Sin embargo, aunque Foucault considere que las posiciones ordoliberales tras la II Guerra Mundial eran un poco cínicas, el núcleo del argumento se toma como tesis fuerte: «la economía produce legitimidad para el Estado, que es su garante» (Foucault, 2007: 106). Esta es una tesis antigua, pero no es ordoliberal. No es una tesis Erhard. Una crisis siempre es un reto a la legitimidad del Estado, desde luego. El buen clima económico facilita la obediencia en tanto legitimidad fáctica. Pero por debajo de esto, lo esencial es la legitimidad en sentido normativo. Y no veo que Erhard y los otros ordoliberales reduzcan la legitimidad del Estado al éxito económico. La economía debe relacionarse con el Estado de tal manera que permita una forma de vida tal que éticamente, por su atención a la estructura sittliche de esa forma de vida, permita al Estado hablar en nombre del pueblo que vive en ella. El Estado debe regular la vida económica de tal forma que la vida del pueblo siga así. Con este fin, el Estado es el creador de la constitución económica, no la constitución económica el poder constituyente del Estado. Foucault desea asegurar que «la economía es creadora de derecho público» (Foucault, 2007: 106) y esto significa para él que existe una «genealogía permanente del Estado a partir de la institución económica». La equivalencia de estas frases no es clara. Ni la economía legitima en último extremo al Estado, ni la economía constituye al Estado. Este no se legitima solo económicamente. Obtiene su legitimidad cuando regula la economía entre la anarquía y la economía de comando del Estado, porque así genera una constitución económica destinada a mantener la forma ética de la vida del pueblo. Por eso no parece que la economía produzca. El consenso brota de la eticidad popular y la fortaleza del Estado debe existir para constituir la economía de tal modo que la proteja. Por supuesto que la forma de vida ética de un pueblo, con su libertad y autonomía, no puede separarse de la economía, pero no es solo la economía. En todo caso, lo que permite que el Estado actúe en nombre del pueblo y proponga una ley vinculante no es solo que actúe en nombre del pueblo «económico», sino que vea respetada su Lebensform, su Sittlichkeit o su Vitalsituation. Ninguno de los ordoliberales quiso derrocar teóricamente la diferencia weberiana entre fenómenos económicos sustanciales y fenómenos políticos económicamente relevantes. El Estado es un fenómeno político económico relevante, pero no sustancial. Para poder seguir existiendo como pueblo de un Estado se requiere constitución, y también la económica. Todo eso falló en 1933. Pero eso no quiere decir que en 1948 solo se buscase el consenso económico como fundamento de legitimidad. Eso es inviable. El consenso ético tras la tragedia nazi hizo posible la legitimidad de un Estado suficientemente fuerte como para forjar una Wirtschafsverfassung. La neutralización que no fue posible en 1932, se hizo posible en 1948.
Insensible a estos elementos, hemos visto cómo Foucault dibuja la «institución neoliberal alemana» (Foucault, 2007: 107). Ese dibujo se remonta a Max Weber. De la misma manera que el enriquecimiento particular fue signo de elección divina, ahora el enriquecimiento es signo «de la adhesión de los individuos al Estado» (Foucault, 2007: 107). La riqueza del particular justificó a Dios y ahora justifica al Estado. En un caso y otro sigue siendo la palanca de una teodicea histórica que cumple la misma función, borrar la historia del sufrimiento y la culpa. Aunque era consciente de que estaba haciendo «simetrías un poco artificiales», Foucault asumió que Alemania era el primer ejemplo en la historia de un «Estado económico, radicalmente económico» (Foucault, 2007: 108). Se trataba de una novedad única. Para Foucault, de forma inconsciente, los alemanes pasaron de creer en la providencia de Dios y en la predestinación, a creer en la providencia del mercado, que por fin les daba un Estado.
