Sales de la habitación y con mucho cuidado comienzas a desvestirte bajo la vigilancia de tu compañero, entre cada parte del traje que te quitas te lavas con el esterilium (desinfectante), cuando acabas sales medio atontada, no sabes si por la tensión del momento, o por el colocón de esterilium.
Con el corazón encogido en un puño por lo que acabas de pasar con el paciente, te vuelves a vestir porque pasamos al siguiente. Entras y la situación no ha cambiado, vuelves a notar en los ojos del paciente: el miedo y la preocupación.
Con un poco de suerte no se derrumban delante tuyo, pero cuando pasa, solo te puedes quedar ahí, intentando animarlos un poquito, aunque no te salen ni las palabras.
Con el paso de los días la situación va empeorando, la tensión por parte de todo el personal va aumentado, el quipo a pesar de todo, está más unido que nunca. Vamos solventando todas las dificultades como podemos.
De pronto llegas un día y comienza a faltarte el material, y el ingenio aparece, la imaginación se apodera de nosotros. ¡NO HAY EPIs!
Nuestra seguridad está en riesgo, la lluvia de ideas aparece, bolsas de basura, esparadrapo, chubasqueros……
LA FRUSTRACIÓN ESTÁ A TOPE
No me lo pudo creer, ¿cómo creen estos insensatos que nos vamos a proteger? ¿Cómo vamos a poder ayudar, si nosotros no estamos protegidos?, ¿Y si nosotros caemos, quien ayudará? Si no teníamos bastante tensión, ahora encima sin protección o con batas de aislamientos normales y delantales de plástico, que según ellos son suficientes, claro desde los despachos, seguro que sí.
Y las mascarillas cuídalas, que tiene que durarte varios días, o como poco un turno entero… Y suena un timbre, tu paciente está peor, no se encuentra bien, pero, corre vístete deprisa.
Llegas y resulta que está tan mal, que no se puede hacer nada. A pesar que ya sabes cuál va a ser el final, haces de tripa corazón e intentas reconfortarle y con el corazón en un puño le colocas con cuidado para que esté lo mejor posible.
La impotencia tanto tuya como la de tus compañeros se palpa en el ambiente, y en silencio, continuas con el trabajo intentando superar la situación que acabas de vivir.
Pasan los días y esto no mejora, termina tu tuno y todavía sigues con la imagen de ese pobre hombre o mujer que sabes que está fatal y que lo más seguro es que no vea la luz del día. Y lo peor que él lo sabe, te mira y te pregunta ¿de esta no voy a salir verdad? Y tú como puedes intentas animarlo, aunque él se da cuenta que realmente no le estás contestando.
Y te vas para casa y vuelves casi a esterilizarte, por el miedo que te da contagiar a los tuyos.
Los casos van en aumento y lo peor está por llegar, el estado de salud de los pacientes empeora rápidamente y tenemos que trasladarlos a uci.
Los pasillos están llenos de pacientes en sillones porque no caben, la urgencia desbordada, en las plantas las cosas no mejoran, se aíslan y doblan casi todas las habitaciones. El hospital finalmente solo trata a los pacientes de Covid-19.
Además de la frustración, el cansancio físico y sobre todo mental, le tenemos que añadir la inseguridad producida por la falta de material de protección, que nos hace trabajar con más nivel de tensión.
En medio de todo esto están los pacientes, que además de asustados están muy preocupados por sus familias, por el cómo lo estarán llevando.
Los familiares sin poder estar con ellos, a espera de noticias telefónicas, debido al aislamiento que esta enfermedad requiere y el confinamiento por parte del estado, del resto de la población.
Porque sí, señores nos tenemos que quedar en casa, porque nuestra vida depende de ello. O como dicen los niños, si nos escondemos el bichito no nos encuentra.
Capítulo 3
SOBREVIVIR EN URGENCIAS…TODO UN RETO
Son las 6 de la mañana, un día más suena el despertador. Pero desde hace ya varias semanas, no es un día cualquiera. La noche ha sido horrible, llegué de trabajar a las 23h, a una casa que no era la mía. Decían que cerrarían Madrid, que lo aislarían para evitar más contagios, que se prohibirían las entradas y salidas.
