Mi intención es mostrar que, pese a lo dicho por algunos autores, los mayas del siglo xvi que encararon a las huestes españolas no eran sustancialmente distintos a los mayas del periodo Clásico (250-950 d. C.) que han fascinado al mundo entero durante décadas. La conquista de México y de Mesoamérica sólo puede entenderse a cabalidad desglosando las principales características políticas, sociales, culturales y religiosas de los españoles, por un lado, y de los indígenas americanos, por el otro.
El naufragio
Apartir de 1492, los viajes del almirante de la mar océano, Cristóbal Colón, revelaron a los europeos una porción del orbe hasta ese momento ignota para ellos. La inmensidad y riqueza, tanto natural como cultural, de esta vasta tierra firme fue bautizada poco después de su descubrimiento como Nuevo Mundo. Tal denominación no podía ser más exacta para los sorprendidos europeos, quienes se enteraron a la vez de la existencia de esa parte del mundo y de sus habitantes, algunos de ellos forjadores de grandes civilizaciones que, a lo largo del siglo xvi, asombraron al Viejo Mundo con su sofisticación cultural, política, social, económica y religiosa.
En el lapso de diez años, durante su ambiciosa empresa de Indias, Colón exploró varias regiones de América. Pese a que el objetivo de su travesía era encontrar una ruta alterna a las Indias Orientales, el descubrimiento de esta parte del mundo pronto resultó provechoso para él y sus acompañantes, quienes desde las Bahamas y las Antillas se dedicaron a colonizar y explorar diversas regiones de lo que se les presentaba como un Nuevo Mundo. Las expediciones de Colón revelaron varios aspectos culturales de los habitantes de América; uno de los que más interesó a Colón fue el hecho de constatar que los nativos se desplazaban hábilmente por medio de canoas dispuestas con “velas de algodón” y bogaban “al remo”, una muestra de que la navegación era eficaz y recurrente entre los indígenas americanos. Aunque el almirante y sus acompañantes vieron numerosas canoas indígenas en sus diversas exploraciones realizadas durante una década, debemos subrayar el avistamiento de una peculiar embarcación durante el cuarto y último viaje de Colón, en 1502.
Mientras navegaba por las islas de la bahía, en el hoy denominado golfo de Honduras, Colón divisó una canoa con características muy distintas a las observadas hasta ese momento. Dicha embarcación transportaba a un grupo nutrido de hombres, descritos por los marineros que acompañaban al almirante como “altos y bien proporcionados, que no tenían las caras anchas de los isleños”. Tanto Bartolomé de las Casas como Pedro Mártir de Anglería, cronistas de la época, señalan que la canoa no sólo transportaba hombres sino también mujeres y niños, así como mercancías diversas. Su manufactura, además, era mucho más elaborada que las tripuladas por los indígenas isleños, pues presentaba un cobertizo con toldo hecho de palma. Muchos años después, Bernal Díaz del Castillo escribió en su obra Historia verdadera de la conquista de la Nueva España que esos hombres iban vestidos con ropa de algodón. Tanto Las Casas como Mártir de Anglería dicen que dicha canoa debía provenir de Yucatán, de una región así bautizada en 1517, cuando ocurrió su “descubrimiento oficial”.
Los estudios sobre el avistamiento de mercaderes “altos y bien proporcionados” por las huestes colombinas concluyen que éste fue el primer encuentro de los europeos con una de las numerosas civilizaciones que se gestaron en lo que hoy denominamos Mesoamérica: la maya. Dada la ruta que seguía la canoa indígena, diversos investigadores han señalado que los hombres vistos por Colón eran putunes, asimismo conocidos como maya-chontales, tal vez salidos de Xicalango, un centro comercial importante de la península de Yucatán.
No obstante el impacto que esta embarcación y sus tripulantes causó en los expedicionarios europeos, su región de procedencia no fue explorada. Se debe recordar que a principios del siglo xvi los españoles se encontraban asentados en las islas más grandes del Caribe, empeñados en afianzar su naciente dominio en la zona. Así, emprendieron una serie de expediciones a tierras cercanas con el propósito de colonizarlas y explotarlas.
