En España se preparó un Cuerpo Expedicionario de 25.000 hombres, que se esperaba fuesen suficientes para reducir a los rioplatenses, y acabar con el foco más activo entonces, impulso que podía contribuir de modo decisivo a restablecer el control de América. Pero este Cuerpo se sublevó en la Península para proclamar la Constitución liberal española, y los insurgentes quedaron libres. Desde entonces, la situación cambió de signo.
—El caso de México es un poco especial. Era un virreinato antiguo, donde se había formado una fuerte aristocracia criolla de muchas generaciones, cuya economía se basaba en la propiedad. La burguesía comercial era mucho más débil. Por el contrario, la mayoría de la población estaba formada por indios y mestizos. El conjunto de aquella sociedad tenía más arraigadas que en otras partes las ideas tradicionales, y era más difícil imaginar allí una revolución.
Por eso los primeros intentos secesionistas —si es que lo son siquiera— resultan tener un carácter muy distinto, y van más contra la aristocracia que contra la dominación española en sí. Estos primeros intentos son obra de clérigos idealistas. Miguel Hidalgo, autor del «Grito de Dolores», era un párroco culto y tradicional, que encarnaba, según Gómez Rubio, un «modernismo cristiano». Su grito se hizo en nombre de Fernando VII y la Virgen de Guadalupe, pero iba contra las estructuras establecidas, y suponía una guerra civil. Hidalgo logró reunir una tropa de hasta 100.000 hombres, formada en su mayoría por mestizos e indios, y muy desorganizada. Es muy difícil precisar lo que querían exactamente aquellos rebeldes, como no fuera una mayor justicia social. Hidalgo se apoderó de una buena parte del país, pero no supo organizarlo y fue facilmente derrotado por las fuerzas regulares.
Parecido fue el movimiento de otro clérigo, J. M. Morelos, más culto y más realista que Hidalgo. No quiso un gran contingente, sino una buena organización. También parece que sus ideas estaban más cerca de los liberales, aun cuando mantenían principios tradicionales, unidos a un parecido sentido de la igualdad. Tras algunos éxitos iniciales en el sur del país, Morelos fue vencido y fusilado en 1814. El virrey Calleja concedió una amnistía y dominó la situación sin más sobresaltos. Todo intento secesionista parecía acabado por entonces.
La época de los libertadores
Hacia 1815-16, la causa de la independencia de Hispanoamérica, sin encontrarse derrotada ni mucho menos, atravesaba un momento de crisis. Con una metrópoli en mejores condiciones políticas y económicas —España estaba dividida ideológicamente, y arruinada por la terrible guerra de Independencia— aquella causa hubiera podido fracasar por entonces, aunque, vistos los hechos a posteriori, hoy nos parezca irreversible. Sin embargo, es por aquellos años difíciles cuando entran en acción dos hombres excepcionales, apellidados ambos como El Libertador, Simón Bolívar en el área neogranadina y José de San Martín en la rioplatense. Como de costumbre, son los virreinatos «nuevos» los que llevan la iniciativa y conducen a la decisión final.
Bolívar es el tipo de caudillo romántico, genial, impetuoso, demócrata y autoritario a un tiempo, y también un tanto soñador. Se le ha querido comparar con Napoleón, aunque existan entre los dos personajes tantas diferencias como semejanzas. San Martín es más sereno y menos ambicioso, y en casi todos los aspectos más moderado; pero también de genial golpe de vista. Ambos son venerados como los artífices principales de la libertad de sus pueblos, aunque, desengañados, uno murió en el exilio y otro camino de él.
—En Argentina, el Congreso de Tucumán había erigido la independencia de las Provincias Unidas del Sur (el poético nombre de Argentina, alusivo al Río y mar del Plata, es algo posterior); pero lo que allí faltaba era precisamente unión. Vino a galvanizar los ánimos el decidido general San Martín, que cohesionó un bien organizado ejército, y en una increíble y quizá absurda travesía de los Andes, que le hizo perder la mayor parte de sus tropas, cayó sobre las escasas fuerzas españolistas de Chile, y obtuvo una victoria decisiva en Chacabuco (1817). Sin deseos de aprovecharse personalmente de ella, dejó a O’Higgins como «director» de Chile. Logró nuevas victorias, pero no pudo entrar en Perú hasta que contó con la colaboración de Bolívar.
