Feminismos para la revolución. Laura Fernández Cordero. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Laura Fernández Cordero
Издательство: Bookwire
Серия: Biblioteca Básica del Pensamiento Socialista
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789878010823
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condena tan terrible, y repetida durante seis mil años, podía impresionar al vulgo, dado que la sanción del tiempo tiene mucha autoridad sobre él. Sin embargo, hay algo que debe hacernos concebir esperanzas de que se pueda recurrir ante este juicio, y es que, de la misma manera, durante seis mil años, los sabios entre los sabios han mantenido un juicio no menos terrible sobre otra raza de la humanidad: los PROLETARIOS. Antes del 89, ¿qué era el proletario en la sociedad francesa? Un villano, un patán, una bestia de carga, pechero y sujeto a prestación personal. Después llega la Revolución del 89, y, de golpe, hete aquí a los sabios entre los sabios que proclaman que la plebe se llama pueblo, que los villanos y los patanes se llaman ciudadanos. En fin, proclaman en plena asamblea nacional los derechos del hombre.[2]

      En cuanto al proletario, él, pobre obrero mirado hasta entonces como una bestia, quedó muy sorprendido al comprender que el olvido y el desprecio que se había hecho de sus derechos fueron los causantes de las desgracias del mundo.

      Lo que ha ocurrido con los proletarios –hay que convenir en ello– es un buen augurio para las mujeres cuando les llegue su 89. Según un cálculo muy simple, es evidente que la riqueza de la sociedad crecerá indefinidamente a partir del día en que se llame a las mujeres (la mitad del género humano) a aportar en la actividad social la suma de su inteligencia, fuerza y capacidad. Esto es tan fácil de comprender como que 2 es el doble de 1. Pero desgraciadamente no hemos llegado todavía a este momento y, mientras esperamos ese feliz 89, constatemos lo que ocurre en 1843.

      La Iglesia ha dicho que la mujer era el pecado; el legislador, que por ella misma no era nada, que no debía gozar de ningún derecho; el sabio filósofo, que por su constitución ella no tenía inteligencia; así, se ha concluido que era un pobre ser desheredado de Dios, y los hombres y la sociedad la han tratado en consecuencia.

      No conozco nada tan poderoso como la lógica forzada, mecanicista, que se desprende de un principio dado o de la hipótesis que lo representa. Una vez proclamada y dada como principio la inferioridad de la mujer, ved qué consecuencias desastrosas ocasiona para el bienestar universal de todos y de todas en la humanidad.

      [1] Saint-Simon, Owen, Fourier y sus escuelas, Parent-Duchâtelet, Eugène Buret, Willermé, Pierre Leroux, Louis Blanc, Gustave de Beaumont, Proudhon, Cabet; y, entre los obreros, Adolphe Boyer, Agricol Perdiguier, Pierre Moreau, etc.

      [2] El pueblo francés, convencido de que el olvido y el desprecio de los derechos naturales del hombre son las únicas causas de las desgracias del mundo, ha resuelto exponer en una solemne declaración sus derechos sagrados e inalienables, para que todos los ciudadanos puedan permanentemente comparar los actos del gobierno con el objeto de toda institución social, y no se dejen jamás oprimir ni envilecer por la tiranía; para que el pueblo tenga siempre frente a sus ojos las bases de su libertad y de su felicidad, el magistrado la regla de sus deberes, el legislador el objeto de su misión.

      En consecuencia, proclama, ante el Ser Supremo, la siguiente Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano:

      1. El objetivo de la sociedad es la felicidad común. El gobierno se constituye para garantizar al hombre el disfrute de sus derechos naturales e imprescriptibles.

      2. Estos derechos son la igualdad, la libertad, la seguridad, la propiedad.

      3. Todos los hombres son iguales por naturaleza y frente a la ley.

      4. La ley es la expresión libre y solemne de la voluntad general (Convención Nacional, 27 de junio de 1793).

      [3] Todos los generales célebres del Imperio provenían de la clase obrera. Antes del 89, solo los nobles eran oficiales.

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