El director ya estaba levantándose de su mesa, con cara de preocupación, y les preguntó:
—¿Qué puedo hacer por ustedes, caballeros?
—Hemos venido por el presidente de los Ferrocarriles Nacionales, señor —le informó Harry Sweeney.
El presidente miró a Harry Sweeney, su ropa mojada de lluvia, sus zapatos llenos de barro y dijo:
—He oído por la radio que han encontrado su cadáver en la línea Jōban.
—Lamentablemente, es cierto —asintió Harry Sweeney—. Su chófer nos ha dicho que el presidente Shimoyama pasó por aquí ayer por la mañana. ¿Es correcta esa información, señor?
El presidente asintió con la cabeza.
—Sí. Después de que ayer anunciasen en las noticias que el presidente Shimoyama había desaparecido, el señor Kashiwa, que es el responsable de la sección de las cajas de seguridad, vino a verme. Me dijo que el presidente había estado aquí ayer, poco después de que abriésemos.
—Entonces, ¿ayer por la mañana el señor Kashiwa trató personalmente con el presidente?
El director volvió a asentir con la cabeza.
—Sí, creo que sí.
—¿Trabaja hoy el señor Kashiwa?
—Sí, está trabajando.
—¿Puede llevarnos a verlo, por favor, señor? —solicitó Harry Sweeney—. Gracias.
—Por supuesto —respondió el director. Los condujo fuera de su despacho y los llevó por otro pasillo. Abrió una puerta y les hizo pasar. Otro hombre ya se estaba levantando de detrás de su mesa, otro hombre con cara de preocupación, y el director le dijo—: Señor Kashiwa, estos caballeros son detectives del Departamento de Protección Civil. Han venido por el presidente Shimoyama. Desean hablar con usted sobre el presidente.
—¿Es cierto que el presidente ha muerto? —preguntó el señor Kashiwa—. He oído por la radio que han encontrado su cadáver en la línea Jōban.
—Lamentablemente, es cierto —dijo Harry Sweeney otra vez—. Estamos tratando de averiguar las actividades que el presidente hizo ayer. Tenemos entendido que visitó su banco temprano y que trató con usted personalmente.
—Sí —asintió el señor Kashiwa.
—¿Lo ha notificado a la Policía Metropolitana?
—Ejem, no —contestó el señor Kashiwa, mirando al director, su superior—. Después de enterarme de que el presidente había desaparecido, hablé con el director. Le dije que el presidente Shimoyama había visitado la sucursal ayer por la mañana, y hablamos de qué debíamos hacer…
—Sí —lo interrumpió el director—. Es correcto. Hablamos de qué hacer, sí.
—¿Y qué hicieron? —inquirió Harry Sweeney.
—Bueno, ejem —dijo tartamudeando el director—. Decidimos que debíamos informar a la oficina central de los Ferrocarriles Nacionales. De modo que los llamé por teléfono y les dije que el presidente Shimoyama había visitado nuestra sucursal esa mañana. Poco después de que abriésemos.
—¿Y con quién habló?
—Con el secretario del presidente, creo.
—¿Y qué le dijo él?
—Me dio las gracias y dijo que avisaría a la policía.
Harry Sweeney asintió con la cabeza.
—Entiendo. ¿Y la policía se ha puesto en contacto con ustedes? ¿Les han hecho una visita?
—¿La policía japonesa? —preguntó el director—. No. Todavía no. Pero he pensado que por eso habían venido ustedes. Porque llamamos por teléfono.
Harry Sweeney volvió a asentir con la cabeza. Se volvió hacia el señor Kashiwa.
—¿A qué hora exactamente pasó por aquí el presidente Shimoyama?
—Aproximadamente a las nueve y cinco o y diez, creo. Sí.
—¿Y cuál fue el motivo de su visita?
—El presidente pidió la llave de su caja de seguridad. Yo le di la llave. Él bajó al sótano, a las cajas de seguridad. Luego devolvió la llave y se fue.
—¿Y a qué hora fue eso?
El señor Kashiwa se acercó a un armario. Abrió un cajón. Sacó un expediente. Miró el expediente y dijo:
—A las nueve y veinticinco. Lo anotamos todo. Llevamos un registro.
—¿De modo que el presidente Shimoyama estuvo en el sótano aproximadamente entre quince y veinte minutos? —quiso saber Harry Sweeney—. ¿Con su caja de seguridad?
—Sí, señor —respondió el señor Kashiwa.
—¿Estuvo presente alguno de sus empleados?
—No, señor.
—¿Había algún otro cliente en ese momento?
—No, señor. Solo puede bajar una persona cada vez.
—Entonces, ¿estuvo solo en el sótano?
—Sí, señor.
—¿Y esa es la política del banco?
—Sí —contestaron al unísono el señor Kashiwa y el director.
Harry Sweeney asintió con la cabeza y a continuación preguntó:
—¿Y cuánto hace que el presidente Shimoyama tiene una caja de seguridad en su banco?
—En realidad, no hace mucho —dijo el señor Kashiwa, mirando otra vez el expediente que tenía entre las manos—. Sí. Solo lo tiene desde el primero de junio de este año. Poco más de un mes.
—¿Y con qué frecuencia pasa por aquí?
—Bastante a menudo —respondió el señor Kashiwa—. Al menos una vez a la semana. Según este expediente, el presidente Shimoyama estuvo aquí anteayer, por ejemplo.
—¿A qué hora?
—A ver, a las dos y cuarenta de la tarde del cuatro.
—¿Y la última visita antes de esa?
—El treinta del mes pasado.
—Gracias —dijo Harry Sweeney—. Ahora necesitaremos ver la caja de seguridad. El contenido de la caja.
El señor Kashiwa miró al director, el director miró al señor Kashiwa, y el señor Kashiwa dijo:
—Pero…
—No podemos abrir la caja sin el permiso del titular de la caja de seguridad —terció el director—. Sin la autorización de un familiar, no…
—El presidente Shimoyama ha muerto —dijo Harry Sweeney—. La Comandancia Suprema Aliada está investigando las circunstancias de su muerte. Es toda la autorización que nosotros o ustedes necesitamos.
Los dos hombres asintieron con la cabeza, los rostros lívidos y pálidos, y el director susurró:
—Disculpe. Por supuesto, enseguida.
Harry Sweeney y Susumu Toda salieron del despacho detrás del director y el señor Kashiwa. Recorrieron el pasillo y bajaron la escalera. Al sótano, al cuarto. Un cuarto estrecho lleno de cajas, unas paredes altas de cajas, cada caja con un número y cerrada con llave. El señor Kashiwa giró una llave y sacó una caja: la número 1261. A continuación el señor Kashiwa llevó la caja 1261 a las mesas particulares situadas al final del cuarto, colocó la caja sobre