—¡Proyector! —exclamó el anfitrión mirando hacia el fondo de la habitación y, automáticamente, la pantalla pasó de estar vacía a mostrar una imagen: un bebé en posición fetal, flotando en el espacio sideral, con dos estrellas fugaces que lo encerraban en un círculo luminoso. Por arriba, leyó el título Century Child escrito en mayúsculas y con efecto de oro. Al lado, estaban las banderas de Japón y de la JEIGON. Nanjiro se preguntó si iban a hablar de una investigación científica o de la première de una película de ciencia ficción. El extraño carraspeó antes de continuar con su monólogo:
—Como ya he dicho, les doy la bienvenida al nuevo proyecto auspiciado por la nación, o como ya muchos lo están llamando, el Proyecto del Milenio. Diseñado cuidadosamente por nuestro honorable Jefe de Estado, Kyomasa Tsushira, este emprendimiento promete ser el paso hacia una sociedad más estable, saludable y disciplinada, además de que nos asegurará la victoria en esta aberrante guerra civil que tanto nos angustia. Si trabajamos en equipo, estén seguros de que el porvenir del país será más brillante y provechoso que nunca, como lo ha sido desde su renacer en 1945. Mi nombre es Hirobito Kagerö y seré su principal consejero y asesor a lo largo de este período —hizo una pausa para tomar aire—. Seguramente muchos me reconocerán por los comerciales televisivos de Seguros para el Hogar y Empresas Kagerö & Compañía, y por mi participación en la inauguración de la fábrica de juguetes Bluebell, en Nara, junto con el director de Shinai’s Business, Touya Seguchi, con quien tengo el honor de trabajar nuevamente en esta ocasión. Honestamente, un hombre común y corriente como yo, un simple empresario, no esperaba tal invitación por parte de Su Majestad, habiendo tantos otros con más capacidad y conocimientos. ¡Lo que son las cosas de la vida! El horóscopo no estaba tan errado cuando se refirió a nuevas oportunidades —soltó una carcajada jovial.
Nanjiro levantó una ceja. ¿Se suponía que debía reírse? Hirobito también debió pensar que la comedia no era lo suyo ya que carraspeó otra vez para recuperar el temple.
—¡Pero basta de presentaciones! Vayamos a lo que sí es importante —presionó el botón rojo del mando y dio paso a la siguiente diapositiva—. Desde comienzos de nuestra comunidad, el orden social ha sido delimitado de manera simple y concisa —recitó—; las clases obreras y rurales trabajaban y explotaban nuestros recursos naturales —mostró una vieja fotografía del Japón feudal, con sus lagunas y pastos crecidos, con sus arrozales y miles de campesinos vestidos con ropas tradicionales y con el clásico sombrerito de paja llamado nón lá, llevando sus grandes canastos de mimbre trenzado a cuestas, mientras otros araban la tierra—. Los artesanos e industriales los transformaban en productos más elaborados y provechosos —pasó a la siguiente imagen, una de trabajadores de la misma época, en una fábrica rústica de vidrios, vasijas, moliendas y panaderías— y los comerciantes y vendedores las ofrecían al público —la siguiente foto mostraba una callecita de tierra abarrotada de puestos comerciales— mientras que, a aquellos dotados de una mejor educación, se les daba la responsabilidad de controlar y dirigir todos esos procesos, con el objetivo de lograr la mejor eficacia y eficiencia del sistema económico —cambió la fotografía una vez más y mostró varios hombres vestidos con ropa elegante, reunidos en torno a una mesa y provistos de bolsas de monedas, balanzas, libros y ábacos—. En cuanto al gobierno, la imagen del rey o emperador inspiraba armonía y paz entre sus súbditos, resguardando el orden y promulgando la justicia —la nueva imagen era la de un emperador vestido con prendas de oro y piedras preciosas, sentado en su elaborado trono y con guardias a sus pies. Nanjiro lo reconoció como una fotografía sacada de uno de sus viejos libros de texto del colegio.
—A lo largo de la historia, nuestra tecnología fue evolucionando, así como el conocimiento científico, y se crearon nuevos métodos para mejorar y maximizar la producción de bienes y servicios —la pantalla iba cambiando velozmente de imagen, mostrando distintos momentos de la historia en donde podían verse las innovaciones y descubrimientos que marcaron la vida productiva y económica de todo el mundo. Desde las máquinas de contar, la producción en serie, el uso del combustible, los barcos y trenes a vapor, el telégrafo, el descubrimiento de la transmutación genética de los alimentos y hasta el surgimiento del Internet. La secuencia era tan intermitente que Nanjiro se sacó los lentes para restregarse los ojos, irritados por mirar fijamente esa pantalla brillante. Aquella reunión le estaba sonando más a una clase de historia de la escuela que a una jornada científica.
