El investigador platica un poco más. Sin embargo, llega a la conclusión que en verdad el joven sentía cosas por Belén. De algún modo entiende su postura, sobre la frustración de una relación sustentada en el mundo virtual, en vez del real.
Posteriormente, viaja donde la amiga. Una adolescente de 16 años. Ella se nota desanimada. Primero le relata las aventuras y travesuras compartidas con Belén. Eso no es del interés investigativo, sin embargo el detective le permite desahogarse. Sabe que lo necesita.
Entonces le platica cosas sobre el chico. Al parecer el vínculo no era tan sano. Él exigía verla más seguido, y Belén se sentía sofocada, porque sabía que no podría. La amiga no estaba muy de acuerdo con esa relación. Aunque si admite, que ambos se gustaban demasiado, y que el joven la cortejaba bonito.
Continúa hablando sobre la familia. Básicamente refuerza las ideas previas: el padre era alguien ausente casi todo el tiempo, y su relación con la madrastra era compleja. Con su hermanito se llevaba bien. Menciona como dato adicional, que para verse con el joven, Belén había ideado recientemente un plan de escape.
—¿Escaparse con él? ¿Irse a vivir juntos?
—No… Me refiero a entrar y salir del edificio, sin que su familia lo notara. Al parecer había encontrado un ducto o algo así. La idea era pelearse fuerte con su madrastra, para tener la excusa de encerrase horas en su cuarto. Sin comer, ni hablar con nadie. Antes ya habían ocurrido situaciones así. Belén esta vez, iniciaría a propósito las peleas, así su madrastra la enviaría a su habitación sin cenar. Entonces, escaparía.
—¿Y le funcionó?
—Nunca pudo realizarlo. Al menos que yo sepa. Porque la idea se le ocurrió la semana pasada. Igual no creo que le sirviera ya.
—¿Por qué?
—Porque el chico la terminó. Iba a escaparse, para verlo más seguido. Sin él, su plan perdía sentido.
—Entiendo.
En ese momento, ella le platica sobre otros compañeros de clases, quienes eventualmente podrían servir de testigos. La conversación resulta muy fructífera.
Luego de la entrevista, el detective vuelve a su casa, ya siendo de noche. Ha sido una jornada larga y pesada, más de lo habitual. Él también vive en el último piso de un edificio, pero en una zona de clase media—baja. Es un paisaje deprimente, más si lo comparas con el barrio de Belén.
En casa, nadie lo espera. Enviudó un par de años atrás, después que su esposa e hija fallecieran en un accidente de tránsito. Desde entonces ha sido una persona solitaria. Del trabajo al departamento, del departamento al trabajo. Tal vez por eso sufre de insomnio.
Está acostumbrado a ver todo tipo de casos. Muertes atroces. Crímenes indescriptibles. No obstante, cuando se trata de suicidios, siente una negatividad extra. Muchos colegas, amigos y familiares se quitaron la vida, por diversas razones. Alguno tenía una enfermedad terminal, y ya no quiso sufrir. Otros por depresión, e incluso por cuestiones económicas. Esta es la primera vez que lidia con un suicidio adolescente.
¿Saltó por decisión propia? ¿La obligaron? ¿La empujaron? ¿Se resbaló? ¿Lo hizo por despecho al chico? ¿Por qué su padre no la comprendía? ¿Extrañaba a su madre demasiado? ¿O por qué no soportaba vivir con la madrastra? ¿Quizás se sentía prisionera en su propia casa? O tal vez el conjunto de todas esas causales, ¿provocaron la desgracia?
El investigador deja escrito su propio reporte en la carpeta, cumpliendo su deber. En realidad, ninguna de esas dudas le preocupa. Sabe que eventualmente, la policía encontrará la respuesta. Solamente piensa en lo muy joven que Belén era. Lo mucho que tenía por vivir. Las cosas bonitas que se perderá. Son esos pensamientos que lo agobian a nivel personal.
Ya es medianoche. Se fuma un cigarrillo mientras reflexiona de la vida. Abre la puerta corrediza y se asoma por su balcón. Contempla toda la ciudad. Luego mira hacia abajo, e intenta visualizar lo que Belén sintió antes de saltar. El miedo. La angustia. Aunque también cree que ella buscaba “escapar” de su realidad. Y tal vez saltando, esperaba conseguirlo.
