La impugnación de la tesis de la triquinosis que acabamos de citar, además de la irónica observación de que Dios debería haber prohibido no la carne de cerdo sino la carne poco cocida, proviene del antropólogo Marvin Harris, quien desarrolló dos teorías sobre el tabú de la carne de cerdo: una socioeconómica y otra ecológica. La primera hipótesis dice que los cerdos no son animales apropiados para nómades del desierto sino que corresponden –como en la economía agrícola de Roma o en las ciudades de la temprana Edad Moderna– al estilo de vida de poblaciones sedentarias.
A diferencia de los antepasados de vacas, ovejas y cabras, que vivían en praderas soleadas, semiáridas y cálidas, los antepasados del cerdo eran habitantes de las riberas fluviales y los valles boscosos con abundancia de agua. El sistema de regulación del calor corporal del cerdo es, en todos sus aspectos, incompatible con la vida en los hábitats calurosos y resecos que fueron la tierra natal de los hijos de Abraham [...] Los pastores de regiones áridas no crían cerdos por la sencilla razón de que resulta difícil protegerlos de los efectos del calor, del sol y de la falta de agua cuando se trasladan entre campamentos muy distantes entre sí. (18)
Pero ¿por qué entonces se prohibió también el consumo de camellos? Tal vez esos animales eran demasiado caros: “Con su notable capacidad para almacenar agua, soportar el calor y transportar cargas pesadas durante largas distancias, con sus largas pestañas y sus ollares, que se cierran herméticamente y lo protegen en caso de tormentas de arena, el camello era la más importante posesión de los nómadas del desierto en el Oriente Medio”. (19)
Un jabalí (de 1840), al parecer, camino a su guarida.
Estas reflexiones se completan con un análisis ecológico que Harris bosqueja apoyándose en el etnólogo Carleton S. Coon. La crianza de cerdos se volvió difícil en el Cercano y Medio Oriente por el cambio climático, la deforestación y la erosión del suelo. “Al principio del Neolítico los cerdos podían hozar en bosques de robles y hayas que proporcionaban sombra y lodazales, además de bellotas, hayucos, trufas y otros productos propios del sotobosque. Al crecer la población humana, aumentó la superficie cultivada y se destruyeron los bosques de hayas y robles con el fin de ganar espacio para los cultivos, en especial el olivo, eliminando con ello el nicho ecológico del cerdo”. (20)Hace unos siete mil años la superficie ocupada por bosques en Anatolia pasó de un 70% a un 13%; los bosques de las costas y las montañas del mar Caspio se redujeron a un cuarto de su antigua extensión; los bosques de robles y enebro de la cordillera de los Zagros a un sexto. La crianza de cerdos sólo pudo continuar en zonas periféricas más favorecidas o con la condición de aplicar recursos enormes; que no desapareció del todo se deduce de que continuara su prohibición; no es necesario prohibir una práctica que nadie ejerce.
También es digna de mención una última teoría que planteó hace algunos años Christopher Hitchens y que no refiere a un cambio económico o ecológico sino a uno cultural, a saber, el paulatino apartamiento de prácticas sacrificiales, tal como puede verse sobre todo en los libros proféticos cuando critican el sacrificio de niños a Baal. Así, por ejemplo, Jeremías execra la construcción de templos en el “Tofet, en el valle del hijo de Hinom”, donde se sacrifican niños, “cosa que Yo no mandé ni me pasó por el pensamiento” (Jeremías, 7, 31). Y Oseas constata: “Pues misericordia quiero, y no sacrificio” (Oseas, 6, 6). En el Levítico, que ya citamos en relación con las comidas prohibidas, también está la frase: “No darás ningún hijo tuyo para consagrarlo a Moloc” (Levítico, 18, 21).
Christopher Hitchens señaló que la carne de cerdo, al parecer, tiene un gusto parecido a la carne humana y supuso que con la prohibición de la carne de cerdo se quisieron combatir y sancionar los sacrificios humanos:
Si lo llevamos un poco más lejos, podríamos observar que cuando se consigue que los rabinos y los imanes dejen en paz a los niños, estos se acercan mucho a los cerdos, sobre todo a los más pequeños; y que a los bomberos por regla general no les gusta comer cerdo asado ni crujiente. En Nueva Guinea y en otros lugares el término antiguo que se emplea para referirse a un ser humano asado significa “cerdo grande”: jamás he tenido la pertinente experiencia degustativa pero parece que, cuando se nos ingiere, tenemos un sabor muy parecido al del cerdo [...] La atracción y repulsión simultáneas procedían de una raíz antropomórfica: el aspecto del cerdo, su sabor, sus chillidos agónicos y su evidente inteligencia recordaban demasiado desagradablemente al ser humano. La porcofobia y la porcofilia se originaron tal vez en la noche de los tiempos de los sacrificios humanos e incluso del canibalismo, del que los textos ‘sagrados’ suelen hacer algo más que una insinuación. (21)
Este pasaje da testimonio del poder y lo ominoso de un tabú que puede estar asociado a sacrificios religiosos –y a la crítica de esos sacrificios–. El cerdo es el cordero. ¿O es el hombre? En la película Cuando los chanchos vuelen (2011), (22) de Sylvain Estibal, sacan a un cerdo del mar y lo disfrazan de oveja. Esta comedia negra, además, cuenta cómo el pescador palestino Jafaar es casi obligado a sacrificarse a sí mismo y cometer un ataque suicida. Debajo de la piel de oveja se oculta un cerdo, detrás del cerdo... un hombre.
13. Marilyn Nissenson, Susan Jonas, Das allgegenwärtige Schwein, Colonia, Könemann, 1997, p. 20.
14. Las citas de la Biblia están tomadas de La Santa Biblia, versión de Mons. Juan Straubinger, La Plata, 1951 [N. del T.].
15. Las citas del Corán están tomadas de El Sagrado Corán, Madrid, Centro Islámico Fátimah Az-Zahra, 2005 [N. del T.].
16. Mose ben Maimon, Führer der Unschlüssigen, libro tercero, Leipzig, Meiner, 1924, pp. 310 y ss.
17. Marvin Harris, Wohlgeschmack und Widerwillen. Die Rätsel der Nahrungstabus, Stuttgart, Klett-Cotta, 1990, pp. 69 y ss.
18. Ibíd., p. 73.
19. Ibíd., p. 79.
20. Ibíd., p. 75.
21. Cf. Christopher Hitchens, Der Herr ist kein Hirte. Wie Religion die Welt vergiftet, Múnich, Heyne, 2009, pp. 55 y ss.
22. En España esta película fue conocida como Un cerdo en Gaza. [N. del E.]
El cerdo doméstico en una interpretación de 1846; un tronco de árbol representa el bosque.
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