Un rumor más, o un intento de control imposible… Llevo 7 años yendo y viniendo desde Guadalajara a Madrid, bien por estudios o por trabajo. Ahora, soy enfermera, y no sé qué hacer, los rumores dicen que cerrarán Madrid, las voces más críticas dicen que debería estar ya cerrado, en el móvil cientos de Whatsapp opinan libremente sobre lo que está bien y lo que está mal.
Pero nadie se para a pensar: ¿qué hacemos los sanitarios que no vivimos en Madrid? No es suficiente el agobio generado al pensar si estás haciendo bien o mal en volver a casa todos los días, si a alguno de los pacientes que hace algunos días vino por una patología diferente y hoy regresa con síntomas de coronavirus se lo has contagiado tú, con sentir como la gente en la fila del supermercado da un paso hacia delante cuando se entera de que trabajas en un hospital.
Ahora nos tenemos que plantear cómo ir a trabajar. A pesar de todo, me siento afortunada. Hay gente que valora nuestro trabajo, nuestro fuerzo, y por ello me despierto, en una casa que no es la mía, pero que desde el minuto uno de esta locura decidió que, si cerraban Madrid, allí me podría quedar.
Lo dan todo día tras día para que al volver de trabajar pueda desconectar, sentirme en casa y coger fuerzas para el día siguiente. Aunque no es fácil dormir... llevamos más de un mes así. Las pesadillas son continúas, recurrentes, sueño con que mis allegados se contagian, con que en el hospital no llego a todos los pacientes, los monitores no paran de pitar, un paciente desaturado, el otro pide agua con una mascarilla de BIPAP, el del box 16 no aguanta la pronación y está agitado, los de sillones quieren cenar y la comida no llega.
De repente aparece una UVI con otra paciente, con reservorio y saturando al 80%, ¡no hay boxes, no hay camas en la UCI, no hay tubos! Mi cabeza va a estallar y el maldito despertador no para de sonar.
He decidido no desayunar ni poner la televisión, he decidido intentar aprovechar media hora más y desconectar. Cojo el móvil y más de trescientos mensajes lo inundan, ahora hay tres grupos nuevos de trabajo: sólo enfermeras, Técnicos de enfermería y enfermeras y el anterior con las supervisoras. Cinco protocolos nuevos en menos de una noche: se cambia la sala de espera, se anula la pediatría, zona de limpios (pacientes con patología no respiratoria) y respiratorios, la obstetricia se deriva a La Paz, se triará en dos zonas.
Nadie nos ha preguntado, una vez más nadie ha preguntado a los que estamos en primera línea, a esos que llevan días y días viendo a pacientes que vienen por dolor abdominal y resulta que es una neumonía de lóbulo inferior, posible COVID. Esos que saben que es imposible diferenciar zona de limpios y de respiratorios por la gran cantidad de pacientes que llegan sin síntomas claros.
Se hace imposible desconectar, y la frustración se apodera de mí. Treinta minutos en coche, con la música a todo volumen y sin poder dejar de pensar en lo que me encontraré. Cuarenta pacientes en sillas y sillones desde hace dos y tres días pendientes de un ingreso que no llega, personas mayores en camillas… Y en ese momento, me doy cuenta de que muchas de estas cosas ya las hemos vivido antes, en cada epidemia de gripe cada invierno, que nos estaba avisando que así no podíamos seguir.
Que las urgencias se estaban usando mal, que un dolor de mano de hace tres semanas no es una urgencia, que en el centro de salud no te den cita para mañana tampoco es una urgencia, que tu hijo tenga mocos no es una urgencia, que un largo etcétera de situaciones, no son una urgencia. Situaciones que han hecho que, ante una pandemia, no tengamos recursos suficientes.
Que defendamos más un equipo de fútbol que un equipo de sanitarios, que sigamos pensando que el personal de un hospital está para servirnos cuando y como queramos, que no anulemos citas a las que no vamos a ir,