—No obstante, el nivel jerárquico presentó varios cambios a lo largo de ese tiempo. Aunque es cierto que la clase trabajadora, que representa la mayor parte del pueblo en todo el mundo, fue exigiendo nuevas condiciones de trabajo que le resultaran beneficiosas, inspiradas en ideologías y movimientos extranjeros, la elite, pequeña pero poderosa, no descansó ni un segundo con tal de preservar su prestigio. A pesar de tener que doblegarse cada tanto ante los caprichos del proletariado, negociando una y otra vez en pos de la armonía. Una clara demostración de resentimiento y envidia si me lo preguntan…
Nanjiro volvió a enarcar la ceja (un gesto típico de él). ¿Estaba hablando en serio?
—Hoy en día, el sentimiento de disconformidad y revolución ha superado todo precedente y ha erosionado el vínculo de lealtad y gratitud que entre empleador y empleado alguna vez existió.
A continuación, las imágenes mostradas fueron mucho más trágicas que las anteriores: escenas de los comienzos de la guerra interna, los primeros atentados a la sede de Gobierno y contra sus más altos funcionarios, las rebeliones públicas, los tiroteos, los primeros muertos… Todas en blanco y negro y con un tinte de crueldad que crecía con cada diapositiva. Ninguno de los presentes habló, simplemente observaron la pantalla con una seriedad absoluta, como si estuvieran hipnotizados. Solo Kagerö sonreía con suficiencia, satisfecho del efecto que esa presentación estaba teniendo sobre la audiencia. La siguiente escena fue una pintura que recordó a los antiguos óleos feudales: las líneas grotescas, los colores chillones y las facciones de los personajes un tanto distorsionadas y exageradas. Los pocos que estaban familiarizados con la guerra (Nanjiro incluido), se dieron cuenta de que era el retrato de la noche en que el líder rebelde irrumpió en la mansión de Tsushira, en medio de su banquete con otras potencias y asesinó al embajador alemán. Los que habían llegado del exterior, pese a desconocer el verdadero significado de la imagen, no ocultaron su desagrado. Tras una oleada de murmuraciones consternadas, el hombre apretó el botón rojo por enésima vez y la pantalla quedó nuevamente en blanco.
—Obviamente, lo que aquí se presenta es una total ruptura de los valores de respeto y de lealtad por parte de las masas populares. Es sabido por todos nosotros que nuestro sistema político, el de una Monarquía Constitucional, avala el derecho de los ciudadanos a comandar sus acciones, dejando al monarca como un mero símbolo ceremonial. Sin embargo, el mundo ha cambiado y sigue haciéndolo. Cada país ha atravesado etapas de cambio abrupto, de desorden, llegando luego a una nueva forma de organización. Una que siempre brindó paz y prosperidad a su pueblo. Cuando nuestro querido líder, el señor Kyomasa Tsushira, intentó emularlos y llevar a su nación a una nueva era, la respuesta popular fue mucho más que desagradecida y hostil, incluso irracional. Los cambios son incómodos y generan crisis, algo a lo que nuestro pueblo jamás se ha acostumbrado y a lo que teme desde la oscuridad de la Segunda Guerra Mundial. No quieren volver a pasar por un momento de desorden y eso es más que comprensible. Pero, ¿no es ya tiempo de promover el cambio? ¿De renacer? ¿De evolucionar? ¿Qué nos cuesta hacer la vista gorda a tradiciones milenarias y anticuadas y dar un nuevo giro a la historia del Japón? Nuestro Jefe de Estado solo busca lo mejor para todos nosotros y, como ciudadanos coherentes y solidarios, es nuestra obligación retribuirle. Ya han sido muchos los intentos por llegar a una decisión conjunta que contemplara las exigencias de la población pero ninguno de nuestros ofrecimientos fue lo bastante satisfactorio, y lo único que hemos recibido en devolución han sido golpes bajos e injurias. Es ante este dilema que el gran Tsushira-sama ha creado, y esto que marcará el fin de la subversión, el comienzo de una nueva era.
El mismo emblema con que Kagerö había dado inicio a la conferencia reapareció