En un acto temerario, el detective se trepa al barandal de su balcón, y se mantiene en equilibrio, de pie. Cierra sus ojos, y siente el aire correr a su alrededor. Intenta buscar la paz, que no consigue desde que enviudó. Que un hombre cansado y quien sufre de insomnio, esté parado sobre ese delgado barandal, definitivamente no es una buena idea. Podría ocurrir una tragedia.
Cecilia
Y Z A B C D E F G
¿Cuál es tu primer recuerdo en la vida? ¿Tal vez fue un abrazo de tu Padre? ¿Un beso de Mamá? ¿Un cumpleaños? ¿Un viaje inolvidable? ¿Alguna anécdota relacionada a tus abuelos? ¿Una travesura? Piensa un poco. ¿Lo recuerdas bien? ¿Vagamente? ¿O simplemente lo olvidaste?
Te contaré el mío. Mi primer recuerdo en la vida, es mi Madre leyéndome un cuento. Estábamos recostados en una cama. No puedo rememorar el título de la obra, ni de qué trataba. Simplemente recuerdo que ella me leía antes de dormir. Es un suceso simple, pero al analizarlo, me di cuenta de la repercusión del mismo. Ese gesto puro de amor maternal, me influenció demasiado. Desde pequeño desarrollé un gusto por los cuentos. No solo por leerlos, sino por inventar los propios.
En realidad, Madre es Economista de profesión; sin embargo los trabajos que ejerce son variados. No solo es lectora de cuentos, sino también psicóloga, profesora, consejera motivacional, asesora de imagen, master chef, y hasta asistente médica. Lleva tanto tiempo casada con un doctor, que aprendió a recetar. Ella sabe que medicamento darte en caso de resfriados, dolores de estómagos, fiebres, jaquecas u otros males. Incluso tiene recetas caseras, a base de ingredientes naturales, en caso de ser necesario.
Y una de sus tantas cualidades, es su capacidad para cocinar. Tiene un don para darle sabor especial, a cualquier platillo. Si nos dieran los mismos ingredientes y herramientas, e incluso con una receta definida, lo que ella prepare, quedará más delicioso. Su comida es una prueba fehaciente de que “la sazón de Mamá” existe, y encanta a todo paladar.
Ella no solamente es buena cocinando, sino que quiere que todos los demás también lo sean. Madre te llama por teléfono al momento del almuerzo, para darte consejos, y se toma la molestia de asesorarte paso a paso. Y este beneficio no es exclusivo para sus hijos, sino para familiares, amigos, conocidos, e incluso quien lo necesitase. Cuando vivíamos en Buenos Aires, para ocasiones especiales de la escuela, Mamá siempre preparaba algún platillo ecuatoriano, así los argentinos podían probar. Y luego, inevitablemente, las madres de mis compañeros le pedían el número para replicar la receta.
Y su generosidad va mucho más allá. No importa si se trata del hijo del vecino de su compañera de la escuela. O si es la sobrina del amigo de una prima lejana suya. Cada que ella puede ayudar, lo hace. Y si ella no tiene una solución práctica, te redirecciona con alguien, quien pueda colaborarte.
Y es que Madre es una mujer de principios, de convicciones. Va por la vida dando consejos, a conocidos y extraños. Y siempre tiene un tema para platicar. Sea un suceso que le ocurrió esta misma mañana, o una de sus tantas anécdotas. Algunas sobre su infancia, o su adolescencia. Sobre su familia. O sus ocurrencias en el colegio. O los años en que vivimos en Argentina.
Mamá también adora contar anécdotas sobre sus hijos. Habla de nosotros con tanta pasión, que pareciéramos sus mejores creaciones. Lo que ella no sabe, es que la mejor obra arte, es su amor maternal.
Pero si hay algo que a Madre le molesta, no importa cuántos años pasen: es verme caminar descalzo, sobretodo en casa. No solo por la obviedad de que ensucio mis pies, sino porque le da escalofríos a ella. Sí, de algún modo, mis pies descalzos le dan frío a ella, no a mí. La realidad es que no me gusta usar calzado; prefiero mis pies toquen las baldosas, sentir esa frescura en mis dedos. Tener los zapatos puestos, me incomoda, y mientras menos tiempo pase con ellos, es mejor. Confieso, que si pudiera andar descalzo por la vida, lo