Pero aquí la clave era un dilema que Foucault no parecía detectar: o bien la economía sana es efecto de un Estado ético fuerte que produce orden y constitución, y gobierna las fuerzas naturales que intervienen en el proceso económico; o bien el Estado es el efecto de una economía fuerte del mercado regido por la mano invisible. Foucault sugiere que los ordoliberales entendieron el Estado fuerte como efecto de la mano invisible del mercado. En suma, que dominó la providencia del deus absconditus del mercado. Pero esto es incompatible con la prioridad del Estado del pueblo como premisa constituyente. En suma, para los ordoliberales el Estado es el a priori del mercado18. No al revés. Para mostrar su fuerza el Estado debe neutralizar la economía respecto de la batalla política y entregarle una constitución propia. Eso es éticamente posible porque la ciencia de la economía política, no la mano invisible, puede lograrlo. Este diseño no tiene nada que ver con el de Caminos de Servidumbre de Hayek, ni con la escuela de Chicago.
5. La última neutralización
Tal y como lo expone Foucault, lo que queda cortocircuitado es el pueblo como fundamento ético del Estado. Así se daría paso al pensamiento neoliberal: el fundamento del Estado es el mercado. Pero esto no es lo que pensaban los hombres como Erhard. Ellos deseaban usar el poder del Estado, derivado del hecho de hablar en nombre del pueblo, para impulsar unas reformas de estabilización de la moneda, de liberar precios, de regular el mercado con medidas antimonopolios, de configurar la competencia, porque la libertad económica y la competencia formaban parte de esta eticidad. Solo sobre un marco estable tenían sentido las medidas de liberalización de precios. Solo así habría competencia. Y para mantener esa competencia se debería disponer de una legislación antimonopolio, algo que solo un Estado fuerte podía imponer (el Estado de Weimar no lo logró). Este es el motivo por el que Carl Schmitt sea citado con aprobación por los ordoliberales. Lo que se aprobaba de él era el concepto de un Estado fuerte19 y el hecho de que su fortaleza se medía por su capacidad de neutralización. De ahí la dimensión histórica universal que apoyaba sus puntos de vista. El Estado fuerte había neutralizado la religión, la ciencia, la estética, y ahora debía neutralizar la economía como terreno de guerra civil (Rüstow, 2017b: 146).
Los ordoliberales, con una agenda temporalmente medida, que Foucault reconoce, fueron liberando sectores según avanzaba el dinamismo económico20. Todo esto lo hizo el Estado, no el mercado. Y lo hizo para evitar la anarquía y la economía de mandato estatal o economía dirigida que deseaban los socialistas. Y lo hizo antes de que el mercado funcionara. La dimensión científica de esa constitución imponía la apuesta por su verificación. Por supuesto, el Estado habría tenido problemas de legitimidad si sus medidas no hubieran funcionado. Pero el Estado no es genealógicamente efecto de esas medidas. Claro que no eran medidas socialistas. Se trataba de una socialización por vía de la creación de marcos ordenados. Pero cuando la huelga general de 1948 fracasó, los socialistas y los sindicatos se plegaron. Y lo hicieron porque, en el sentido en que hemos interpretado a Erhard, consideraron que «el ordoliberalismo era una alternativa valedera al capitalismo y al planismo» (Foucault, 2007: 111). Foucault una vez más confunde al lector al interpretar la frase como «el orden liberal». Pero no era el orden liberal el que era alternativo al capitalismo y al planismo. Era el estado social de derecho, pactado con el ordoliberalismo. Claro que aquella era una frase ingenua, pero no hipócrita, ni táctica. Porque en ella capitalismo aludía al «anarquismo» de la frase de Erhard, esto es, al capitalismo y al liberalismo antiguos.
Todo esto habría exigido interpretar las cosas de otro modo. Sin embargo, Foucault ya no puede dar marcha atrás y dice algo incomprensible desde su planteamiento; a saber, que «en ese neoliberalismo existía la promesa por fin cumplida de una síntesis o de una vía media o de un tercer orden entre capitalismo y socialismo» (Foucault, 2007: 112). No era en ese neoliberalismo,