandra Martínez.
1 Naves pequeñas con dos mástiles, popa gruesa y sin beque.
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