Título original: Daring and the Duke Book 3 in the Bareknuckle Bastards Series. Published by arrangement with Avon, an imprint of HarperCollins Publishers.
© 2020 by Sarah Trabucchi
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Traducción: María José Losada
Corrección: Xavier Beltrán
Diseño de cubierta y fotomontaje: Eva Olaya
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1.ª edición: julio 2021
Nueva edición corregida: junio 2021
Derechos exclusivos de edición en español reservados para todo el mundo:
© 2021: Ediciones Versátil S.L.
Av. Diagonal, 601 planta 8
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Para las chicas rebeldes, especialmente la mía.
Capítulo 1
Burghsey House, sede del ducado de Marwick, en el pasado.
No existía nada en el mundo como la risa de él.
No importaba que ella no estuviera cualificada para hablar del vasto mundo, porque nunca se había alejado de aquella enorme casa solariega situada en la tranquila campiña de Essex, a dos días en carruaje desde Londres, donde las onduladas y verdes colinas se convertían en trigo a medida que el otoño ganaba terreno.
No importaba que no conociera los sonidos de la ciudad o el olor del mar. Ni que nunca hubiera oído hablar en otra lengua que no fuera el inglés, ni hubiera visto una obra de teatro, ni hubiera escuchado una orquesta.
No importaba que su mundo se limitara a los tres mil acres de tierra fértil cubiertos de mullidas ovejas blancas y enormes fardos de heno, y a una comunidad de personas con las que no tenía permitido hablar, para las que era prácticamente invisible; porque ella era un secreto que debía guardarse a toda costa.
Era la niña que habían bautizado como el heredero del ducado de Marwick. La que habían envuelto en el arrullo de encaje reservado para una larga estirpe de duques, la que habían ungido con aceites esenciales destinados exclusivamente para los residentes de Burghsey House más privilegiados. A la que habían otorgado nombre y título de varón ante Dios. El duque —un hombre que no era su padre— había pagado a sirvientes y a sacerdotes para que guardaran silencio, había falsificado documentos y había trazado planes para sustituir a la hija bastarda de su esposa por uno de sus propios hijos bastardos —nacido el mismo día que ella, de mujeres que no eran la duquesa—; de esa manera, ofrecía a uno de sus hijos el único camino hacia el legado ducal…, un legado robado.
Con esta estratagema estaba abocando a esa niña inútil, el bebé que lloraba en los brazos de la enfermera, a una vida a medias, llena de una dolorosa soledad que emanaba de un mundo tan grande y, al mismo tiempo, tan pequeño.
Y entonces había llegado él, hacía ya un año. Tenía doce años y estaba lleno de fuego, poseía toda la fuerza del mundo que había ahí afuera. Era alto y delgado, y tan inteligente como astuto. Le parecía el ser más hermoso que jamás hubiera visto, con un flequillo rubio tan largo que caía sobre unos brillantes ojos de color ámbar, unos ojos que guardaban mil secretos. Tenía una risa queda, apenas un susurro, tan poco frecuente que, cuando aparecía, era como un regalo.
No, no había nada en el vasto mundo como la risa de él. Ella lo sabía, aunque el vasto mundo estuviera tan lejos de su alcance que ni siquiera fuera capaz de imaginar dónde empezaba.
Él sí.
Y le encantaba contarle cosas sobre ese mundo. Eso fue lo que hizo aquella tarde, en uno de los preciosos momentos robados a las maquinaciones y manipulaciones del duque, justo el día antes de la noche en la que el hombre que manejaba su futuro regresó para deleitarse atormentando a sus tres hijos varones. Pero, en esos momentos, en aquella tranquila tarde, mientras el duque estaba fuera, en