Algunos miembros de esa generación se agruparon alrededor de la Revista Mito, cuyos fundadores fueron los “benjamines” de la misma. Me estoy refiriendo a Jorge Gaitán Durán y a Eduardo Cote Lamus, que fallecieron ambos trágicamente, el primero en un accidente de aviación en las Antillas cuando regresaba de París, en 1962; y el segundo, que murió poco después a consecuencia de un accidente automovilístico acaecido en las proximidades de Pamplona cuando se desempeñaba como gobernador de Santander del norte.
Como ya lo he mencionado, Gutiérrez comenzó su gestión intelectual en el Colegio del Rosario, cuando monseñor Castro Silva le encomendó la dirección de la Revista, en la cual publicó en el número de mayo/junio de 1949 la traducción de un ensayo sobre el tomismo moderno del sacerdote dominico Josef Bochenski. Igualmente publicó el 15 de enero de 1950 en el suplemento literario del periódico El Siglo, para el cual por entonces también escribía comentarios y reseñas el maestro Rafael Carrillo, un ensayo sobre el segundo centenario de Goethe, a quien conocía muy bien. Ya había publicado allí, el 9 de octubre del 49, un artículo intitulado “Heidegger frente a Sartre”, lo que me parece muy significativo porque en esa época eran muy pocos los intelectuales colombianos que conocían a Heidegger mientras Sartre era casi hegemónico. Quisiéramos mencionar otro artículo publicado en el suplemento literario de El Siglo intitulado “Un Nietzsche desde dentro”.7
Ya he mencionado algunos autores alemanes de los cuales se va a ocupar Gutiérrez fervorosamente a lo largo de su vida, como Goethe, Nietzsche y Heidegger. Sobre el segundo publicaría en 1966 en la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba) un libro que no ha perdido actualidad y vigencia: Nietzsche y la filología clásica, uno de los mejores trabajos que se han escrito en lengua castellana sobre ese aspecto específico de su obra. También publicó por entonces en el suplemento de El Siglo un artículo sobre Julián Marías, el discípulo más conocido de Ortega; y luego uno sobre Camilo José Cela, que años más tarde recibiría el Nobel.
Igualmente elaboró la presentación de dos poetas colombianos de su momento, Fernando Arbeláez, fallecido hace unos quince años y que hacia mediados de los sesenta seleccionó una antología de la poesía colombiana que editó la división de extensión cultural del ministerio de educación; y Marco F. Chávez, a quien no conozco. En 1950 publicó también en la Revista del Colegio Mayor del Rosario un registro de los documentos sobre la historia nacional que se guardaban en el archivo del Colegio, acompañado de una nota introductoria.
También por entonces publicó en el suplemento literario de El Siglo un ensayo sobre las nuevas tendencias del pensamiento español, y el 20 de mayo del 51 un artículo intitulado “Barba Jacob y el existencialismo”. Tradujo igualmente una conferencia de Carl Schmitt que se publicó igualmente en El Siglo el 17 de julio del 51. Allí mismo publicó poco después un artículo intitulado “Notas para una definición de Hispanoamérica” que anticipa su gran ensayo “La visión de Hispanoamérica de Alfonso Reyes”, así como un artículo sobre el intelectual y la cultura moderna, que luego reelaboraría y leería en el Club Suamox de su ciudad natal con motivo del homenaje que se le rindió allí el 18 de noviembre de 1993, con el título “Los intelectuales en la historia”, que se reprodujo en la revista congratulatoria de la Casa de la Cultura de la ciudad que se publicó hace tres semanas.
Terminado el recuento de la vida de Gutiérrez Girardot, como becario en España, diplomático y, sobre todo, profesor universitario en la Universidad de Bonn, Rubén Jaramillo resalta la importancia del texto ya mencionado, “Universidad y sociedad”. En esta contribución, se delata como contemporáneo de las reformas universitarias en Alemania, en medio de la agitación estudiantil de la década de 1960. Para Gutiérrez Girardot, el riesgo partía de que esa oleada de reformas, que también incumbió a Colombia, fue emprendida por un equipo de tecnócratas neoliberales “que ni siquiera [sabía] hablar castellano” (se refería a Rudolph Atcon). Y con la imposición de directrices de educación superior, continúa la noticia necrológica, estos tecnócratas ponen en peligro la soberanía nacional, porque, como lo hemos venido experimentando en los últimos años, en el país se están introduciendo paradigmas para dirigir (y en realidad desorientar) los desarrollos de la educación superior que no se fundamentan en una genuina reflexión sobre nuestra realidad.
