—¡Te odio!
La joven se alejó avergonzada. El Capitán volteó y miró molesto, a los aldeanos y soldados, quienes inmediatamente dejaron de reír.
Más tarde, Diana continuaba llorando en su cama. Su madre la consolaba, cuando apareció su padre, para arreglar el problema. La mujer los dejó a solas. Ella solazaba aun. Tras unos instantes de silencio, él respiró hondo y se sinceró.
—Tengo miedo que te suceda algo malo, como a tu hermano.—En voz baja, y melancólica.
Diana dejó de llorar, por la sorpresa. En toda su vida, su padre jamás había admitido ni demostrado miedo alguno. Por su naturaleza, él siempre tuvo una faceta aguerrida y valerosa. Pero en ese instante, notó que su padre también sentía fragilidad. Y que su negatividad a enseñarle, tenía una justificación válida. Así que ella lo abrazó, para tranquilizarse.
—No fue tu culpa —dijo mientras lo abrazaba.
—Sí, lo fue. Yo le di esa espada. Yo le alenté a usarla —al borde de las lágrimas.
—Ya, ya. No te castigues más con eso.
La joven acarició el cabello de su padre, unos instantes de silencio. Tras entender el punto, ella supo que debía desistir su idea.
—Y descuida… Ya no te pediré que me enseñes. Comprendí que soy demasiado débil.
—Tener debilidades, no tiene nada de malo. Solo debes trabajar en ellas, y buscar tus fortalezas.
—¿Y qué fortalezas podría tener yo? Soy pequeña y frágil.
El Capitán se levantó. Había recuperado su temple de acero. La miró seriamente y le dijo.
—Ninguna hija mía es pequeña ni frágil.
—Ni siquiera pude levantar la espada. Jamás seré buena guerrera.
—¿Y quién dice que se debe ser espadachín, para servir en combate? Cada guerrero debe encontrar un arma ideal, acorde a sus habilidades y destrezas físicas.
—¿Y cuál arma podría yo usar?
—Mañana al amanecer. Te espero en el campo de entrenamiento.
—¿En serio?... ¡Gracias! —Muy sorprendida y animada.
Ella abrazó fuertemente a su padre. Jamás había estado tan contenta. Fue la primera vez que existió un vínculo fraterno entre ambos. Al llegar el alba, la joven se presentó en el sitio. La espada era demasiado pesada para ella, era un hecho irrefutable. Pero el arco era perfecto. Podía alzarlo fácilmente, y atacar desde lejos, evitando combates cuerpo a cuerpo, mucho más peligrosos. Su entrenamiento duró cinco semanas. Durante ese periodo, su padre incluso mandó a confeccionarle su propio arco y flechas. Era pequeño y cabía dentro de un bolso especialmente diseñado, que se confundía con uno ordinario. Con ello, podía andar armada, sin que los demás se percataran, o creyesen que el bolso cargaba alimentos o herramientas simples.
Fue la mejor época, donde pudo compartir momentos con su padre. Practicaron su puntería, y otras destrezas, como la defensa personal. Sin embargo, llegó el tiempo de rotar. Su padre se despidió de ella, y le dijo que siguiera entrenando. Diana prometió que al reiniciarse el ciclo, y él volviera, ella ya habría mejorado aún más. Su padre sonrió. Le dijo que estaba orgulloso. Fue una breve y emotiva despedida. Tal vez, si Diana hubiese adivinado el futuro, no habría dejado que su padre marchara a la misión.
Tres meses después, mientras custodiaban una aldea lejana, el Capitán y su pelotón, fueron sorprendidos por una invasión. Era una horda de bandidos, formadas por varios grupos. La desventaja numérica era tal, que el Capitán envió una paloma mensajera a pedir refuerzos. Incluso todos los aldeanos varones, sin importar si eran muy jóvenes o viejos, tuvieron que unirse al combate, pese a no tener experiencia. La batalla fue brutal. La Guardia Fronteriza dio una demostración de temple y defendió la aldea valerosamente. Al alba, cuando llegaron los pelotones cercanos, los bandidos restantes tuvieron que retirarse. Sin embargo, el costo de muertos, para la Guardia Fronteriza fue muy alto. Casi no hubo sobrevivientes. Ni siquiera el Capitán se libró de la masacre.
