Ya varios meses antes de ponerse en viaje para Lyon había cesado de escribir, aun cuando el opus magnum, la Summa Theologica, aún no estaba terminada y aun cuando discípulos y amigos le instan a ello. Pero Tomás se niega a escribir o a dictar una sola línea. Y permanece en su decisión. «Todo lo que he escrito me parece paja», responde a Reginaldo de Piperno, el amigo, secretario y compañero de viajes de tantos años. De todas formas, más tarde completa la frase: «Todo... me parece paja, comparado con lo que he contemplado». En estas palabras se pone de manifiesto algo de lo que no se va a hablar expresamente en estas lecciones pero que, no obstante, no puede silenciarse: el hecho de que Tomás no sólo fue un filósofo y un teólogo, no sólo un profesor universitario, sino también un místico, un santo.
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En lo que sigue, volveremos a rastrear cuidadosamente esta biografía para percibir con más claridad cómo se realiza el destino y la obra de Santo Tomás insertos en las exigencias de su tiempo y en sus respuestas a estas exigencias.
[1] FERNAND VAN STEENBERGHEN, Le XIIIe siècle, en: Forest-V. Steenberghen-De Gandillac, Le Mouvement doctrinal du XIe au XIVe siècle. FLICHEMARTIN, Histoire de l’Eglise. Vol. XIII (París 1951), p. 303.
[2] ETIENNE GILSON, History of Christian Philosophy in the Middle Ages (Londres 1955), 325. [Trad. española, Madrid, Gredos, 1958.]
[3] FRIEDRICH HEER, Europäische Geistegeschichte (Stuttgart, 1953), p. 147.
[4] MARIE-DOMINIQUE CHENU, Introduction à l’étude de St. Thomas d’Aquin (París-Montreal, 1950), p. 13.
[5] GUSTAV SCHNÜRER, Kirche und Kultur im Mittelalter (Paderborn, 1926), II, p. 441.
[6] Liber primus Posteriorum Analyticorum, tract. I, cap. 1. Opera Omnia. Ed. A. Borgnet. París, 1890. Tom. 2, p. 3.
[7] C.G. 1, 2.
[8] GILSON, History, p. 325.
[9] JOSEPH LORTZ, Die Reformation in Deutschland (Freiburg i. B. 1939), I, p. 352.
[10]HEIDELBERG, 1956. [Trad. española, Madrid, Espasa Calpe, Colección Austral, 20.]
[11] MAISIE WARD, Gilbert Keith Chesterton (Regensburg, 1956), p. 523 s.
[12] La última (octava) edición apareció en 1949, Ed. Kösel (München). [Trad. española, Barcelona, 1930.]
[13] París, 1950.
[14]La edición francesa apareció en su 5.ª edición en 1948 en París. La inglesa, que es la que se citará de aquí en adelante, es de 1957 en Londres. [Trad. española, Buenos Aires, Desclée, 1951.]
[15] Cf. Les poésies de Rinaldo d’Aquino (ed. O. Tallgren); en «Memoires de la Société Néophilologique de Helsingfors», T. 6 (1917).
[16] Contra retrah. 9; n.º 803.
[17] Mittelalterliches Geistesleben (München 1926), I, p. 261.
[18] Reg. princ. 1, 8-10.
II
A la primera y rápida ojeada, necesariamente sumaria, de la biografía y obra hay que añadir aún algunas observaciones sobre determinados hechos que, cronológicamente considerados, ya no pueden ser llamados «biográficos», pero que, no obstante, pertenecen a la historia del hombre, Tomás de Aquino.
El primer hecho a mencionar es la canonización. Entre hombres cultos se pueden encontrar las ideas más aventuradas sobre la significación de este acto. Así, por ejemplo, la opinión grotesca de que se trata de una especie de «ascenso» póstumo, cuando naturalmente por la canonización nada se cambia ni nada nuevo le ocurre al homenajeado de esta manera; mediante este acto no ocurre nada, ¡por supuesto que no! Se trata más bien de una constatación, ciertamente de una constatación solemne fundamentada en averiguaciones procesales exactas y detalladas, es decir, de la constatación de que nos hallamos ante una «rectitud» de vida no usual, heroica, ante una paradigmática irradiación de fuerza sobrehumana, divina, y ante el definitivo retorno a ese origen divino. Ya se sabe que esto no son más que palabras sin significado para el intelectual secularizado. Pero tal vez habría que pedirle que comprendiese lo que con ello se «quiere decir». Esto es, que Tomás de Aquino, apenas cincuenta años después de su muerte, es canonizado el 18 de julio de 1323. A esto hay que añadir, como dice Grabmann[1], que parece ser la primera vez que en la persona de Tomás se canoniza a un hombre, en tanto en cuanto era teólogo y maestro. Los 42 testigos del proceso de canonización tienen poco que informar sobre penitencias extraordinarias, sobre hechos y mortificaciones extraordinarias; precisamente parecen estar confusos de que en forma unánime sólo pueden repetir continuamente que Tomás había sido un hombre leal, humilde, sencillo, amante de la paz, entregado a la contemplación, mesurado, amante de la pobreza. Y él mismo siempre había dicho que la perfección de la vida se encontraba antes en la rectitud interior que en actos externos de ascesis[2]. Uno de los testigos en el proceso de canonización, Guillermo de Tocco, que cuando joven fue discípulo de Santo Tomás y es autor de una detallada biografía suya, dice[3] que las oraciones de Santo Tomás sólo habían pedido una cosa: sabiduría. Señalemos de paso que esto no es del todo exacto, pues hay una oración que ha llegado hasta nosotros en la que Tomás pide que le sea concedido «ser alegre sin frivolidad y maduro sin presunción»[4]. Pero como no tenemos tanto que tratar del hombre Tomás de Aquino como del pensador, teólogo y sobre todo filósofo, del maestro y autor, sigue siendo este punto digno de notas: que ya la canonización parece haber tenido en cuenta al pensador y maestro. Non solum virtutes, sed doctrinam etiam...[5]
Con esto se pone en marcha algo que luego se confirmará y ampliará en el hecho de que Tomás, en 1567, sea proclamado «Doctor de la Iglesia» y en que, por así decir, llegue a convertirse en una «institución» cuando en 1918, en uno de los grandes códigos de la Historia, en el Codex Iuris Canonici, se incluyó[6] la prescripción de que los sacerdotes de la Iglesia Católica deben recibir su formación teológica y filosófica según el método, la doctrina y los principios de Tomás de Aquino. El título específico que, análogamente a casi todos los otros maestros significativos de la Edad Media, acompaña a Tomás poco después de su muerte, ese título de «Doctor communis», ha vuelto a recogerse últimamente[7] con énfasis: se llama a Tomás, cuya doctrina ha hecho propia la Iglesia, el Doctor communis seu universalis, el doctor común, universal.
Era de esperar que tales disposiciones de autoridad no tuviesen