Bajo El Emblema Del León. Stefano Vignaroli. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Stefano Vignaroli
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Серия:
Жанр произведения: Историческая литература
Год издания: 0
isbn: 9788835426455
Скачать книгу
un aspecto más irregular, son más oscuros. A lo mejor son de época romana…

      Andrea se frotó las manos satisfecho, echó su aliento sobre ellas para calentarlas un poco y miró a su alrededor para buscar los instrumentos adecuados, dejando a un lado el pico. Intentó limpiar la supuesta abertura, en todo lo posible, con las manos desnudas, ayudándose de una pequeña pala de zapa plegable para extraer los detritos, acabando después el trabajo con un pincel para quitar polvo y restos de tierra. Poco a poco, salió a la luz una puerta de madera, bastante bien conservada, atrancada con un cerrojo. No sería difícil abrirla o desfondarla pero, no sabiendo que encontraría más allá y al ser el momento en que se estaba poniendo el sol, decidió que, por aquel día, se podía considerar satisfecho y que podía suspender los trabajos para retomarlos al día siguiente.

      Mejor regresar a casa y comprobar los registros del radar. No querría tener ninguna sorpresa. Y además, es mejor buscar alguien que me ayude. La prudencia nunca es demasiada en estos casos. No vaya a ser que si abro esa puerta pueda provocar un desprendimiento. Y todo el trabajo de meses y meses se iría al garete.

      Recogió los bártulos, se puso la saca de trabajo en bandolera, salió de la excavación y subió por Costa Baldassini, para llegar a su casa. El calor acogedor de su edificio y el olor a humo de los cigarrillos consumidos por su compañero lo pusieron de buen humor. Tiró la saca en el suelo de la entrada, intentó, en todo lo posible, de liberar los zapatos del fango y subió corriendo las escaleras. Encontró a Lucia dormida, con un brazo y la cabeza apoyados sobre la mesa del salón, el ordenador portátil encendido delante de ella y la colilla de un cigarrillo todavía humeante en el cenicero. Le acarició los cabellos con delicadeza, provocándole el despertar.

      ―¡Dios Mío, Andrea! Me he quedado dormida como una piedra. Debía estar muy cansada. He trabajado todo el día para intentar interpretar un nuevo documento que he encontrado aquí, entre las carpetas de tu biblioteca y que se refiere al período en el que tu antepasado Andrea Franciolini fue a combatir a los Países Bajos por cuenta del rey de Francia contra el emperador Carlo V d'Asburgo. Aparte de que el período es políticamente confuso, por lo que el Papa primero se aliaba con Francia, luego con el Imperio, la cronología de las fechas en este documento me parece extraña. Y luego está esta representación, que parece una imagen mucho más antigua con respecto a la época de la que estamos discutiendo. Es un león tendido, tumbado, grabado en piedra, me parece. No entiendo su significado: no es ni el león rampante símbolo de Jesi, ni el león de San Marco, símbolo de la Reppublica Veneziana. Parece más un emblema, un altorrelieve en piedra, procedente de cualquier edificio o de cualquier construcción de la época romana, casi parecido a aquellos adoquines decorativos que adornan la silueta del portal de este palacio.

      ―Como ya sabes ahora perfectamente, esos adoquines eran decoraciones de un antiguo templo romano que surgía en la antigüedad en este lugar y que han sido descubiertao durante las excavaciones de los cimientos.

      ―Justo. Y por lo tanto, mi idea es que quien ha diseñado esta ilustración la haya copiado de una decoración del antiguo anfiteatro romano que surgía, más o menos, entre Piazza Colocci y Via Roccabella. A fin de cuentas los leones eran utilizados por los romanos en el interior de la arena, en los combates con los gladiadores.

      ―Y a veces causaban estragos. ¡Qué espectáculos tan horribles! Y sin embargo en ese tiempo eran del agrado de la población. De todas formas, dado que estamos metidos en el tema debo contarte que, puede que hace un rato, haya localizado un pasadizo que podría conducir a los restos de aquel antiguo anfiteatro. He conseguido aislar una puerta de madera, en un nivel más bajo que el resto de la excavación, que según creo debería dar acceso a los antiguos sótanos del antiguo Palazzo del Governo. Y si cuadran las cuentas, esos sótanos deberían corresponder con antiguos lugares que tienen relación con algunas zonas del anfiteatro.

      ―¿Has intentado abrir la puerta?

      ―No, necesito instrumentos adecuados y alguien que me ayude. No me gustaría provocar desprendimientos.

