Para la elección de esas tres partes hemos tenido muy en cuenta las respectivas notas con las que Cela preludió Mesa revuelta (1945), Cajón de sastre (1957) y La rueda de los ocios (1957). En el segundo volumen se refería a la similitud de los dos primeros tomos y a la finalidad que se proponían, con una noticia que quedó en proyecto nonato:
Para ejercitar la arriesgada penitencia de enfrentarse con las páginas que fueron escritas para ir viviendo y, como la vida misma, para ir siendo olvidadas a medida que se escribían y se vivían, publiqué ayer Mesa revuelta, doy a las prensas Cajón de sastre y preparo para mañana —o para pasado mañana— un tercero al que quizá llame Fosa común, que tampoco es título engañoso11.
También es preciso recordar que el propio Cela sabía de lo heterogéneo de una escritura que quedaba a la vera del camino de su obra de narrador y de autor de libros de viajes. Por ello afirma en la «Nota» al libro de 1945 que «de todo va en esta Mesa revuelta, que ahora inicia su caminar desde el artículo que casi no lo es, desde el artículo divagatorio, entrañable como un viejo conocido, hasta el terrible artículo de citas y concisiones y que tan poco va con mi manera de ser»12.
Se trata, en consecuencia, de un material desigual escrito para ir viviendo, especialmente en el tramo que ocupa la presente selección, pues no se debe echar en saco roto que Cela recordó en el prólogo al primer tomo de Glosa del mundo en torno que «esa cotidiana pelea por el garbanzo en un país como el nuestro, en el que el escritor es siempre un sospechoso al que resulta entretenido zarandear»13, tuvo un momento de inflexión a finales de 1952, cuando Francisco Casares14, secretario general de la Asociación de la Prensa de Madrid, le dirigió con fecha 31 de diciembre del 52 —transcribo los recuerdos de CJC en dicho prólogo— «un atento oficio echándome a la calle»15. Aunque el escritor hizo algunas gestiones para que se reconsiderase la decisión, lo cierto es que 1953 conoce una drástica disminución de sus colaboraciones en prensa, que quedaron casi reducidas a los artículos de Informaciones entre junio y agosto, que dan cuenta de su viaje por diversos países de Sudamérica y que reunió, bajo el marbete «Notas de una excursión americana», en La rueda de los ocios (1957). En el prólogo al primer tomo de Glosa del mundo en torno —escrito en 1974—, Cela confiesa:
Entonces fue cuando empecé a pensar seriamente en abandonar Madrid, cosa que hice aquel mismo año —primero en Venezuela y más tarde en Palma de Mallorca— y lamento no haber hecho antes. Por entonces también suspendí casi del todo mis colaboraciones en los periódicos y me metí más de lleno en los libros. Madrid, aquella ciudad que un tiempo fue adorable y humana, se había ido convirtiendo poco a poco en una gusanera en la que las personas decentes, que las había y no en escasa proporción, se sentían acorraladas y asfixiadas.16
Estaba naciendo su voluntad de abandonar Madrid, que se consolidó tras su viaje a Sudamérica y el encargo de escribir una novela de tema venezolano (la futura La catira, que publicó Noguer en 1955). Su desaliento ante el mundo intelectual madrileño y sus desilusiones continuadas ante la censura, que acababa de maltratar a Mrs. Caldwell habla con su hijo (Destino, 1953), le llevaron a redactar a comienzos de febrero de 1954 una carta, finalmente no cursada, a Gabriel Arias Salgado, ministro de Información y Turismo, que contiene estas inequívocas palabras:
A mi vuelta de América, me metí en mi casa a poner un poco de orden en mis papeles. Tú habrás podido ver que mis declaraciones a la prensa han sido escasas y que mis actuaciones públicas o mis colaboraciones profesionales han sido nulas. Me propuse sentar las bases para continuar trabajando en serio, y me di cuenta de que seis meses de ausencia es un plazo demasiado largo sobre el que conviene, al regreso, hacer un ligero repaso de la voluntad y un somero examen de la conciencia […].
Y el paso que voy a dar no puede ser más sencillo: me voy. Pero no pienses que me voy al extranjero; la ingenuidad es una grave tara política. Me voy, sí, pero no me voy más que del medio, de este enrarecido y viciado medio en el que no puedo ni quiero respirar. Cuando el tiempo se encargue de ventilar el cotarro abriendo una ventana —léase esta censura que nos agobia y, lo que es más grave, a cambio de nada—, yo regresaré como ahora me voy: tímidamente y sin echar los pies por alto.
