Serenata para una rana. Calos Bastidas. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Calos Bastidas
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9789583062421
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un doblón español del tiempo de la Conquista —dice Malena, admirada—. Vimos uno en el Museo Nacional, ¿te acuerdas?

      —Cierto, aunque este es mucho más bello y está como recién acuñado.

      —¿Dónde lo hallaste? —pregunta Sebastián.

      —No lo hallé. Lo trajeron de España mis antepasados. A cada uno de nosotros, al nacer, se le entrega uno que nos identifica ante la comunidad. Si lo llegamos a perder, tenemos que pasar por muchas pruebas para que nos entreguen otro.

      —Con razón estabas tan preocupado por él.

      —Y no era por poca cosa, Malena —indica su hermano.

      —Gaspar, Gaspar, aclárame esto —pide Malena—: ¿En estas tierras hay duendes de otros países? ¿Es lo que dijiste con eso de que tus antepasados eran españoles?

      —Y hasta de otros mundos, Malena. No os extrañéis. Nosotros, los de esta colonia, vi­nimos con el adelantado don Sebastián de Belalcázar. Mis an­te­pa­sados se embarcaron en las Islas Afor­tunadas. Somos de origen bereber…

      —Luego nos explicas sobre tus orígenes españoles o bereberes; lo de “otros mundos”… ¿quieres decir extraterrestres?

      —No hablo de otros planetas, sino de otros mundos que están en este. Hoy mismo entré danzando en un par de ellos, diferentes de este. Pero dadme la moneda ya. Que no estoy para daros clases.

      Sebastián pasa el doblón a Gaspar, y este, colocándolo entre el índice y el pulgar, lo impulsa al cielo, a tal altura que el duende loco alcanza a dar dos volteretas en la roca antes de recibirlo en la palma de la mano; lo lanza luego en dirección a los chicos, y la moneda desaparece en el aire.

      —Allí, amigos, en el agua —les grita.

      Y ellos la ven brillando en el fondo del vado.

      —Ahora yo voy a sacarla —dice Malena, y se zambulle.

      Desde la orilla, el hermano la ve coger la moneda y salir con ella.

      —Aquí está, Gaspar. No vuelvas a tirarla al agua, se te puede perder y no siempre habrá quién te la busque —observa la niña, echándose el cabello hacia atrás.

      Mas, al abrir la mano, Malena halla una piedra.

      —Pero si los dos lo vimos, Sebastián. Yo cogí el doblón de oro.

      —¡Mírenlo acá!

      Se vuelven para ver cómo Gaspar se saca el doblón de la oreja y lo lanza de nuevo al aire.

      La moneda está suspendida sobre el río, arriba de las cabezas de los chicos y, cuando se cree que va a caer a la corriente, se mul­tiplica en decenas de moneditas de oro re­­fulgen­tes en el cielo mientras descienden sobre ellos que levantan las manos para cogerlas; pero, al llegar cerca del agua, se transforman en libélulas doradas que se posan en las manos y se dispersan entre los arbustos, las piedras y el cielo que se colma de argentinos rumores con el batir de sus alas de oro y cristal irisado de colores.

      —¡Acá! ¡Acá!

      Se vuelven hacia la voz y ven cómo el duende guarda la moneda en el morral.

      —¡Ah! —exclamaron a la vez los chicos, asombrados y sonrientes.

      —¿Cómo haces eso, Gaspar?

      —Nosotros podemos hacer ver cosas que, en realidad, no pasan.

      —¿Y qué más sabes hacer?

      —Aparecer y desaparecer.

      ¡Tris!

      Desapareció.

      ¡Tras!

      Apareció.

      —¿Y qué más?

      —Esto.

      ¡Trik!

      Se transforma en la cabeza gigante de un horrendo animal que, con las fauces abiertas y rugiendo, se lanza sobre los chicos que, asustados, se encuentran, virtualmente, dentro de la boca de esa cabeza que pasa sobre ellos y desaparece a sus pies, en la tierra.

      ¡Trak!

      —¡Acá estoy!

      Y ahí está en la roca, sonriente.

      Los hermanos están un poco disgustados por el susto.

      —¿Y en rana? —le pregunta Malena con gra­cioso aire inocente.

      —Sí, en rana —la secunda Sebastián, adivinando lo que quiere hacer Malena.

      —¡Ya! —exclama Gaspar.

      Y sobre la roca aparece una rana.

      Corren los muchachos y la tapan con un sombrero, apretando fuerte contra la roca el ala.

      Tienen las caras rebosantes de alegría.

      De dentro de la copa del sombrero sale la voz del duende.

      —Por la Luna y por el Sol, perdonadme, amigos míos, la charada.

      —¿Prometes no volver a asustarnos?

      —Sí. Sí.

      —¿Por quién?

      Y antes de que conteste, le preguntan, sonriendo con picardía:

      —¿Por la Luna y por el Sol?

      —Sí, sí, por la Luna y por el Sol os lo prometo —dice Gaspar, y los hermanos se echan a reír. Levantan el sombrero.

      Ahí está de nuevo el duende en su aspecto natural.

      —¿Amigos? —preguntan.

      —Amigos.

      El duende está sentado en la roca grande del vado, y los chicos estirados en la arena de la playa.

      Una iguana grande, de color verde y cresta dorsal de afiladas escamas, que va desde la cabeza hasta la cola, está parada en una piedra.

      Alargando el cuello de gran papada, mira a los muchachos, resoplando como si tuviera un fuelle.

      Cuando se vuelve hacia el duende, golpea con su poderosa cola el agua, como amenazándolo si se atreve a hacerle daño.

      El duende y la rana nomás se observan.

      Él le hace caras y le saca la lengua; ella cierra y abre los ojos con rapidez y no deja de sacar la lengua para analizar el ambiente. Se aburre, afloja las garras de sus patas cortas y se tira a la corriente; vuelve a salir y se va río abajo saltando por entre las rocas y ver­dean­do el río, a ratos nadando, a ratos dando zancadas.

      —Las iguanas son bonitas y extrañas —dice Malena.

      Y su hermano, emocionado:

      —Como todo lo que hay en la naturaleza: bonito y misterioso.

      Después de un rato, les pregunta Gaspar:

      —¿Y cuándo regresan a la tierra de ustedes?

      —Esta es nuestra tierra —le contesta Malena—, pero ahora vivimos en Santafé, con nuestros padres.

      —Los conozco desde que eran pequeñitos, y los traían sus papás o venían con sus tíos o sus primos.

      —¿Y por qué no te hemos visto antes? —pregunta Sebastián.

      —Porque nosotros no siempre nos hacemos ver por los humanos. Ahora fue por el doblón. Les pregunté que cuándo se marchan.

      —Sí, disculpa —dice Malena—, en un par de días, el viernes.

      —Me gustaría conocer la ciudad donde viven. Debe ser un reino muy grande.

      —No es un reino, aunque sí es muy grande.

      Hay un silencio, y después recita Gaspar, emocionado:

      —Llevadme a conocerla,

      que