      ―¿Y a quién quieres como asistente? ¡Estamos cerca de las fiestas navideñas, todos tus amigos arqueólogos se han ido ya hace tiempo y la administración del ayuntamiento ha decidido que las excavaciones se cierren cuanto antes!

      ―Creo que basta con una persona. Y creo que quien me vendría de perlas está justo delante de mí.

      ―¡Olvídate de enredarme en una de tus alocadas aventuras sólo porque puedes apelar al hecho de que estoy enamorada de ti! ―replicó Lucia indignada ―No tengo ganas en absoluto de quedar sepultada viva entre las ruinas de un anfiteatro romano. Y además, sabes bien que sufro claustrofobia.

      ―Lo sé ―le respondió Andrea sarcástico ―Pero también sé que tu curiosidad de estudiosa consigue prevalecer sobre tus miedos. Ya me lo has demostrado en el pasado. Y si piensas que allí abajo podrías descubrir la imagen original que representa ese león tumbado...

      ―¿Piensas que puedes conseguir siempre que haga lo que tú quieras?

      Lucia alargó una mano nerviosa hacia el paquete de cigarrillos y sacó uno para encenderlo. Se quedó con el cigarrillo en la boca y el encendedor prendido en la mano, interrumpida por el sonido del teléfono móvil. Sobre la pantalla aparecía el número de un celular que no estaba guardado en los contactos y precedido por el prefijo internacional +49.

      Lucia y Andrea intercambiaron una mirada interrogativa, luego él le hizo una señal para que respondiese. Lucia puso el manos libres, de manera que Andrea pudiese escuchar la conversación. Desde la otra parte del teléfono una voz masculina comenzó a hablar en un italiano casi perfecto, aunque con un marcado acento sobre las erres.

      ―¿Parrrrlo con la Condesa Lucia Baldeschi-Balleani?

      ―¡Para servirle! ¿A qué debo el honor...?

      ―¡Deje que me prrrresente! Soy Su Alteza Imperial y Rrreal, el Archiduque Sigismondo d'Asburgo Lorena, Gran duque titular de Toscana y Gran Maestro dell’Insogne Sacro Militare Ordine di Santo Stefano Papa e Martire.

      ―¡Cáspita! ―dejó escapar Andrea en un susurro para que su voz no llegase al micrófono del teléfono. ―¡A lo mejor ha decidido financiar nuestras investigaciones arqueológicas!

      Lucia puso el índice delante de la nariz para instar a su compañero a estar callado.

      ―Y es un placer para mí enterarme de su interés por mi persona. ¿A que debo, si se me permite preguntarle, este honor?

      ―Veo que ha recibido una óptima educación y debo darle la enhorabuena a usted y a su familia. Pero, vayamos al grano. Verá, en conformidad con el artículo 5 del actual Statuto dell’Ordine di Santo Stefano, y en conformidad con los antiguos Statuti dell’Ordine mismo, cada año escojo tre nobles para elevar al grado de Bali Gran Croce de justicia, en consideración por los altos méritos adquiridos en vida, en el trabajo o en el estudio. Nunca antes de ahora este honor había sido reservado a una mujer. Pero, vistos los resultados de sus trabajos de investigación sobre los orígenes y la historia de su noble familia, este año he sentido que debería hacer una excepción a la regla. Y he decidido que será usted la elegida para ser nombrada Cavaliere di Gran Croce del Bali. Por lo tanto, la invito oficialmente a la ceremonia de investidura que tendrá lugar en Firenze en la Santa Navidad.

      ―¡Pero Navidad será dentro de quince días! Tengo compromisos, tanto de trabajo como personales. En fin, mi prometido, mi familia ―intentó ganar tiempo Lucia un poco confusa.

      ―No se preocupe. Venga a Firenze con su prometido o con otros miembros de su familia. Por supuesto, su viaje será a mis expensas. Le estoy enviando por correo electrónico la reserva para el tren Frecciarossa Ancona ― Firenze, ida y vuelta, en primera clase. ¡La espero con impaciencia! ―y colgó el teléfono sin ni siquiera darle tiempo a responder.

      Andrea y Lucia se miraron enseguida con aire atónito, luego rompieron a reír.

      ―¡Cavaliere di Gran Croce del Bali! ¡Mis respetos, Mi Señora! ―declamó Andrea con aire burlón, haciendo una reverencia. ―Pienso que tengo bastantes motivos para comenzar a ponerme celoso.