El objeto de las ciencias sociales es comprender la realidad social en su carácter sociohistórico y cultural, razón por lo cual los sujetos se tornan en protagonistas del análisis, en cuanto constructores de distintos modos de vida y como seres que se forman en la interrelación con los demás y con los entornos económicos, ambientales, políticos e ideológicos, entre otros. Es precisamente en esta tarea interpretativa en la que los cientistas sociales enfrentan retos teórico-metodológicos para dar cuenta de cómo se construyen los datos de los criterios con los que se estructuran las preguntas y de cómo se interpreta la realidad. Al respecto Zemelman (2010) señala:
El primer desafío se traduce en tener que problematizar lo que se entiende por realidad socio-histórica […]. No es posible pensar en ningún tipo de estructura social, económica o política, como tampoco cultural, si no es como resultado de la presencia de sujetos en complejas relaciones recíprocas en cuanto a tiempos y espacios; lo que implica tener que enfocar los procesos como construcciones que se van dando al compás de la capacidad de despliegue de los sujetos, los cuales establecen entre sí relaciones de dependencia recíproca según el contexto histórico concreto (p. 356).
Esta claridad para las ciencias sociales, según Jaime Osorio (2012), abre dos caminos necesarios. En primer lugar, reconocer que toda observación y lectura que se haga de la realidad social estará cargada de teoría y de intencionalidades. Los datos son construcciones, razón por la cual es necesario dar cuenta de por qué se privilegian determinadas realidades, de los horizontes de visibilidad y los que quedan ocultos, así como de las posibles consecuencias que se generen por las rutas asumidas. En segundo lugar, posibilita encontrarle sentido a la transdisciplinariedad, pues, al margen del origen disciplinar, se requiere fortalecer diálogos académicos que, en la dimensión teórico-epistemológica y metodológica, rebasen las fronteras de los saberes para orientar a nuevas y, posiblemente, más complejas interpretaciones y acciones.
De esta manera, una condición esencial que direcciona el análisis y la contribución a la transformación de lo social, desde las ciencias sociales, es el reconocimiento del carácter dinámico de la realidad, de lo incierto, lo aún no dado, y del papel que tienen los sujetos como artífices de la construcción de relaciones susceptibles de transformaciones sociopolíticas, las cuales también generan impactos en distintas dimensiones de lo individual y lo colectivo. Tal como lo señala Edgar Morin (1984), contrario a lo que indica la ciencia formal y pese a las certezas innumerables, enfrentamos un proceso de conocimiento que se caracteriza por su complejidad, lo que trae consigo relaciones de incertidumbre y riesgos de error en su ejercicio.
En relación con la interdisciplinariedad, más allá de la aceptación de diálogo entre campos de saber, es importante insistir en la pertinencia de abogar por un “razonamiento de umbral” que lleve a abrir la mirada disciplinar y que dé la posibilidad de formular nuevas preguntas que trasciendan lo establecido por las disciplinas específicas. Romper esos esquemas hace posible reconocer nuevas realidades y construir conocimiento que no se limite a los ámbitos de sentido definidos originalmente en las disciplinas (León, 1995).
Asimismo, desde el paradigma crítico se concibe que la realidad va más allá de lo que existe y que es preciso avanzar en la reflexión sobre posibilidades y limitaciones de las ciencias sociales, de modo que se enfrente la rigidez con la que en ocasiones se produce conocimiento:
La realidad, como quiera que se la conciba, es considerada por la teoría crítica como un campo de posibilidades, siendo precisamente la tarea de la teoría crítica definir y ponderar el grado de variación que existe más allá de lo empíricamente dado. El análisis crítico de lo que existe reposa sobre el presupuesto de que los hechos de la realidad no agotan las posibilidades de la existencia y que, por lo tanto, también hay alternativas capaces de superar aquello que resulta criticable en lo que existe. El malestar, la indignación y el inconformismo frente a lo que existe sirven de fuente de inspiración para teorizar sobre el modo de superar tal estado de cosas. Las situaciones o condiciones que provocan en nosotros malestar, indignación e inconformismo parecen no ser excepcionales en el mundo actual (Santos, 2006, p. 16).