Así, el problema de la democratización de la vida universitaria debe asumir al tiempo el desafío de responder a las exigencias y al estatus propio de las universidades europeas, caracterizadas por una larga y sólida tradición científica, lo que no ha sido el caso en las sociedades hispánicas. Y cita de Gutiérrez Girardot:
En [las sociedades hispánicas] no hay que definir de nuevo, ni siquiera definir por primera vez esa relación [de Universidad y sociedad]. En ellas hay que crearla, es decir, poner de presente la significación vital de la Universidad para la vida política y social, para el progreso, la paz, y una democracia eficaz y no solamente nominal. Con otras palabras: para establecer una relación entre Universidad y Sociedad en los países hispánicos es necesario demostrar a esas sociedades que el saber científico no es comparable con un dogma, que es esencialmente antidogmático; que el provecho inmediato del saber científico no es reglamentable ni determinable por ningún grupo de la sociedad, sino que surge de la libertad de la investigación, de la libertad de buscar caminos nuevos, de descubrir nuevos aspectos por vías que a primera vista no prometen resultados traducibles en términos económicos; que, finalmente, el saber científico y la cultura no son ornamentos, sino el instrumento único para clarificar la vida misma del individuo y de la sociedad, para “cultivarla” y, con ello, pacificar y dominar la violencia implícita en la sociedad moderna burguesa, esto es, en la sociedad en la que todos son medios de todos para sus propios fines, en la sociedad “egoísta”.
Con esta necrología, Jaramillo Vélez nos introduce en el corazón de una personalidad académica e intelectual de una rara complejidad, desconcertante, conocida muy a medias, creadora de un estilo inconfundible, perspicaz, polémico, denso y no fácilmente clasificable. Una personalidad que dejó una profunda huella en un círculo pequeño de discípulos que poco a poco se ha venido expandiendo, de lectores atentos a sus singulares ademanes expresivos y al trasfondo de una crítica cultural que lo hizo testigo de tres mundos: el de su tierra colombiana, el de una España literaria y cultural de la que trazó vivos retratos y de una Alemania que se convirtió en el destino final de su travesía, donde arraigó como diplomático y profesor titular, y donde murió en la ciudad renana de Bonn, la cual fue su morada por medio siglo.
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La revista Quimera de Barcelona, en su número 262 de octubre de 2005, también abrió sus páginas para despedirse del ensayista colombiano. “El legado intelectual de Rafael Gutiérrez Girardot” por Álvaro Salvador, profesor de hispanística de la Universidad de Granada, brinda al lector español una breve crítica de las virtudes de uno de los últimos representantes de la tradición humanística en América Latina, “al lado de figuras de la talla de José Luis Romero, Ángel Rama, Antonio Cornejo Polar, Antônio Cândido, Noé Jitrik, Ana Pizarro o Ana María Barrenechea”. Discípulo de los maestros de la crítica literaria, como el mexicano Alfonso Reyes o el dominicano Pedro Henríquez Ureña, desde sus primeros años Gutiérrez Girardot buscó sentar los fundamentos de su obra en “una cultura hispanoamericana fuertemente enraizada en la tradición romántica de la lengua, y en el pozo ideológico heredado de la cultura grecolatina europea”. Discípulo también de filósofos como Xavier Zubiri, en sus años en Madrid, y de Heidegger, en sus años en Friburgo, amplió y consolidó sus indagaciones para “la elaboración final de su teoría literaria: la historia (social) de la literatura que se fundamenta en una filosofía de la historia y una filosofía de las ideas estético-filosóficas”.8
Gutiérrez Girardot sentó las bases de su visión crítica de la historia de la literatura latinoamericana, para Álvaro Salvador, al adentrase en la obra de Alfonso Reyes y luego en la de Jorge Luis Borges, pero muy particularmente al emprender su “caracterización general de la estética modernista”, trabajo cuya mayor difusión hizo bajo el nombre de Modernismo. Supuestos históricos y culturales de 1983. Aquí entendió el modernismo, prosigue Salvador, como “la crisis finisecular universal producida por la desaparición definitiva del antiguo régimen poscolonial y la