española— huyó a Brasil. Allí Juan VI fue muy bien recibido, estableció una corte cuyos cargos importantes compartieron portugueses y brasileños, y realizó importantes reformas que mejoraron las condiciones y la cultura del país. Tan satisfechos estaban monarca y súbditos de aquella situación, que, una vez liberado Portugal, Juan VI demoró una y otra vez su regreso a Lisboa. Al fin le obligó a hacerlo la revolución liberal portuguesa de 1820, inducida por la española de meses antes. Juan VI dejó en Brasil como regente a su hijo Pedro. Pero la revolución metropolitana, lo mismo que en el caso de México, molestó a los brasileños porque acentuaba el centralismo y la supeditación a la metrópoli. Las revueltas de 1820-22 llevaron a la separación de los dos países, con la particularidad de que el príncipe Pedro se colocó al lado de los independentistas, proclamándose Protector del Brasil. Siguió una breve guerra civil, en que vencieron los brasileños, con la inevitable ayuda de Inglaterra. Pedro I fue proclamado Emperador. La Constitución de 1824, moderada como la mexicana, mantenía sensiblemente el status social, pero con igualdad ante la ley, un parlamento electivo y concesión de derechos jurídicos. José Bonifacio, principal artífice de la independencia, fue también el primer ministro de Pedro I. El imperio de Brasil, aunque con frecuentes conmociones, llegó a conocer un extraño esplendor, y se mantendría (con Pedro II) hasta 1889.