Cristóbal Colón murió en 1506. Dos años después, su hijo Diego confrontó a la Corona española para recuperar los privilegios de su familia a raíz del descubrimiento del almirante. Su batalla legal rindió frutos, pues en 1508 fue nombrado gobernador de las Indias por el rey Fernando el Católico. Un año después, en junio de 1509, tras aprovisionar sus naves y formar un círculo de colaboradores leales y eficaces, Diego Colón se hizo a la mar con rumbo a sus nuevos dominios en América y algunas semanas después arribó a La Española.
La situación en los dominios americanos recién descubiertos, sin embargo, comenzó a tornarse muy competitiva. A resultas de ello, desde el inicio de su administración como gobernador de las Indias, Diego Colón tomó medidas para imponer su autoridad sobre otros peninsulares que le disputaban el gobierno de diversas regiones de América. Entre estos contendientes se hallaban, por ejemplo, Diego de Nicuesa y Alonso de Hojeda, quienes habían conseguido facultades para mandar y colonizar las zonas de Veragua y Nueva Andalucía, las cuales abarcaban un amplio territorio desde el golfo de Honduras hasta la zona occidental del río Atrato, en el golfo de Urabá.
La Corona española proporcionaba potestades de gobierno a diversos peninsulares por una gama de razones; una de ellas se originó porque la población nativa de las Bahamas y las Antillas, en los pocos años que llevaba sometida a los españoles, casi había sido exterminada como consecuencia de la colonización. Ante este percance, los colonos se vieron en la necesidad de buscar nuevas poblaciones indígenas para emplearlas como mano de obra en sus plantaciones. Las expediciones españolas, entonces, aunque al parecer se limitaban a costear por diferentes regiones de Centroamérica y Sudamérica, asimismo tenían el cometido de revelar la existencia de tierras provechosas y de las vastas comunidades humanas ahí radicadas.
De las innúmeras exploraciones que se llevaron a cabo con este cometido, Alonso de Hojeda, Juan de la Cosa y Diego de Nicuesa comandaron tres de ellas. Este último era uno de los hombres más ricos de La Española y, tras ser designado procurador de los colonos en el año de 1508 —junto con Sebastián de Atodo—, solicitó al rey el otorgamiento de encomiendas sobre los nativos isleños. Su petición fue atendida y obtuvo autorización para colonizar y gobernar la zona de Veragua.
Dada la posición de Nicuesa, su expedición a Veragua constituía un problema serio para el gobernador Diego Colón, quien intentó por todos los medios a su alcance retrasar la salida de su flota. No obstante, sorteando los eventuales contratiempos, tanto Nicuesa como Hojeda y De la Cosa partieron hacia Sudamérica a finales de 1509 en varios navíos y bergantines.1
Estas tres avanzadas arribaron a sus lugares de destino y pasaron una serie de trances muy significativos que les develaron los numerosos escollos que enfrentaría la Corona española para conquistar y colonizar esos nuevos territorios.
Como se aprecia en la descripción de las expediciones comandadas por Hojeda y Nicuesa, los peninsulares se vieron en la necesidad de construir villas y aldeas para residir en las zonas recién exploradas, pero también tuvieron que verse con situaciones críticas tocantes a la obtención de alimento, pues las provisiones llevadas desde La Española pronto se agotaron. En varias ocasiones, las tormentas tropicales que azotaron la región destruyeron las improvisadas aldeas españolas y sus sementeras, dejando a los colonos a expensas de los bastimentos que habían llevado consigo, así como de la caza y recolección de animales y frutos silvestres. Al verse continuamente mermado su sustento, el hambre y las enfermedades los consumieron, y muchos de ellos murieron.
A estos contratiempos que sumían a los colonos en la desesperación, se agrega la presencia de comunidades indígenas asentadas en Veragua y Nueva Andalucía que a menudo oponían una férrea resistencia a los invasores peninsulares. Por ejemplo, la expedición comandada por Hojeda fue asaltada y derrotada a poco de su arribo por los aguerridos calamarí. La ayuda que Nicuesa proporcionó a Hojeda corto tiempo después permitió contrarrestar la retirada de las huestes