Según Santos (2006), se requiere que las ciencias sociales ayuden a comprender la realidad no como asunto externo a los sujetos, sino como parte de estos y como constructoras de sentidos en ámbitos posibles. De esta manera, dicho autor sugiere la creación de nuevos modos de producción de conocimiento en los que se pase de la teoría de la visibilidad a una práctica social en la que se valore la importancia epistemológica que tiene una construcción del conocimiento frente a las circunstancias histórico-sociales. Se trata de buscar aproximarnos a una epistemología amplia e incluyente que dé cuenta de posibilidades de ampliación de la ciencia. Esta puede surgir en lo regional o en lo local, aunque es en el contexto global donde la ruptura de las fronteras, con el intercambio de subjetividades e información, opera de forma más nítida tanto en lo económico como en la manifestación de lo sociocultural y en lo humano.
En tal sentido, Torres y Torres (2017) destacan, a la luz de las nuevas perspectivas en los procesos de construcción de conocimiento y en la dinámica histórica de la construcción de la realidad social, el papel activo de los sujetos y la importancia de la subjetividad. Este planteamiento reafirma la tensión entre lo objetivo y lo subjetivo como constituyente de la realidad social, circunstancia que debe recuperarse para el estudio del cuidado enfermero y su contextualización en función de los grupos poblacionales a los cuales se dirige, de sus características culturales y del objetivo de cuidar, recuperar y mantener la salud de los seres humanos.
El cuidado a la salud requiere de un acercamiento diagnóstico que tenga presentes tanto las características objetivas de salud o enfermedad como las características específicas, subjetivas y culturales, de los lugares en los cuales se realiza el cuidado y de los grupos a los que pertenecen las personas que reciben cuidados. No se trata solo de lo estructural relativo al cuidado y a la salud, sino de interpretar y comprender a los sujetos sociales en su interacción, en su contexto, como algo en el presente, en el devenir, en el momento de la interacción. Esto implica recuperar, además de las orientaciones de la ciencia, su interacción con el pasado y el presente de los sujetos sociales, los cuales se adscriben a grupos poblacionales específicos, a la otredad.
Zemelman (1992a) diferencia, precisamente, tres momentos de análisis, no lineales, que se refieren a las formas de constitución del sujeto y que pueden ayudar a reconocerlo y a realizar adecuadamente el diagnóstico del que se habla. En primer lugar, está el momento de lo individual, de lo familiar, de lo cotidiano; en segundo lugar, el de lo colectivo, de la identidad, del horizonte histórico compartido, pero no como un agregado de individuos, sino como un espacio de reconocimiento común, y, en tercer lugar, el de la fuerza del proyecto con capacidad de desplegar prácticas dotadas de poder.
Identificar lo anterior supone considerar los aportes de las ciencias sociales, humanas y del comportamiento, así como propender por construcciones interdisciplinarias y transdisciplinarias para orientar una relación de diálogo en ejes problemáticos que rebasen lo disciplinar y conduzcan a soluciones más pertinentes, contextualizadas en función de la cultura y de vivencias que ayuden a precisar a quienes, como individuos, requieren de atención.
Todo esto hace que para los profesionales de las ciencias sociales sea una tarea central el “reencantar el mundo”, es decir, acercar los seres humanos a la naturaleza y comprender que ambos son parte de un mismo universo en el que se expresan discontinuidades, ires y venires, diversas formas de tiempo más allá de la sucesión de eventos; lo que hace necesario también “reinsertar el tiempo y el espacio como variables constitutivas internas en nuestros análisis y no meramente como realidades físicas invariables dentro de las cuales existe el universo social” (Wallerstein, 1996, pp. 81-82), de manera que las formas de crear conocimiento y de interactuar con él cuenten con estos elementos como contexto.
Ahora bien, hasta este punto se ha remarcado la importancia de reflexionar sobre la posición del sujeto cognoscente ante la construcción de conocimiento, lo que Zemelman (2001) denomina el sentido preteórico y que hace referencia a que el individuo se dé cuenta de las circunstancias, se ubique en ellas y asuma su postura frente a un horizonte de conocimientos que le es posible construir a partir de lo que vive. Sin embargo, no es menos importante en este