Nos pasa en la resurrección algo parecido. Leíamos el día pasado, ayer o antes de ayer en san Cirilo Alejandrino, en el Oficio de Lecturas, unas palabras que se referían a la resurrección, e insistía en que Jesús resucitó con su cuerpo, el cuerpo de Cristo ha sido glorificado; pero añadía enseguida: aunque está en una condición espiritualizada, pero es el Cuerpo de Cristo el que ha sido resucitado, está en una condición espiritualizada. Esto nos sucederá a nosotros, sucede al cuerpo de Cristo, es la espiritualización de la carne. En su grado, esto se vive en la espiritualización, es una cierta participación de la resurrección de Cristo en la espiritualización de lo que es amor carnal. ¡Es verdadero amor!, no es decir: no es amor. Es verdadero amor, pero es un amor espiritualizado. Un santo ama a su madre como no ama un simple hijo a su madre. La ama, pero la ama con toda su riqueza. Y no es que le ame menos, ¡ni mucho menos! Le ama más, le ama con un amor más alto, más grande, con un amor que no es contrapuesto al amor del Señor. Ahí hay una tarea muy grande en nosotros.
Esto puede enseñarnos san José. Cómo amaba san José a la Virgen. La amaba como amiga, como esposa, pero como la Madre de Dios. La amaba con esa riqueza interior de su corazón transformado. Y le hacía colocarse en una postura de una servicialidad constante, diríamos, detrás de la Virgen y del Niño, él está como detrás. Él está siempre como en la sombra, actuando simplemente, con una actuación que está llena de admiración, llena de respeto; que está al mismo tiempo impregnada de sencillez, impregnada de suavidad. Y ahí es donde nosotros tenemos que aprender nuestro actuar. José trabaja así, actúa así. De esa manera pasa por las páginas del Evangelio con esa suavidad con que él lo hace, eficiente, como apareciendo sin aparecer, casi como en el extremo del cuadro, siempre ahí. Siempre en una misión de servicio generoso, abnegado, y, al mismo tiempo, en el escondimiento. Esto nos tiene que enseñar san José a nosotros.
San José ayuda mucho, lo sabéis bien. El recurso a san José es continuo en nosotros, nos ayuda en todo. En las cosas materiales, en todo lo que sea… San José sabe lo que es ir a Egipto, caminar, sabe lo que es ir por las carreteras, él sabe todo eso. Y sabe intervenir, le debemos mucho. Pero no le reduzcamos a eso a José, como si dijésemos: es el administrador, es el que se cuida del dinero, el que se cuida de que tengamos posibilidades de actuar. El gran patrón de la vida interior, es el gran patrón del amor sobrenatural, del amor espiritual, del amor de entrega y de servicialidad. Es un modelo continuo. Es ese saber estar donde uno se encuentra, en el servicio a la manera de José: en ese servicio atento, humilde, escondido, abnegado, en una intimidad con la Virgen, en una cercanía con María, en una servicialidad a Jesús, a la Eucaristía, a la presencia eucarística del Señor. Siempre impregnándoos personalmente e irradiando ese amor del Señor, el amor que el Señor quiere que se difunda en el mundo, el reinado de su Corazón, la civilización del amor.
Pues bien, hoy es un día para agradecerle a san José todo lo que nos ha hecho. Dadle gracias por su servicio abnegado, sacrificado. Dadle gracias por su trabajo, con el que sostuvo a la Virgen y al Niño, ¡tan abnegadamente! Y dadle gracias por el cuidado que tuvo siempre para defender la vida y para defender la existencia de sus seres tan queridos, y seres tan fundamentales para nosotros. Dadle gracias.
Dadle gracias también por su ayuda a la Iglesia. Es la fiesta que vino a sustituir a la fiesta del Patrocinio de san José. Se celebraba antes una fiesta que era el Patrocinio de san José sobre la Iglesia. Aun cuando no exista una celebración así, pero sí existe el patrocinio. Parece que José sigue insistiendo en esa línea de su disimulo, de su escondimiento y, hasta le han quitado las fiestas que tenía. ¡No importa! Él no se preocupa de eso, no le preocupa en absoluto. Se alegra de las fiestas de la Virgen. Él sigue sirviendo y no como protesta dice: «pues yo ya no os protejo». No es así san José, sino que sigue protegiendo, sigue cuidando. Y tenemos que darle gracias por todo su patrocinio en la Iglesia. Dadle gracias por todas sus ayudas. ¡Le debemos mucho! Él es callado y no quiere ni que lo recordemos, pero se lo recordamos, se lo queremos recordar, que le debemos mucho.
Y pedidle este sentido interior espiritual sencillo, como él. Ese sentido del servicio por amor. Esa elevación del amor humano, ese amor verdaderamente humano, pero divinizado, pero amor humano, perfecto. El amor que él aprendió de María, en el que la Virgen le formó, y que él nos presenta a nosotros como verdadero modelo de nuestra vida.
(Homilía, 1-5-1989)
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