Su cuerpo fue enterrado con honores en su aldea. Su viuda y su hija lloraron amargamente. Nuevamente los bandidos le habían arrebatado otro ser amado. Después de esta nueva tragedia, la madre se volvió muy sobreprotectora con Diana. Ella insistía en independizarse, pero la señora no la dejaba ni usar el arco. Por eso, a Diana le tocaba entrenar a escondidas. No quería perder las habilidades desarrolladas.
Pasó un año. Y una mañana, mientras lavaba la ropa en un río, una víbora mordió el pie de la señora. Se inflamó de inmediato, y tuvieron que trasladarla al médico de la aldea. Él extrajo la mayor cantidad del veneno. Sin embargo, la herida estaba infectada. Para sanarla completamente, debía aplicar una pócima. El problema era que el ingrediente principal se había agotado. Se trataba de una flor, la cual, solamente crecía en el interior del bosque. El siguiente pelotón llegaría en dos días, y para entonces, la mujer podría morir. Por ende, esperar a la Guardia Fronteriza no era una opción factible. No obstante, ir al bosque era suicida, no solo por los ataques de los bandidos, sino por la presencia de animales salvajes, como los lobos. Sabiendo que ningún aldeano se arriesgaría, Diana decidió ir ella misma. Partió al amanecer, para que ninguno de sus vecinos la detuviera.
Diana rompió parte de su vestido, para mover sus piernas libremente. El trayecto era largo y peligroso, y debía ser rápida. No podía permitirse ser interceptada por extraños, o peor aún, por bandidos. Lamentablemente, es lo que terminó ocurriendo: los malhechores la vieron, la persiguieron y la acorralaron en el bosque, contra el árbol enorme.
Y en esa situación, es donde se encuentra. Diana continúa siendo interrogada por ellos, quienes están cada vez más hostiles.
—¡Responde!— Grita uno.
La joven prefiere guardar silencio. No quiere que sepan su propósito con la flor, ni de cual aldea ella proviene, por temor a represalias contra los suyos. Esto desespera a sus agresores.
—No dirá nada, la maldita.
—Sino va a hablar, hay que destriparla.
—¡Apuesto que la “niña muda” gritará!
El líder hace un gesto, autorizando la masacre. Diana se aterra. Los bandidos cabalgan hacia ella, con fines malignos. Sin embargo, se detienen en seco, ante un repentino aullido.
—¡No puede ser! —el líder dice aterrado— ¡Fórmense!
Ante la orden del Líder, los bandidos obedecen. Se colocan en posición defensiva, dándole la espalda a Diana. Ella aprovecha el descuido, y pretende huir, pero no hay tiempo. Un enorme lobo salta desde el follaje, y arremete contra uno de los bandidos. Un solo zarpazo, le destroza el rostro, provocando que caiga del corcel, desangrándose en el suelo. Inicia el feroz combate entre la bestia vs los bandidos restantes.
El lobo hace gala de una agilidad única, con la cual esquiva fácilmente los espadazos de los hombres. Mientras ellos combaten, Diana mira a su alrededor, en busca de un escondite. Y tras pensarlo, lo encuentra. Ella decide refugiarse debajo de las raíces del árbol enorme a su espalda. Toda su vida, su baja estatura y delgadez, le habían sido una desventaja física. Pero en esta situación, es una bendición: solo alguien de su talla, podría inmiscuirse entre los espacios de las ramas. Es una fortaleza natural.
En tanto, el lobo con su hocico, desgarra la garganta de un segundo bandido. Al notar que la situación no terminaría favorable, el tercero decide huir, dejando a su líder solo. No obstante, su escape falla, porque la bestia lo intercepta por la espalda, lo tumba del caballo y lo despedaza en el piso. Finalmente solo resta uno. El lobo vs el Líder.
El sujeto decide bajar de su corcel.