—Este, entretanto, desembarcó de nuevo en Venezuela a fines de 1816, y pudo apoderarse de la cuenca del Orinoco, aunque el español Morillo le rechazó cuando quiso aproximarse a la costa de Caracas. Entonces Bolívar rompió aquella situación de empate emulando la gesta de San Martín con una travesía de los Andes que le permitió caer sobre la actual Colombia en 1819. No pudo alcanzar, sin embargo, la costa venezolana, hasta que los nuevos políticos españoles, tras la revolución peninsular de 1820, retiraron a Morillo y siguieron una política dilatoria. En 1822, Bolívar dominaba todo el territorio.
Se organizó entonces el asalto a Perú, viejo virreinato y último reducto españolista en América del Sur. Las operaciones, por entre una escabrosa y enorme geografía, se desarrollaron con cierta lentitud, pero con ventaja casi constante de los insurgentes, que podían combatir a un enemigo cada vez más aislado e imposibilitado de recibir refuerzos. Muchas veces —al fin y al cabo guerra civil—, se enfrentaron criollos contra criollos. Los dos últimos virreyes, Pezuela y La Serna, ofrecieron fuerte resistencia. Fue decisiva la batalla de Ayacucho, en 1824, aunque subsistieron reductos españolistas hasta 1826.
Como de costumbre, fue muy distinta la historia en México. Aquí, la clase culta y propietaria había aplastado los alzamientos populares. Pero la política española que siguió a la revolución de 1820 —con sus medidas desamortizadoras y antieclesiásticas— movió a un tipo de «independencia conservadora». El general Iturbide, realista vencedor de Hidalgo y Morelos, formuló el Plan de Iguala, sobre las bases de «Religión, Independencia, Unión». En 1822, Iturbide fue aclamado como Emperador. Pero falto de genio para conciliar tantos grupos sociales y tantos ánimos contrapuestos, fue derrotado por otro general independista, Santa Ana, y fusilado. La Constitución de 1824 supo conjugar el sentido tradicional y católico de los mexicanos con las máximas liberales y de igualdad de derechos (no igualdad social).
—La suerte de la América española fue muy distinta de la de la América anglosajona. Separados sus núcleos por enormes distancias, y, más aun, por una tremenda variedad social y racial, fueron incapaces de unirse. En vano trató Bolívar de formar la Gran Colombia de las Guayanas al Chaco. El país que quiso llevar su nombre.
—Bolivia se separó del resto del conjunto, pronto hizo lo mismo Perú —del que a su vez se desgajó más tarde Ecuador—, y Colombia y Venezuela se mostraron incompatibles entre sí. Fracasó el Congreso de Panamá, en 1825, en el que el desengañado Bolívar proclamó: «hemos conseguido la independencia a costa de todo lo demás». Con la escisión de las repúblicas centroamericanas, que no reconocieron la soberanía de los Estados Unidos de México, el conjunto quedó dividido en veinte naciones, que no solo no presenciaron una pronta reconciliación con la madre patria, como ocurrió entre los Estados Unidos y Gran Bretaña, sino que se enfrentaron frecuentemente entre sí, y vivieron una agitada existencia política en el interior.
La dependencia económica pasó de manos de España a las de Inglaterra, y en menor medida a las de Estados Unidos. Los países hispanoamericanos exportaron materias primas e importaron productos manufacturados. En la mayoría de los casos, la economía decayó. La producción de plata mexicana descendió en una proporción de 3 a 1, y mayor fue la caída de Perú, del orden de un 4 a 1. Quedó el viejo espíritu informante de la cultura española, y la esperanza, alentada casi siempre por un ardiente patriotismo, de vivir nuevos días de gloria.
La separación de Brasil
El caso de Brasil, aparte de que su emancipación se realizó respecto de Portugal, tiene características distintas a las del resto de América. La mayor semejanza —aunque sólo hasta cierto punto— podría establecerse con México. También allí dominaba una sociedad propietaria y aristocrática, dueña de la producción del azúcar y del café, más influyente que la burguesía inquieta de los puertos. Aparte de los indios del interior, existía una amplia comunidad