Una vez instalado en Palma, viaja unos días a Barcelona —finales de la primavera de 1954— y concede una entrevista (que resulta ser apasionante) a Néstor Luján, en la que le dice: «Antes en Madrid escribía por la noche; ahora en Palma lo hago de las once de la mañana a las siete de la tarde»17. Empezaba una nueva etapa, la de un escritor consolidado.
IV
En una entrevista celebrada en Madrid con Andrés Muñoz, concedida para La Nación de Buenos Aires (13 de julio de 1952), Cela aseveraba que en «Mesa revuelta reúno una selección de artículos que no van nada ordenados». Pese a admitir que la razón le asiste a medias, nuestro propósito es no desligarlos de aquella ordenación y de la que ofrecen los sucesivos volúmenes recopilatorios. La primera parte de Mesa revuelta la tituló «El tibio reino del espíritu», y ofreció en su marco artículos —los ejemplos pueden ser «Iria-Flavia» o «Breve estampa del jardín de un pazo»— en los que se advierte «mi obstinada, preocupada obsesión familiar» y «lo que forma nuestra indeclinable vocación de pervivir: el suelo sobre el que nacimos y sobre el que desearíamos morir»18, que parece una anticipación del tema de su última novela, Madera de boj (1999). Al aire de esta sección de Mesa revuelta, que se proyecta en la titulada «La rueda de los días» de Cajón de sastre y en «La rueda de los ocios» del libro del mismo título, hemos rotulado «Experiencias vitales» el primer tramo de nuestra selección. Marbete menos sugestivo que los celianos, aunque recoge las experiencias, pautadas por la memoria y la mirada, de CJC en Iria y su entorno, en Madrid, Barcelona, A Coruña y Guadalajara. Con un breve recuerdo para su experiencia como actor novel, cuando el escritor quería abarcarlo todo y no era mala norma para su oficio ser actor, torero, vagabundo o pintor: «Hay que ser un poco de todo para poder ser escritor» (15 de enero de 1950).
La segunda sección de La forja de un escritor (1943-1952) la hemos titulado «El escritor y la escritura». Tiene la particularidad de que más de la mitad de los textos fueron publicados en 1950, cuando CJC había editado novelas, cuentos, apuntes carpetovetónicos y un extraordinario libro de viajes, mientras preveía que el tortuoso camino de La colmena desembocaría en un pie de imprenta. Sin duda los meses de 1950 son fundamentales para el escritor y para el presente y el futuro de su escritura. Por ello cabe ver como cristalización de esas reflexiones el artículo canónico (el más largo de nuestra selección) «La galera de la literatura», que vio la luz en la impagable revista Ínsula (marzo de 1951).
Naturalmente, esta segunda sección se autoriza en la segunda parte de Mesa revuelta, que lleva por título «La literatura y sus alrededores»; en las espléndidas agrupaciones tituladas «Calendario de madrugada» y «El reloj de los hechos» de Cajón de sastre; y en «Sobre la literatura y sus alrededores» de La rueda de los ocios. He procurado en esta sección del libro —a buen seguro la más importante— acercar al lector actual a las convergencias y desavenencias del hombre CJC con su condición de sujeto de su escritura, que estimo quedan sobradamente perfiladas en la gavilla de artículos elegidos. Al mismo tiempo no se desatienden sus reflexiones sobre la tipología de la narración, los modos de la estructura narrativa y las temáticas del oficio de novelista. Cela, que desdeñó tal o cual dogmática sobre los géneros literarios, nos ofrece en este haz de artículos su concepción de la novela como género proteico, que permite en su seno numerosas voces y ecos, diferentes temporalizaciones y modalizaciones, como él mismo dejaría dicho al examinar su andadura narrativa en el prólogo de 1953 a Mrs. Caldwell habla con su hijo. Aquella síntesis de 1953 tiene mucho que ver con los atisbos y disquisiciones de estos artículos.
Lo aparentemente más osado de la selección de artículos del primer Cela que el lector tiene en sus manos es la tercera parte, dedicada a la pintura y, subsidiariamente, al cine, la música y la fotografía. No es baladí el interés de Cela (que hizo aprendizajes de pintor en sendas exposiciones de sus obras en Madrid y A Coruña) por la pintura y otras artes, como atestiguará la larga