En cuanto al proletario, él, pobre obrero mirado hasta entonces como una bestia, quedó muy sorprendido al comprender que el olvido y el desprecio que se había hecho de sus derechos fueron los causantes de las desgracias del mundo.
¡Oh! Quedó muy sorprendido al comprender que iba a gozar de derechos civiles, políticos y sociales, y que, finalmente, se convertía en el igual de su antiguo señor y dueño. Su sorpresa aumentó cuando se enteró de que poseía un cerebro absolutamente con la misma capacidad que el del príncipe real por herencia. ¡Qué cambio! Sin embargo, hubo quien no tardó en notar que este segundo juicio manifestado sobre la raza proletaria era mucho más exacto que el primero, porque apenas se proclamó la aptitud de los proletarios para cualquier clase de funciones civiles, militares y sociales, se vio salir de sus filas a generales como ni Carlomagno ni Enrique IV ni Luis XIV habían podido nunca reclutar en las filas de su orgullosa y brillante nobleza.[3] Después, como por encanto, de las filas de los proletarios surgieron en tropel sabios, artistas, poetas, escritores, hombres de Estado, financieros, que dieron a Francia un esplendor que nunca había tenido. La gloria militar vino entonces a cubrirla como con una aureola; los descubrimientos científicos la enriquecieron, las artes la embellecieron; su comercio alcanzó una extensión inmensa, y en menos de treinta años la riqueza del país se triplicó. La demostración por los hechos y sin réplica. También hoy todo el mundo conviene en que los hombres nacen indistintamente con unas facultades más o menos iguales, y en que solamente deberíamos ocuparnos de tratar de desarrollar todas las facultades del individuo con miras al bienestar general.
Lo que ha ocurrido con los proletarios –hay que convenir en ello– es un buen augurio para las mujeres cuando les llegue su 89. Según un cálculo muy simple, es evidente que la riqueza de la sociedad crecerá indefinidamente a partir del día en que se llame a las mujeres (la mitad del género humano) a aportar en la actividad social la suma de su inteligencia, fuerza y capacidad. Esto es tan fácil de comprender como que 2 es el doble de 1. Pero desgraciadamente no hemos llegado todavía a este momento y, mientras esperamos ese feliz 89, constatemos lo que ocurre en 1843.
La Iglesia ha dicho que la mujer era el pecado; el legislador, que por ella misma no era nada, que no debía gozar de ningún derecho; el sabio filósofo, que por su constitución ella no tenía inteligencia; así, se ha concluido que era un pobre ser desheredado de Dios, y los hombres y la sociedad la han tratado en consecuencia.
No conozco nada tan poderoso como la lógica forzada, mecanicista, que se desprende de un principio dado o de la hipótesis que lo representa. Una vez proclamada y dada como principio la inferioridad de la mujer, ved qué consecuencias desastrosas ocasiona para el bienestar universal de todos y de todas en la humanidad.
[1] Saint-Simon, Owen, Fourier y sus escuelas, Parent-Duchâtelet, Eugène Buret, Willermé, Pierre Leroux, Louis Blanc, Gustave de Beaumont, Proudhon, Cabet; y, entre los obreros, Adolphe Boyer, Agricol Perdiguier, Pierre Moreau, etc.
[2] El pueblo francés, convencido de que el olvido y el desprecio de los derechos naturales del hombre son las únicas causas de las desgracias del mundo, ha resuelto exponer en una solemne declaración sus derechos sagrados e inalienables, para que todos los ciudadanos puedan permanentemente comparar los actos del gobierno con el objeto de toda institución social, y no se dejen jamás oprimir ni envilecer por la tiranía; para que el pueblo tenga siempre frente a sus ojos las bases de su libertad y de su felicidad, el magistrado la regla de sus deberes, el legislador el objeto de su misión.
En consecuencia, proclama, ante el Ser Supremo, la siguiente Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano:
1. El objetivo de la sociedad es la felicidad común. El gobierno se constituye para garantizar al hombre el disfrute de sus derechos naturales e imprescriptibles.
2. Estos derechos son la igualdad, la libertad, la seguridad, la propiedad.
3. Todos los hombres son iguales por naturaleza y frente a la ley.
4. La ley es la expresión libre y solemne de la voluntad general (Convención Nacional, 27 de junio de 1793).
[3] Todos los generales célebres del Imperio provenían de la clase obrera. Antes del 89, solo los nobles eran oficiales.
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